Correría, poco tiempo para alimentarse, poquísimo tiempo para el esparcimiento…
¿Quién no se pierde en la agitación del día a día?
Pero ¡cuidado! El ritmo alucinado y el poco tiempo para cuidar la salud física y mental pueden abrir espacio para un enemigo silencioso y peligroso: el estrés.
El estrés es un síndrome general de adaptación, que existe para que nos adecuemos a los desafíos que la vida nos trae. Debido al modo de vida del hombre contemporáneo, el estrés puede tener graves consecuencias físicas y emocionales y es un problema creciente de salud pública. Su incidencia ha venido aumentando progresivamente en la población contemplada como un todo, en todas las edades, incluso en niños, y en todos los grupos sociales y profesionales.
Se caracteriza por diversas fases que evolucionan progresivamente en gravedad, si no son tratadas adecuadamente. La primera fase, llamada de alerta, es el estrés agudo, muy útil, porque nos prepara para enfrentar los peligros y desafíos del día a día y presenta los síntomas de la llamada reacción de “huida frente a la lucha”, nos da una descarga de adrenalina, como por ejemplo, cuando tenemos que escapar de un perro feroz o de un coche que viene en dirección a nosotros. Esta fase debería resolverse rápidamente con la solución del problema que la ha ocasionado y con el retorno del organismo a la situación original.
En cambio, el estrés como enfermedad ocurre porque, en la actualidad, las amenazas que percibimos son constantes y continuas, no conseguimos solucionar los problemas y preocupaciones del día a día y éstos se acumulan, ya sea en el ámbito profesional, personal o familiar. Esta acumulación hace que el estrés evolucione a la fase siguiente, llamada fase de resistencia, cuando se convierte en crónico.
En esta segunda fase, entre los síntomas están: alteraciones en el sistema inmunológico, que llevan a una baja resistencia y a una gran facilidad para contraer infecciones; gastritis, úlceras y alteraciones digestivas; alteraciones de la memoria, de la atención, concentración y productividad; alteraciones del apetito, del humor y aumento de la irritabilidad; insomnio y demás alteraciones del sueño; disfunción eréctil, alteraciones del deseo sexual y envejecimiento precoz.
Si el estrés no es tratado en esta fase y continúa evolucionando, llegará finalmente la fase final de extenuación, cuando enfermedades graves como el cáncer e incluso la muerte pueden ocurrir por el agotamiento del sistema inmunológico y de los mecanismos de adaptación y defensa.
Por ese motivo la prevención es siempre más inteligente y efectiva, ya sea en el plano personal o empresarial. Lo que podemos y debemos hacer a nivel personal para modificar este cuadro es adquirir más recursos a fin de que aumentemos nuestras condiciones para lidiar con los problemas de modo más equilibrado y armonioso, pues éstos ciertamente continuarán existiendo, otros nuevos aparecerán y seremos cada vez más solicitados por el mundo para resolverlos.
Debemos tratar nuestra salud de manera holística, integrando el cuerpo y la mente, lo emocional y lo espiritual, con especialidades como la homeopatía, la acupuntura, la medicina ortomolecular o incluso un abordaje clínico convencional, enfocado en la persona como un todo, aprendiendo cómo mejorar la calidad de nuestra alimentación y practicando la actividad física, vivenciando momentos de esparcimiento, procurando siempre trabajar en una profesión que nos dé placer y tenga sentido para cada uno de nosotros. Vivenciando relaciones afectivas en que se dé prioridad al amor, la amistad y la intimidad, transformando y ensanchando nuestros valores y creencias personales, aumentando nuestra flexibilidad y autoestima.
Cuestiona siempre tus pensamientos y sentimientos cuando éstos te lleven al desánimo, a la irritabilidad y a la ansiedad. Respira profundamente varias veces, entra en contacto con tu intuición, piensa antes de proceder precipitadamente y elige las mejores opciones. Nuestra energía fluye hacia donde está nuestra atención.
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