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La verdad sobre los ‘traumas’ de infancia

por Flávio Gikovate em STUM WORLD
Atualizado em 09/10/2006 12:50:56


Traducción de Teresa - [email protected]

Las carencias de la vida adulta se deben a razones bastante más complejas que la falta de amor de los padres.

No es mi intención subestimar la importancia de las vivencias infantiles dolorosas en la formación de síntomas denominados neuróticos en la vida adulta. Pero no me gustaría continuar sobreestimándolos, como han venido haciendo algunas de las más importantes corrientes de la psicología contemporánea. La importancia de la infancia en la formación de nuestras estructuras psíquicas es obvia. Además de ser dependiente, de tener el cerebro preparado para manejar y recibir informaciones del medio que la rodea, el niño posee una intuición sofisticada, fruto de la evolución incompleta de su razón lógica – la razón, tras establecerse completamente, funciona como “camisa de fuerza” para las operaciones psíquicas sensoriales.

Lo que me preocupa es la forma deductiva de como muchos razonan sobre el tema. Observan, por ejemplo, a un adulto incapaz de permanecer solo, que busca con urgencia cualquier tipo de vínculo afectivo. Se enteran de que ha tenido una madre que le ha dado poco cariño, pues provenía de una familia en que no era habitual la manifestación física del afecto. Correlacionan los dos hechos y deducen que, “lógicamente”, ese adulto carente de afecto es producto de una criatura que ha tenido menos amor del que necesitaba.

Puede que sea “lógico”, pero no todo lo que es lógico es verdadero. Lo que define la veracidad de una afirmación es su comprobación práctica. Mi experiencia clínica muestra que todos nosotros, adultos, somos carentes, inseguros y con gran dificultad para permanecer solos, aun cuando hayamos tenido una madre amorosa.

Algunos de nosotros hemos crecido carentes por tener poco amor durante la infancia y ansiamos por colmar esa laguna. Otros porque hemos tenido mucho, nos hemos acostumbrado a eso y no conseguimos vivir con menos. Las carencias de la vida adulta no dependen apenas de nuestra madre y de las peculiaridades que han marcado nuestra infancia. Atribuyo esa sensación de ser incompleto a un acontecimiento general, propio de toda la especie humana: la dramática vivencia del nacimiento, cuando nos despegamos de la madre y pasamos a sentir toda clase de inseguridades, desconsuelo y desamparo.

El nacer es un “trauma” infantil, que nos marca a todos. Con el paso de los años, otro ingrediente entra en escena: el modo como funciona nuestra razón. Allá por los 2 -3 años de edad observamos grandes diferencias en la reacción de críos expuestos al mismo acontecer externo. Frente a la muerte de un animal estimado, por ejemplo, algunos sufrirán más que otros. Algunos tolerarán mejor las frustraciones, contrariedades y dolores de todo tipo; otros reaccionarán con violencia siempre que se vean contrariados. Algunos serán fácilmente conducidos con argumentos; otros serán guiados más por la voluntad que por la razón. No se puede negar que algunas de esas diferencias dependen de variables innatas y no relacionadas con el ambiente o las vivencias que cada criatura haya tenido que enfrentar.

No desprecio la posibilidad de que ciertas experiencias dolorosas tengan fuerte influencia sobre la formación de la personalidad de algunas personas. Eso, en virtud de haber sido expuestas a dolores muy graves (estupro, padre que se mató, quemaduras serias, etc.) o por tener un espíritu muy delicado (hijos que se tornan tímidos o tartamudos en razón de la agresividad de los padres, muchachos que evolucionan en la dirección homosexual porque son objeto de humillación, personas que se tornan obsesivas porque no han tenido espacio para la expresión de sus rabias).

Lo que no me parece correcto es generalizar ese tipo de reflexión apenas porque nos parece “lógico”. Y, lo que es más grave, para explicar condiciones generales de los sectores humanos: inseguridades, carencias afectivas y tantos otros conflictos que todos tenemos. Ese razonamiento equivocado sobre los “traumas” de infancia ha venido acobardando a muchos padres, tornándolos incapaces de actuar con rigor y determinación en la educación de los hijos.


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flavio
Flávio Gikovate é um eterno amigo e colaborador do STUM.
Foi médico psicoterapeuta, pioneiro da terapia sexual no Brasil.
Conheça o Instituto de Psicoterapia de São Paulo.
Faleceu em 13 de outubro de 2016, aos 73 anos em SP.

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