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Babi vuelve a la cuna multidimensional

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 03/06/2010 12:29:16


por Wilson Francisco - [email protected]

Traducción de Teresa - [email protected]

Conocí a Babi siendo muy pequeñita, pertenecía a una pareja de amigos y la hija, Leila, era su madre de corazón. Babi era una cachorrita muy sensible y expresiva. Tenía una percepción aguzada, tanto que sabía de la presencia de Leila, incluso estando su “madre” todavía lejos de la casa. Se ponía en la puerta, ansiosa, esperándola. Un día, una persona llegó a casa de ellos y Babi había sido trasquilada. La mujer, sin mala intención, dijo tan pronto la vio: “Dios mío, qué ridícula está Babi así, sin pelo…” Aquella semana fue crucial: Babi casi entró en depresión.

En 2006 Leila inició una nueva actividad en su vida y con ello tuvo que alejarse bastante de casa. Babi sintió la ausencia y somatizó el proceso. Perdió el control de las patitas traseras y se arrastraba por la casa o permanecía inerte, acostada en su camita, tan solo observando lo que ocurría. Se le prestó asistencia energética, pero el efecto fue mínimo. Un día, estábamos en una ciudad playera e invitamos a Babi a pasear; ella se animó. En la acera me sorprendió, porque andaba de modo normal, sin presentar el desencajamiento habitual. Percibí que ella salía con toda aquella desenvoltura porque soñaba encontrar a Leila, que había salido con las amigas.

Al comienzo de este año, Babi dejó el cuerpo; me avisaron por teléfono. Todos estaban chocados. En un acto de gran cariño el hermano de Leila le hizo incluso la respiración boca a boca. Todo fue en vano. La madre de Leila me telefoneó irradiando un sentimiento de culpa por no haberla llevado al veterinario con más presteza y estaba toda llena de dudas…

Hice sintonía con Babi y describí el proceso que percibí en el mundo paralelo. En realidad, la ausencia de la “madre” quitó la estabilidad a Babi y la motivación para la vida. Los animales, en particular el perro – un animal muy familiar, muy casero – siente esos cambios y se vuelve inseguro. Aunque rudimentario en ellos, el sentimiento de cariño, el apego y otros talentos del alma ya se presentan en características casi humanas. Ellos, como almas creadas por Dios, están ensayando el desarrollo de atributos que más tarde se harán plenos en su personalidad.

Ante ese factor y, principalmente, por “entender” que el sacrificio de seguir viviendo con sufrimiento no le aportaría “lucro espiritual”, ella, como Espíritu, decidió dejar el cuerpo. Es un derecho inalienable de todo ser vivo; cada criatura tienen el libre albedrío para decidir su tiempo de vida, asumiendo los riesgos y consecuencias. Y en el animal ese poder de decisión es más suave porque el dolor para ellos no tiene función redentora; ocurre solamente en función de la quiebra de los órganos.

Lo explico mejor: en el ser humano todo dolor es causado por la propia persona y, por tanto, la responsabilidad es toda suya; querer dejar el cuerpo sin resolver un proceso significa aplazarlo; querer anticipar el retorno al mundo paralelo porque se tiene un cáncer, o por una gran desilusión, puede significar suicidio, pues tanto un proceso como el otro tienen su origen en los actos que practicó. En el animal es diferente: el nivel consciencial aún es primitivo, prácticamente no existe; entonces, él no es responsable por la corrección.

En el caso aquí abordado, el proceso de pérdida de la estabilidad surgió a partir de la ausencia de la “madre” de Babi y los desarreglos posteriores pueden haber sido causados por aquella actitud suya, pero no por eso ella será castigada ni se sentirá culpable. Está exenta. Tan solo habrá aplazado un proceso de relación que hubiera podido añadir a su estructura un nuevo aprendizaje. Babi, en aquel momento, entendió que haría a Leila y a todos sus amigos más desgraciados con sus dolores; al fin y al cabo, en su permanencia en la Tierra, en aquel hogar, había “oído” y “sentido” que todos tenían plena consciencia de que la muerte no existe.

Socorrida por los amparadores especializados que despliegan actividades de auxilio en el desligamiento físico de los animales, ella se desprendió con mucha gratitud por el tiempo de amor, por los aprendizajes y por las experiencias vividas, las cuales ciertamente añadirían valores imprescindibles para su evolución en el nivel animal.

Mientras yo decía todo esto a la madre de Leila por teléfono, Babi permanecía, en el mundo paralelo, atenta y alegre, aguardando el final de la conversación para despedirse y partir definitivamente para el otro mundo, en paz. Verdaderamente esta conversación era necesaria para que se completase su desligamiento.

Con este artículo deseo rendir mi sincero homenaje a este mimoso y hermoso ser, Babi, que transitó por la Tierra aportando siempre alegría y paz; y aprovecho para traspasarlo a cuantos se implican con animales, criándolos o protegiéndolos, para que tengan plena conciencia de que están colaborando con eficacia en el desarrollo de esas almas que Dios crea para compartir con nosotros una vida sana y justa.

Por WILSON FRANCISCO
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