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¡Amar es compartir felicidad!

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 27/06/2011 11:35:24


por Flávio Bastos - [email protected]

Traducción de Teresa - [email protected]

El psicoanálisis, por ser un método de investigación de los procesos mentales, nos proporciona una preciosa contribución en lo que atañe al tratamiento de los desórdenes emocionales.

En tal sentido, en la fase infantil, cuando la madre y el padre biológicos (o sustitutos) son referencias máximas en la futura definición de los perfiles masculino y femenino, los trastornos psíquicos pueden interferir en las relaciones afectivas del hijo adulto.

A propósito de la elección de perfiles, desde rasgos físicos y fisonómicos hasta el temperamento del padre o de la madre, esto se produce a nivel inconsciente. Y una situación trivial, que ejemplifica tal afirmativa, es la elección que “sorprende”, o sea, entre pretendientes más interesantes bajo el punto de vista estético o financiero, el hijo o hija elige precisamente aquel(a) que los familiares o amigos no comprenden los motivos…

A decir verdad, cuando elegimos la pareja para un compromiso serio, estamos depositando en aquel individuo expectativas de que el suplido de amor que necesitamos esté contemplado en esa relación.

Con todo, ese “suplemento” que representa nuestras carencias afectivas, no se inicia en la nueva relación con el sexo opuesto, sino que es la continuidad del histórico de relaciones con las figuras materna y paterna que pasan a la actual relación.

Las carencias afectivas, por tanto, se convierten en transferenciales, es decir, pasan del padre o de la madre a aquella mujer o a aquel hombre cuyas expectativas de suplemento que resta del pasado alimentamos inconscientemente.

En suma: el compañero sentimental no es el padre, pero tiene que ser un poco “padre”. La compañera no es la madre, pero debe ser un poco “madre”. En caso contrario, los sentimientos no resueltos con las figuras referenciales de la infancia pueden emerger con la energía de las emociones desequilibradas que acaban por afectar a la calidad de la relación.

Y cuando la calidad de la relación se deteriora, eso es síntoma de que la gratificación afectiva – o suplemento – no satisface las expectativas inconscientes, o sea, la relación repite el patrón del pasado, en el cual los traumas psíquicos (rechazo, ausencia, abandono, etc.) que se han vuelto crónicos en forma de psiconeurosis, empiezan a afectar a las emociones y a desgastar la relación.

Por tanto, lo más importante en las relaciones afectivas adultas es que ambos encuentren el punto de equilibrio entre la demanda afectiva del pasado y la necesidad de suplemento del presente. No olvidando que no basta ser un poco madre o padre si el inherente deseo sexual no es contemplado por el desempeño de los amantes…

Invariablemente, la relación íntima – y seria – entre dos personas implica la fusión de carencias afectivas, deseos y expectativas de crecimiento personal y mutuo. Y en el ansia de colmar el vacío de amor que ha quedado de la relación con las figuras parentales de la infancia, el volumen de energía que acompaña la implicación afectiva de la pareja suele originar conflicto de egos.

Si los interesados no tienen un aceptable nivel de conocimiento de sí mismos y de lo que el otro representa en la relación, la implicación tiende a fijarse en la demanda del instinto (sexo), que pese a ser de importancia en el contexto general, es solo un ingrediente en la calidad de la relación.

Amar exige complicidad en el sentido de comprender las carencias que transitan en una relación amorosa. Ignorarlo es asumir un comportamiento infantil todavía sintonizado con el pasado.

Por este motivo el mayor riesgo para la relación se verifica cuando aportamos a la propuesta de crecimiento mutuo y personal los sentimientos negativos que se trasfieren al otro en forma de proceso obsesivo y asfixiante para ambos, como la dependencia afectiva y los celos patológicos, entre otros.

Cuanto más enfocados estemos en una relación afectiva estable, más libertos estaremos de la sintonía del pasado para asumir la condición de adultos que encaran el amor como forma de buscar la completitud y la felicidad.

Desde el punto de vista psicoanalítico del alma, las experiencias sirven de aprendizaje. Y, a partir del momento vital en que compartimos la felicidad en una relación afectiva estable y de calidad, tal experiencia queda adherida a nuestra memoria extra-cerebral (periespiritual) y a nuestro conocimiento, perfeccionando, de esa forma, nuestra sensibilidad para el amor y alterando el modelo conductual que nos acompaña desde hace muchas vivencias.

Una vez “roto” ese paradigma conductual por la gratificante experiencia afectiva de una única vida (aprendizaje), y a partir de una visión más abarcadora del amor, el ser inmortal se halla preparado para nuevas relaciones afectivas que impliquen la transparencia y la levedad de la felicidad compartida.

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