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INTERVENCIÓN DE LOS ESPÍRITUS EN EL MUNDO FÍSICO - Parte II

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 28/09/2015 09:44:42


por Maísa Intelisano - [email protected]

Traducción de Teresa - [email protected]

SI, pese a todo, tenemos malas intenciones aunque por fuera demostremos bondad, nuestro íntimo estará expuesto al plano espiritual y nuestras intenciones serán conocidas por los desencarnados, siendo que atraeremos a aquellos que piensan como nosotros, que tienen sentimientos y pensamientos íntimos idénticos a los nuestros, aunque nuestro exterior sea completamente diferente del suyo.

Así, vemos que podemos, teóricamente, escondernos de los encarnados, pero jamás podemos escondernos completamente de los desencarnados. Nuestras energías nos denuncian a cada pensamiento que emitimos, a cada sentimiento que generamos. Nuestras energías son nuestra identificación espiritual y nada puede camuflarlas.

Los espíritus inferiores intentan inducirnos al mal por varios motivos, como envidia, celos , ignorancia, maldad, odio, venganza, despecho, liviandad, etc. Y Dios permite que lo hagan para que nosotros podamos practicar nuestra fuerza de voluntad y nuestra capacidad de discernimiento, aprendiendo a elegir lo que está bien y es mejor.

En ningún momento, sin embargo, estamos completamente a merced sólo de espíritus inferiores. Dios también coloca a nuestro lado espíritus de luz para que también podamos recibir las influencias del bien. Bajo ambas influencias, no obstante, sólo a nosotros incumbirá elegir a cuál de ellas queremos seguir. A partir de esa elección estaremos intensificando la actuación de esos espíritus en torno a nosotros, y también abandonando la influencia opuesta y alejándonos de ella.

Cuando nos ponemos voluntariamente al lado de los espíritus de luz, elegimos vibrar en el bien, y automáticamente salimos de la frecuencia de aquellos que intentan hacernos vibrar en el mal, elegir el error. Saliendo de su frecuencia, se les va haciendo cada vez más difícil alcanzarnos y lograr ejercer su influencia sobre nosotros, hasta que con el tiempo y la frustración ellos se cansan y desisten de intentar hacernos caer en el error.

En este caso, dos cosas son posibles. O simplemente se alejan, buscando otro objetivo más fácil, vulnerable y obediente a su influencia negativa, o ellos también se modifican poco a poco, cambiando su manera de pensar, sus intereses, sus objetivos, etc., pasando de enemigos o antagonistas a amigos y colaboradores.

En el segundo caso, a nosotros corresponderá, aparte del mérito por la victoria contra el mal que había en nosotros, el mérito por haber logrado ayudar a alguien más a crecer, a esclarecerse y a evolucionar. Con toda seguridad, será otro amigo más que habremos traído a nuestro lado, con quien podremos siempre contar en los momentos en que necesitamos ayuda.

Posesos

La posesión propiamente dicha no existe, puesto que no le es posible a un espíritu desencarnado tomar o entrar en el cuerpo de un espíritu encarnado. El cuerpo pertenece al espíritu que en él se encarnó, del cual sólo se desligará en el momento de su muerte.

Sin embargo, cuando la influencia espiritual es muy intensa y profunda, tenemos lo que los medios religiosos han convenido en llamar posesión, o sea, la persona encarnada pierde la capacidad de mando sobre su propio cuerpo, quedando a merced de las sugestiones mentales del espíritu que la persigue.

Muchas veces esa influencia es tan profunda que se hace difícil distinguir una consciencia de la otra, tan grande es la interrelación entre ambas. Es como si la mente subyugada quedase en total dependencia de la mente externa que la subyuga, siendo incapaz de pensar por sí misma.

Pese a todo, un proceso como ese nunca es desencadenado sin que la “víctima” esté en connivencia de alguna forma, sin que haya dado alguna oportunidad para que el proceso se iniciase y se hiciese más profundo.

Siendo así, el proceso sólo podrá deshacerse en la medida en que la propia “víctima” cambie interiormente, modificando sus actitudes mentales y sus sentimientos, de manera que el perseguidor ya no encuentre dónde apegarse para continuar su trabajo de posesión y desestructuración emocional de la “víctima”.


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