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Hablando de fe

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 08/11/2010 14:39:29


por Claudia Gelernter - [email protected]

Traducción de Teresa - [email protected]

Las personas me preguntan, alguna que otra vez, cómo podríamos conseguir superar ciertas pérdidas sin enfermar.

Pregunta relevante, respondo siempre, para después pasar a ponderar algunos puntos.

Cierto es que algunas pérdidas, o mejor, ciertas despedidas son extremadamente dolorosas, llevándonos a un estado de tristeza tan profundo que salir de él requiere tiempo, paciencia, resiliencia. No debemos ni podemos suponer que, una vez espiritualizados, creyentes en la vida después de la muerte, estaremos exentos de los dolores del “hasta no sé cuándo”. Pues bien, ¿quién es aquel que ama y no siente la separación, aunque sea momentánea, del objeto de su amor?

Sí, vamos a sufrir. Esto también forma parte de la lucha por aquí. Pero no solo de dolor viviremos. Hay un ingrediente que puede marcar la diferencia para aquellos que están viviendo este grave momento: se trata de la fe.

Pero déjame explicarlo mejor, pues he visto a personas que tenían cierta confusión con esta palabra.

Fe no es conformismo. No es obediencia, tampoco palabras aprendidas de memoria para decirlas en momentos complicados. No. Fe es convicción que sostiene. Es el “nunca estoy solo”, incluso cuando todo en torno nos parece soledad y tristeza. Es, además, la fuerza que surge cuando más la necesitamos, incluso sin que sepamos a ciencia cierta de dónde viene.

Hay una pequeña historia ocurrida hace dos mil años, que habla sobre este tipo de fe. Se refiere a un muchacho llamado Bartimeo, ciego de nacimiento, que mendigaba en la ciudad donde vivía, de nombre Jericó. Gracias a algunas leyes consagradas dentro del Pentateuco mosaico, la caridad para con aquel tipo de problema físico no era común en su pueblo.
Se creía, por ejemplo, que un hijo debía pagar por el pecado de los padres. Siendo así, si Bartimeo nació ciego, sin haber tenido tiempo para cometer errores, estaba claro como el día que se trataba de algún pecado mayor de sus progenitores, no perdonado por Jehová [Éxodo, 20:5]. También en el Levítico, uno de los libros sagrados del citado Pentateuco, encontramos la siguiente orden: “Ninguno de tu estirpe según sus generaciones que tenga una deformidad corporal se acercará a ofrecer el pan de tu Dios. Ningún deforme se acercará, ni ciego, ni cojo, ni mutilado, ni monstruoso, ni quebrado de pie o de mano, ni jorobado, ni enano ni bisojo, ni sarnoso, ni tiñoso, ni hernioso.” [Levítico 21, 17-20]. Siendo así, los problemas del ciego serían de él para con Dios. Que los resolviese junto al Creador.

Bartimeo vivió durante muchos años de la mendicidad, hasta que oyó comentarios de que Jesús pasaba junto a los muros, saliendo de la ciudad. Inmediatamente empezó a gritar: “¡Jesús, hijo de David! ¡Ten piedad de mí!”Los hombres que acompañaban al Maestro le reprendieron, ordenando que se callase. ¡Pero nada! Se puso a gritar más fuerte. “¡Jesús, hijo de David! ¡Ten piedad de mí!” Mandó que lo llamasen. El ciego, resuelto, abandona su capa y sigue, guiado por los mismos hombres que antes le habían reprochado. Habiéndose acercado, Jesús le pregunta: “¿Qué quieres que yo haga?”Y él, sin tardanza, responde: “¡Rabí, que yo vea!” Entonces, bendiciéndolo y curando sus ojos, el Maestro dice: “Tu fe te ha salvado”.

Incluso ante la falta de compasión de aquellos hombres, incluso con dificultades para llegar hasta Jesús, Bartimeo no desiste. Y más: se dirige a Él como hijo de David, lo cual equivale a decir [a causa de las profecías anteriores] que admitía ser Él [Jesús] el Mesías esperado por los judíos. Bartimeo tenía fe; la fe que cura. La convicción inamovible que le dio fuerzas para continuar, a pesar de las fuerzas contrarias.

No usó de largas narrativas para pedir. Fue simple, claro, objetivo. Sabía lo que quería. Su meta no era mostrarse como un pobre infeliz, lamentándose, sino dejar de ser un individuo al margen de la sociedad, solamente eso.

Estudiando esta pequeña historia en el hoy, creo que los verdaderos ciegos eran aquellos hombres, todos los que estaban allí sin hacer nada por su hermano caído, criticándolo solamente. Bartimeo tenía visión Espiritual. Sabía quién era Jesús y qué es lo que Él podría hacer, por él y por el mundo. Tenía fe.
Y es de esta fe de lo que hablo. La fe que, incluso frente al dolor profundo de la pérdida de un ser querido, nos mantiene firmes en la jornada, seguros de que en todo hay un propósito mayor, que nos hace crecer, aunque no siempre sepamos cuál pueda ser.

Si tú, apreciado lector, aún no te percibes poseedor de esta fe, puedes procurar desarrollarla. Kardec decía que la fe, para ser verdadera y firme, ha de ser razonada. Estudia, procura filosofar sobre el mundo, sobre la vida, la muerte, sobre ti, sobre los objetivos de la humanidad. Lee. Busca respuestas. Las personas que no piensan acerca de sí mismas pasan la vida sin construir buenos cimientos. Al igual que no lograremos colocar el tejado sin antes haber levantado las paredes, tendremos que cuestionar para llegar a algunas respuestas. Y cuando éstas formen sentido, la fe empezará a fortalecerse… antes incluso de haberla percibido.

Y es con ella como lograremos continuar en la lucha, pese a los gritos del mundo, y a los dolores del camino.


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