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El Miedo de Perder Status

por Flávio Gikovate em STUM WORLD
Atualizado em 08/06/2009 13:48:25


Traducción de Teresa - [email protected]

Conozco personas que viven bajo un verdadero pánico: no consiguen imaginar la hipótesis de conformarse con una posición social más baja que la que tienen. Para ellas la idea de convivir con un coche inferior al que poseen es extremadamente dolorosa, y sería preferible la muerte antes que mudarse a una casa peor o a un barrio de menor status. No quieren ni pensar en llevar ropa que no sea de marca, dejar de salir de vacaciones o de frecuentar sus restaurantes favoritos, donde son conocidas y tratadas con deferencia.

No es difícil comprender que nuestra relación con el dinero es mucho más complicada de lo que sería si lo viésemos tan solo como un medio para sobrevivir. La vanidad, que en todo se entromete, participa activamente en ese proceso. Acceder a determinadas cosas o situaciones pasa a ser más importante por nuestra “posición” que por la cosa en sí. Por ejemplo: personas que no tienen paladar para apreciar un buen vino tenderán a pedirlo cuando estén en un ambiente más requintado. No quieren ser tachadas de vulgares por preferir una cerveza o una caipirinha. Muchas de las cosas que hacen tienen más en vista la imagen que quieren transmitir que sus gustos personales.

Al entrar en juego la vanidad, nuestra tendencia a hacer comparaciones aumenta. Pasamos a sentirnos humillados – agredidos, tenidos por inferiores – cuando nos vemos por debajo de alguien. Obviamente, esto desemboca en la envidia: ¡deseo de vengarnos de aquel que nos ha agredido con su superioridad! La humillación es, juntamente con la sensación de abandono, uno de los grandes dolores a que estamos sujetos. El rechazo, que es quizá nuestro mayor dolor, es la asociación de ambas: hemos sido abandonados porque la persona ha perdido el interés por nosotros, ya que dejó de valorarnos.

La idea de perder nuestra condición económica produce, entonces, la humillación y el rechazo. Tenemos miedo (y con razón) a que muchas personas nos abandonen caso bajemos de posición social. El dolor es percibido como brutal y la sensación es la de que viviremos humillados y deprimidos para el resto de nuestros días.

Menos mal que esa impresión no es verdadera. Nuestra capacidad de adaptación es mucho mayor de lo que podemos imaginar. En la práctica el dolor es fuerte, pero de duración limitada. Solo existe durante el proceso de transición. Después de un corto período, nos adaptamos a la nueva posición y el dolor se va. Ello porque hemos pasado a identificarnos con las personas de condición idéntica.
Solo sufriríamos si, inhábiles, insistiésemos en frecuentar los antiguos ambientes.

Un ejemplo esclarecedor: al observar a alguien en una silla de ruedas, experimentamos en nosotros el dolor que imaginamos pueda sentir la persona. En cambio, si ella es deficiente física desde el nacimiento, o desde hace varios años, sufrirá bastante menos de lo que suponemos. Solo habrá pasado por grandes frustraciones durante las primeras semanas, o meses, después del acontecimiento que la dejó paralítica. Ahora bien, si el ser humano es capaz de adaptarse a una limitación tan dramática, ¿por qué no habría de hacerlo con la pérdida de status, que afecta más a la vanidad que a las necesidades básicas de la vida?

En ese aspecto, como en otros varios, nos traiciona nuestra capacidad de imaginar.
Inventamos dolores mayores que los que sufriremos, de la misma forma que imaginamos placeres mayores que los que tendremos cuando antevemos un viaje, una nueva relación afectiva o una casa nueva, por ejemplo.

Del mismo modo que el dolor está presente solo en la transición, el placer también solo existe, por tiempo limitado, cuando salimos de una situación peor para otra mejor. Poco tiempo después de estrenar nuestro reloj nuevo, éste perderá la capacidad de darnos placer, dejándonos tan indiferentes como el viejo – que precisamente por esto hemos querido cambiar. Como dice el refrán popular, ¡no hay mal que siempre dure ni bien que nunca se acabe!


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flavio
Flávio Gikovate é um eterno amigo e colaborador do STUM.
Foi médico psicoterapeuta, pioneiro da terapia sexual no Brasil.
Conheça o Instituto de Psicoterapia de São Paulo.
Faleceu em 13 de outubro de 2016, aos 73 anos em SP.

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