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El ejercicio de la pérdida

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 12/04/2017 19:23:08


Autor Tom Coelho
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Traducción de Teresa
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“Mientras el pozo no seca, no sabemos dar valor al agua”.
(Thomas Fuller)

Un día te deparas con el logotipo de la empresa en que trabajas estampado en una página de revista, en una hoja de periódico o en una valla publicitaria. Y tu rostro adquiere contornos de una breve sonrisa.
Pasando frente a la compañía, admiras la imponencia de las instalaciones. La reja que delimita su emblema, los amplios ventanales de cristal, el uniforme del guarda de seguridad que vigila la entrada.

Caminando por los pasillos, te cruzas con tus compañeros, saludándolos efusivamente. El cafelito servido en la antecocina tiene aroma y sabor agradables. Avistas tu zona de trabajo, contemplando desde la grapadora hasta el monitor que descansa sobre la mesa, pasando por la silla giratoria. Todas estas imágenes te remiten a buenos momentos y a una sensación de orgullo y placer. Pero también de tristeza, pues ya no trabajas allí…
En una mañana soleada de domingo, decides organizar tus pertenencias. Maletas, bolsos y armarios son el objetivo principal. Entre el abrir y cerrar de cajones, el revolver en cajas y sobres amarillentos por la acción del tiempo, encuentras cartas y fotos de la persona amada. Relees estas cartas, observas las fotos y una película de tu vida pasa ante tus ojos. Tomado por la emoción, tus ojos pueden humedecerse.

Como si no bastase, puedes oír una canción. Música a lo lejos que no es más que una composición entre otras muchas para la mayoría de las personas, pero que para ti representa el ancoraje de un momento único, especial. Puede simbolizar el primer beso, la primera declaración de amor, la primera noche juntos.
Todos estos objetos y sonidos te hacen viajar hacia dentro de ti y sentir la gracia de la alegría y de la felicidad. Una sensación que solamente el amor pleno nos puede proporcionar. Emociones, sin embargo, vividas otrora, porque tú ya no estás con aquella persona.
Tenemos la costumbre de practicar lo que se podría definir como “elogio de la ingratitud”. Luchamos con tenacidad para alcanzar nuestras metas. Aceptamos privaciones, enfrentamos discordias, declinamos de nuestras más fuertes convicciones, todo para satisfacer un deseo.

Actuamos así, ya sea para ingresar en una organización, o para conquistar un corazón. Y vibramos mucho con nuestro éxito. Al comienzo, la empresa para la que trabajamos es la mejor entre todas las demás. El ambiente es el más favorable, las actividades son las más adecuadas, las oportunidades son las más prometedoras.
Análogamente, los amores que empiezan son perfectos. La atracción es permanente y acogedora, el diálogo es constante y ennoblecedor.
No obstante, la rutina fermenta el azúcar de las relaciones. Y convierte iniciativa en apatía, compañerismo en desprecio, generosidad en mezquindad. Tanto hacemos que conseguimos el objetivo opuesto al que antes nos movía. Perdemos el empleo. Somos dejados por la persona amada.

Henri Becque decía: “La libertad y la salud se asemejan: el verdadero valor sólo les es dado cuando las perdemos”. Considero que este principio puede ser aún más amplio…
Por eso, quiero hacerte una invitación a practicar un nuevo tipo de ejercicio. Yo lo llamo “ejercicio de la pérdida”. Se trata de una gimnasia mental con la cual pasas a vislumbrar escenarios, como quien estuviese en una partida de ajedrez, imaginando el impacto de tus próximos movimientos resultantes de tus elecciones, de tus decisiones personales.
No pretendo con esto estimular el mantenimiento de relaciones mediocres. Hay empresas en las que ya no cabemos. Se hacen pequeñas para nuestros propósitos, pie derecho bajo haciéndonos dar con la cabeza en el techo. Hay amores que se agotan. Se convierten en protocolarios, habituales, dispensables. En ambos casos, lo mejor es un resuelto adiós.
Pero no te permitas concluir deliberadamente que ha llegado el fin sólo porque el estímulo y el entusiasmo del comienzo han quedado ofuscados por las adversidades. Recuerda siempre que una alegría destruye cien tristezas y de que la gratitud asegura la felicidad.

* Tom Coelho es educador, conferencista en gestión de personas y negocios, escritor con artículos publicados en 17 países y autor de nueve libros. E-mail: [email protected]. Visita: link y link


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