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¡Hijo mío, yo veo espectros!

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 23/09/2011 14:48:12


por Flávio Bastos - [email protected]

Traducción de Teresa - [email protected]

Durante toda su vida, mi madre fue una persona centrada y racional, tipo “pies en tierra”. Mientras tuvo salud frecuentó las misas de la Iglesia Católica y educó a sus hijos basándose en preceptos cristianos y valores ético-morales heredados de la educación parental.

Era persona honesta y de principios definidos. Al final de la vida, cuando su salud ya declinaba debido a la edad avanzada, todavía se mantenía lúcida y racional.

Sin embargo, desde unos tres días antes de su paso al plano espiritual, empezó a ver desencarnados y a hablar con ellos. Eran espíritus que habían sido sus familiares en la vida actual, que venían a visitarla a la clínica geriátrica donde se encontraba.

Según el relato de su cuidadora, era en estado de vigilia y durante el sueño cuando se intensificaban los diálogos con sus familiares fallecidos, siendo que los contactos se establecían, básicamente, con su padre, un hermano y una hermana que venían a prepararla para la “partida”. Sin embargo, en ciertos momentos ella se mostraba inquieta ante la situación, pues su conjunto de creencias le impedía aceptar con naturalidad la “experiencia anticipada” de contacto con sus seres queridos.

Muy apegada a la familia de la Tierra, cuestionaba su partida, alegando a los “visitantes” que aún no era el momento de partir. A decir verdad, manifestaba algo de miedo por el nivel de esas experiencias, para ella inédito.

Durante el día, las experiencias disminuían considerablemente, pero volvían por la noche, tanto que ella se resistía al sueño. No eran pesadillas, sino experiencias que chocaban con el conjunto de creencias construidas en una vida, cuya vivencia espiritual más intensa tendría lugar solamente tras la muerte del cuerpo físico.

Con todo, aun estando algo confusa por los acontecimientos de los tres últimos días, que alternaban “momentos de lucidez con momentos de alucinaciones”, como referiría más tarde un psiquiatra del departamento de urgencias hospitalarias en su último día de vida, ella se mantenía extremadamente lúcida, y sabía distinguir una cosa de la otra, o sea, lo que era de la dimensión física y lo que era de la dimensión espiritual…

Y en urgencias hospitalarias, tras pasar por varios exámenes médicos, en la tentativa de encontrar el origen de su falta de aire y su sensación de debilidad, los cuales nada grave revelaron respecto de sus condiciones orgánicas, fue donde terminaron encaminándola al sector de psiquiatría del hospital.

En silla de ruedas, atendida por el psiquiatra de guardia, enseguida contestó a su interrogatorio diciendo: “Hijo mío, yo veo espectros y oigo voces”. A partir de ese momento, el conjunto de creencias del médico prevaleció en el manejo de la situación, siendo que las posibilidades barajadas para ese momento fueron: crisis psicótica o síntomas demenciales, lo cual exigía que al día siguiente se fijase una cita con otro psiquiatra, para su debida evaluación.

Conociendo a mi madre en relación a su historial de vida y al de las generaciones de sus padres y abuelos, que no presentaban casos de psicopatologías estructurales o enfermedades neurodegenerativas, enseguida deduje algo de lo que ya estaba casi seguro: que sus experiencias de los últimos días eran reales, aunque ella hubiese tratado el tema de manera huidiza.

De regreso a la clínica geriátrica, tras un fatigoso día de exámenes que no revelaron nada grava a nivel orgánico, aún bromeé diciéndole que al día siguiente la llevaría a un centro espírita para que le diesen unos pases. Esbozando una ligera sonrisa, contestó con cierta dificultad en el habla, pero no en el razonamiento: “Hijo mío, tú con tus creencias, y yo con las mías…”

Mi madre desencarnó exactamente una hora después de haberla dejado en su cuarto, bajo los cuidados de la enfermera de la clínica. Y según el relato de ésta, fue un tránsito rápido y tranquilo: “Fue como el apagarse de una vela”, dijo.

COMENTARIO

La situación que experimenté ese día de acompañamiento a mi madre, revela en sus bastidores un choque de creencias que partió de tres puntos distintos: de ella misma en relación a su creencia religiosa. Del psiquiatra, representado en el materialismo científico. Y de mí, representado en la creencia en la reencarnación y su desdoblamiento en las dimensiones física y espiritual.

Con todo, independientemente de nuestro conjunto de creencias, la espiritualidad superior, al evaluar a un espíritu que se encuentra a punto de desencarnar, toma en consideración la vida que esa persona ha llevado en sintonía con las leyes que rigen la vida inteligente en el universo.

En tal sentido, cada caso es un caso a evaluar. En la situación descrita, hubo merecimiento para que la persona fuese preparada para la transición. Y lo que ocurrió fue, realmente, una preparación en que el plano espiritual estuvo representado por seres queridos de la persona y por los espíritus responsables de la transición. La “muerte”, provocada por una parada cardio-respiratoria, fue el medio rápido y tranquilo para que el espíritu se desprendiese de otra experiencia más, en la realidad física.

Concluyo mi comentario afirmando que su mayor ejemplo fue haber dejado a sus familiares una herencia de inestimable valor: la rectitud de carácter. Por este motivo se explica su mérito final.


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