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Comando Ashtar - Cap. 18

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 14/02/2011 13:15:24


por Satyananda - [email protected]

Traducción de Teresa - [email protected]

La vida que lleva un monje, de reclusión en sí mismo, está repleta de paz.

Estás seguro de lo que sientes. Esa vida está colmada de una alegría contenida porque tenemos la sensación de que todo lo vemos por primera vez. Esto ocurre porque los sentidos físicos se vuelven limpios. Vuelven a tener las características de nuestro período de infancia, en el cual el paladar es más afinado, el tacto es más sensible y el oído es más pleno. Nuestros filtros entre la realidad externa, el mundo material y el mundo vibracional se vuelven más sensibles. Entonces los sentidos de los otros cuerpos comienzan a ser percibidos. El cuerpo astral empieza a manifestarse como consciencia presente. El oído - que es del cuerpo físico - se multiplica y conseguimos oír lo que viene, lo que pertenece a otros mundos, conseguimos ver los otros mundos.

Debido a eso acabamos distanciándonos de la realidad de la tercera dimensión. Es un camino tan fascinante que realmente no hay ningún deseo de mirar hacia atrás. En esa frontera entre los mundos, en ese tránsito entre las varias realidades, un buen día, estábamos meditando. Era un día en que yo había ido a la clase de las madres.

Me senté al fondo, junto a dos o tres monjes y entramos en meditación. Tras un cierto tiempo que no sé precisar, recuerdo haber tenido una sensación totalmente inédita. Parecía que el salón de la meditación se había convertido en un inmenso espacio circular que no era una sala, que no era el zaguán de un edificio. Era algo sin línea agresiva alguna, era un espacio construido en curvas suaves. Incluso parecía que las paredes pulsaban, tenían un brillo interno, como aquel brillo irisado de cuando miramos un plástico al sol. Todo estaba repleto de esa luminosidad. Todo esto lo percibía con la imaginación, con el ojo interno.

De ojos cerrados, yo tenía la seguridad clara de que estaba en ese escenario. De pronto empecé a percibir siluetas que se iban haciendo cada vez más nítidas. Cuerpos de apariencia masculina que pasaban vestidos con una funda azul, ajustada al cuerpo aunque no pegada, pero bien diseñada, de un azul profundo, un azul ultramarino. Esos hombres hacían el simple movimiento de que iban a sentarse y las sillas se expresaban. No era una materialización porque se podía ver el otro lado. Era una expresión, una especie de holografía sólida. Las personas simplemente se sentaban en esas luces en forma de silla. Levantaban la mano en dirección al vacío y algo que - a falta de palabras - llamaremos panel, aparecía delante de ellos. Cuando levantaban la cabeza, las paredes se transformaban en inmensos paneles transparentes; que no eran de cristal.

Todo parecía inédito. Todo parecía tener un nombre que la humanidad o yo mismo no había descubierto. Era todo medio sólido, pero no era sólido. Era todo medio transparente, pero no era transparente. Todo tenía luz, luz propia. Parecía que aquel escenario, dentro de aquella sala pulsaba al ritmo del corazón de aquellos seres que no emitían sonido alguno, que no hablaban.

Entonces, sin moverme para no perder la visión, considerando que con solo de alguna forma alterar la respiración perdería aquella riqueza de detalles, y todavía más la sensación de dulzura que transmitían aquellos seres, sensación de alegría, sensación de certidumbre, sensación de que cada uno de ellos sabía lo que estaba haciendo. Cada uno de ellos estaba pleno en aquel espacio. Y de alguna forma que desconozco, yo me vi sentado allí.

Mi cuerpo ahora ya no era imaginación, yo podía tocar mi cuerpo físico, podía sentirlo. Las pocas veces en que abrí los ojos, vi a mi maestro mirándome, con una mirada de indagación. Movió la cabeza y le hice señas de que yo no sabía qué estaba pasando. Pero de alguna forma aquella meditación, aquella visión, ya se había expresado fuera, porque mi maestro sabía que algo estaba diferente. Y yo, en medio de aquella extraña sensación de estar en dos lugares: un cuerpo meditaba en la sala de meditación y el otro estaba dentro de aquel escenario.

De alguna forma uno de aquellos seres me miró, era un hombre de ojos luminosos en los cuales el color cambiaba todo el tiempo, de un azul profundo hasta matices de violeta, verde esmeralda y un amarillo que nunca había visto en ojo alguno y nunca más he vuelto a ver. Los ojos de aquel hombre cambiaban de color y sus gestos eran muy gentiles y suaves. Parecía que nadie allí tenía edad definida, pero al mismo tiempo su expresión era de pura sabiduría. Abrí los ojos, aquel hombre mirándome sin palabra alguna, y entonces los dos mundos se mezclaron. Aquella sala absolutamente diferente, de alguna dimensión que yo percibía por primera vez, y la sala de meditación. Fijé la mirada en aquel hombre que se inclinó en dirección a mí para ponerse a mi altura, porque yo estaba meditando, y las imágenes fueron perdiéndose, como el humo, como el olvido. Y regresé a la sala de meditación.

Lo más curioso es que tras pasar por esa experiencia, me cambié de ropa en el vestuario, tomé el coche, subí la calle Toneleiros, allá en la Lapa, y al llegar arriba, vi un platillo volante. Estaba tan cerca, tan cerca, que parecía estar pasando sobre los edificios. Yo lo percibía del tamaño de un balón de fútbol, pero en forma parecida a un disco, irisado, con luz propia que cambiaba de color y extrañamente cambiaba de forma, pero era material, era algo claro. Aparqué el coche y me detuve a mirar. Las personas que estaban en el bar de la esquina salieron para mirar hacia arriba, miraron hacia mí, miraron hacia arriba, miraron nuevamente hacia mí, y no percibieron nada. Pero la nave estaba allí. Y ellos simplemente entraron nuevamente en el bar.

Me daba la sensación de que solamente yo la veía, acompañada de una sensación de paz. Y aparte estaba la mirada de aquellos seres que ahora, sirviéndome de toda la imaginación del mundo, debían estar dentro de una nave. Digo eso por todos los diseños del escenario, a cuenta de esa analogía. Después de mucho tiempo haciendo vida de monje, yo vi imágenes de seres estelares de un posible comando estelar, o comando Ashtar. Con una sincronía, una coincidencia, de esas que solo se producen en el universo del espíritu, en el mundo de la consciencia, aquel hombre ante mí me contemplaba con mirada dulce y severa a un tiempo, gentil y noble hasta el extremo.

Era una imagen muy parecida a esos dibujos que se hacen del posible Comandante Ashtar.


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