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El momento de dejarlo

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 02/03/2014 10:51:20


por Tom Coelho - [email protected]

​Traducción de Teresa - [email protected]

​"Por un clavo se pierde una herradura,
y por una herradura un caballo,
y por un caballo un caballero".
(Fray Luis de Granada)​


La ambición es cosa buena. Ella despierta nuestros deseos, promueve el comprometimiento, estimula la perseverancia. Nos hace más fuertes y nos hace buscar la superación. Por la ambición conquistamos más posesiones y más poder. Nos sentimos más ricos, más guapos e incluso más libres. Lo que la estropea es la avaricia.

Como todo en la vida que se desgaja de la ponderación del equilibrio, la ambición desmedida evoluciona hacia la codicia. En esa fase, el deseo se vuelve avidez; el comprometimiento, obsesión; la perseverancia, terquedad. Las posesiones denotan opulencia; el poder, prepotencia. La libertad se esfuma y renace como fénix, enjaulada.

El problema es una cuestión de proporción. En la escalada hacia el progreso, no sabemos - o no aceptamos - que es hora de parar.

En la vida personal, defiendo la tesis de que las relaciones amorosas, por ejemplo, tienen plazo de caducidad. Y me alineo con los votos sagrados de "hasta que la muerte nos separe" juramentados en la celebración de los casamientos. El punto es: ¿de cuál muerte estamos hablando? La gente opina que se trata de la muerte física. Prefiero interpretarlo como la muerte del sentimiento.

Todo comienzo de relación es mágico. Es cuando se practica el juego de la conquista y de la seducción. Nuestros actos son orquestados, y las palabras elegidas de forma meticulosa. Mostramos lo que tenemos de mejor: nuestra vida es virtuosa, nuestros valores son nobles y nuestros hechos son admirables. Vestimos las mejores ropas, usamos los más agradables perfumes. La piel muestra lozanía; los ojos, brillo; la sonrisa, autenticidad.

Los ambientes por donde circulamos son acogedores. La bebida parece siempre helada, aunque sea un coñac, y la comida siempre sabrosa, aunque no se la consuma.

Todo esto sucede porque estamos envueltos en una atmósfera de encantamiento y sinergia, embelesados por la eficiencia del diálogo, que corre fácil, puesto que hay mucho por decir, años para compartir. Queremos en un par de horas desnudarnos, no sólo de las ropas, sino de nuestra historia personal, mostrando quiénes somos, de dónde venimos y a dónde queremos ir - y el destino reserva lugar al interlocutor, la figura amada, casi inanimada, que nos sonríe.

El proceso es el mismo para hombres y mujeres. Difieren las estrategias, las tácticas, pero no los propósitos.

Transcurrida esa etapa se consuma la conquista. Bocas que se encuentran, brazos que se enlazan, cuerpos que se encienden. Y entonces, se vive el romance que nutre y ciega. El horizonte se retrae.

La estabilidad conduce la relación a mares tranquilos y la ausencia de oleaje revela lo que antes no se podía vislumbrar. Descubrimos - y revelamos - que las virtudes conllevan defectos, que la amabilidad está sazonada con eventual intolerancia y que las gentilezas son gratificadas con la frialdad.

Es en ese momento cuando se establecen los límites entre pasión y amor. Es cuando la unión madura. Entonces, percibimos que el beso ardiente y el sexo placentero son imprescindibles, pero no lo único. El diálogo adquiere nuevos temas, pero no se pierde. Y notamos, como bien indicó Gabriel García Márquez, que amamos a quien está con nosotros, no por quien esa persona es, sino por la persona en que nos convertimos estando con ella.

Ahora, se trata de mantenimiento. De conquistar un poco más cada día - o todo nuevamente.

Pero la naturaleza nos ha reservado un mundo dual. Día y noche, caliente y frío, yin y yang. Y, no raramente, las relaciones no sólo se desgastan, sino que se agotan. Cesa el calor del beso, las miradas se desvían, los diálogos se vuelven fútiles. Primero, la discordia. Después, el conflicto. Por último, el enfrentamiento. Convertimos nuestras cabezas en un cementerio de recuerdos y pasamos a cultivar toda clase de sentimientos negativos. El conjunto viene completo, con resquemores, resentimientos, infidelidad, desamor y tristeza. Esperamos resueltamente llegar a extremos para tomar la decisión de la separación, que podría haber florecido cuando aún quedaban respeto y admiración mutuos.

No sabemos terminar.


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