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Activar el diálogo con Dios

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 28/04/2013 11:28:52


por Maria Silvia Orlovas - [email protected]

Traducción de Teresa - [email protected]

Me ocurre con frecuencia intentar descifrar los mensajes de Dios. Porque no siempre parecen claros y siempre he deseado mucho descubrir y cumplir mi misión de vida. Pienso que he llegado a una fase en que procuro tener paz, más que una felicidad fugaz, y noto mucho esta paz cuando sé que estoy siguiendo el camino diseñado por Dios, y comprendo que es por allí por donde debo seguir.
Ya he hecho miles de tentativas para alcanzar la felicidad, ya he sido consumista, no exageradamente, pero he de confesar que me encantaba comprar ropas y cosas para la casa. Bastaba ver algo bonito para desear comprarlo, y como no tenía recursos para tanto, siempre me ponía un poco triste; pero como soy muy dispuesta para vencer los desafíos, una especie de guerrera incansable, esa precariedad me hizo desarrollar una vena creativa muy fuerte. Aprendí a cocinar, a coser, bordar, hacer mis ropas, cojines y cortinas para la casa.
Para satisfacer el deseo de tener cosas hermosas, desarrollé talentos artísticos, lo cual al final ha sido muy bueno. ¿Estaría Dios allí, enseñándome a moverme, a aprender otras cosas? ¿A luchar por la vida? ¿A valorar lo conseguido?

Otro movimiento muy interesante, que hoy percibo, la actuación de la palabra de Dios, se ha manifestado en el desarrollo de mis habilidades mediúmnicas. En ese aspecto, también he trabajado bastante para perfeccionar un don natural. Claro que me gustaban los temas relacionados con la espiritualidad, desde muy pronto leía bastante, pero ha sido el sufrimiento por relaciones fallidas lo que me ha llevado a buscar a Dios y las explicaciones espirituales. Quería tanto ser amada, amar, acertar, que no impuse restricciones, lloré y pedí ayuda, quería el regazo de Dios y que Él me encaminase.
Viviendo tantas desilusiones ¿no sería que Dios me incentivaba a que abriese el pensamiento y el corazón, encontrando otro modo de guiarme y de pensar? Pero ¿por qué Dios, siendo nuestro Padre, nuestra Madre, nuestro origen, no nos habla directamente? ¿Y sin sufrimiento?
Por cierto, eso de hablar con Dios sugiere muchas interpretaciones. He visto ya a mucha gente equivocarse, por falta de amor, de orientación o quién sabe de qué, y echar la culpa a Dios. Pero qué hacer si el Todopoderoso no se limita a esta o aquella religión, o a este o aquel pueblo. ¿Cómo entender ese lenguaje suyo universal en un mundo lleno de gentes con pensamientos diferentes, lenguajes diferentes, cada cual con sus creencias, formas de vivir, cultura y deseos?

¿Cómo será que Él está en mí, en nosotros, y en el tipo que vive en el otro lado del mundo? ¿Y es aún lo suficientemente íntimo como para curar penas de amor y hablar al corazón? ¿Cómo percibir a Dios cuando estamos contrariados con los resultados en torno a nosotros?
Principio único, universal, y al mismo tiempo esparcido en la Creación. ¿Cuál será su lenguaje, sino el del amor, la tolerancia y la buena voluntad, incluso cuando no lo comprendemos?
Tanta buena voluntad que, aun sin notarlo o reconocer su presencia, nos acoge en la oscuridad de nuestro cuarto cuando hacemos nuestras plegarias. Tanto amor que aun cuando cometemos errores podemos ser perdonados y acogidos.
¿Quién, en algún momento, no ha probado de su misericordia, cuando en una equivocación agredió sin darse cuenta y tuvo la oportunidad de volver atrás?
No obstante, aun así, sabiendo que su palabra es amor, a menudo nos sentimos perdidos, sin conexión con Él, sin conseguir comprender su lenguaje. Todo eso porque somos profundamente condicionales en el amor y en los resultados. Queremos las cosas a nuestro modo, queremos la felicidad que hemos trazado para nosotros, queremos que las personas nos comprendan tal como somos, y de preferencia que todo salga bien. Tener un buen empleo, que el cuerpo sea perfecto, de preferencia esbelto, y que nunca nuestros hijos o familiares nos traigan problemas. Queremos una buena casa, viajar siempre que sea posible, y lo más importante, un amor lleno de complicidad y pasión. Qué guay todo eso, pero si todo siguiese nuestras órdenes, ¿dónde entrenaríamos nuestras habilidades?

Echo un vistazo a mi vida y pienso que si hubiese tenido todo fácil probablemente les daría poco o ningún valor a las cosas pequeñas de cada día. Quizá no supiese contemplar el sol de la mañana iluminando dulcemente los árboles de mi calle aquí en São Paulo. Probablemente, para apreciar ese pequeño regalo de Dios tendría que estar en otro lugar con más encanto, cuando menos una playa o la cima de una montaña.

Seguramente, si me hubiese casado enseguida con un buen hombre y viviese con él una relación afectiva sana, jamás sabría mirar con comprensión y compasión las historias de las personas a quienes atiendo diariamente en mi función de terapeuta. Sin duda, el camino hubiese sido otro muy distinto. Hoy siento comprensión y aceptación hacia mi pasado, y sé que cada lágrima que he derramado contenía también un trocito de mi Ego que el sufrimiento iba derritiendo, pues ese inseparable compañero siempre ha querido comandar mi historia, y vestir mi mundo únicamente de victorias.
Siguen sin gustarme las derrotas, la casa desordenada, las enfermedades, pero sé que todo eso forma parte, y que cada vez que Él, en este caso Dios, nos presenta un desafío, está allí también una ocasión de aprender y de hacerlo de otra manera.

Me siento feliz por ser ahora más madura. Mis cincuenta años me han permitido adquirir, aparte de algunas arrugas, una vista que necesita gafas, y algunos kilillos de más, una actitud más amorosa y contemplativa. Ya no espero más de la gente, hoy tengo la sabiduría del dejar fluir y de no querer todo a mi manera. Respeto más el tiempo de las otras personas y quiero, desde el fondo de mi corazón, aprender a oír la palabra de Dios en lo que ellas dicen.

Agradezco el Dios que se manifiesta en las manos del panadero, que todos los días, sin siquiera conocerme, me ofrece un delicioso panecillo que todo el mundo también puede tener. Agradezco la paciencia de mis familiares, que ya me conocen, y saben que soy impulsiva, y me perdonan por ello. Agradezco, sobre todo, este invisible principio que empiezo a ver en cada uno que pasa por mí.

¿Será cierto que finalmente empiezo a comprender un poco mejor la palabra de Dios? Y tú, ¿qué piensas de esto? ¿Ya logras percibir que Dios te ama y dialoga contigo en los detalles de la vida e incluso en las contrariedades porque sabe que tú puedes vencerlas?


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