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La importancia de la oración

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 17/05/2011 09:57:58


por Ana Person - [email protected]

Traducción de Teresa - [email protected]

Hay innumerables razones por las cuales la oración se hace importante, y la mayor parte de las personas tiene conocimiento de ellas, aunque sea solo intuitivamente.

Hace unos meses, cuando inicié esa jornada, una amiga me preguntó si yo rezaba y muy sinceramente le contesté que no. Como el ser altamente espiritualizado que es, ella se mostró prontamente sorprendida. ¿Cómo yo no rezaba? Ciertamente es extraño que una persona de fe afirme que no reza ¿no es cierto?

Pues bien, en aquel momento le había dado la respuesta más sincera que tenía, yo no sabía precisar el motivo, solamente no rezaba. De ahí, como siempre que me encuentro frente a una pregunta sin respuesta, pasé a examinar la cuestión profundamente.

Hoy soy capaz de contestarla y he decidido compartir con vosotros esa respuesta, pero antes me gustaría exponer algunas consideraciones. Es cierto que cada cual desarrolla a lo largo de la vida una relación muy particular con Dios. Hay quien diga que la relación que tenemos con Él es muy semejante a la que tenemos con nuestro propio padre. Y aunque no pueda afirmar que esto se aplique a todos, conmigo eso se muestra verdadero.

Algunas personas tienen normas para relacionarse con Dios, evitan pedirle cosas o solo piden en casos de enfermedades; otras evitan pedir resoluciones respecto de relaciones; algunas no piden nada, tan solo agradecen, y considero que no hay error ni acierto en tales relaciones, con tanto que sea el corazón quien las comande.

Hace años, cuando perdí a mi madre, rompí con Dios. Mi crisis de fe era tal que abdiqué de todo y pasé, incluso, a flirtear con el ateísmo. En aquel momento ese propósito me sirvió y sinceramente no me arrepiento de ello, pues a pesar del tiempo que me mantuve alejada de mí misma por puro rencor, también con eso he aprendido mucho.

Mi reaproximación a la fe no se produjo de modo traumático ni de ninguna forma particular que valga como una bella historia, el caso es que con el paso de los años mi enojo y mis resistencias han ido cediendo. A medida que yo elaboraba mi duelo, las cosas se asentaban en mi cabeza y de pronto me encontré aún más confiada de lo que había sido. Fin de la historia.

Hasta la parte en que el camino fue naturalmente trazado, todo bien. No había ningún comprometimiento, tan solo la antigua creencia de que había una dimensión mayor para la existencia, que todo lo que había en el mundo no se podía reducir a compromisos y facturas que pagar. De esa inquietante certeza vino entonces la decisión por el camino y un buen día me sorprendí en medio del trabajo rezando bajito para que me fuese mostrada la senda, la misión que yo había venido a cumplir aquí.

En otra ocasión os contaré en qué forma me vino esa respuesta. Ahora diré tan solo que aunque en ese día esporádico yo hubiese orado eso no volvió a repetirse, al menos no con frecuencia. Mi relación con Dios era del tipo de haz tu parte que yo haré la mía y yo no veía motivo alguno para ponerme de rodillas a pedir cosas que muy bien podía hacer yo sola.

Ocurre, amigos míos, que aunque normalmente la vida corra bien, hay días en que uno realmente necesita rezar, aunque no sea más que para constatar que no es posible hacerlo todo solo, o para dejar correr alguna lágrima suelta y sacar de ahí algún alivio.

Entonces os diré el motivo por el cual hoy rezo todas las noches: buena parte de nuestra creencia está sostenida por la mente racional y eso no puede ser negado. Si nuestro sistema de valores no abre espacio, la fe no se solidifica. Si nuestra razón no cede para acomodar el misterio, nuestras conclusiones acaban por rechazar lo divino.

Entonces, por más que se crea, cuando nos mantenemos alejados, cuando evitamos sistemáticamente o simplemente olvidamos rezar, nuestra mente va poco a poco registrando ese movimiento, va recordándonos inconscientemente que nos olvidamos de agradecer. Entonces un día tú necesitas amparo, el fardo se te hace demasiado pesado y te duelen los hombros, recurres a Dios en una plegaria sincera, pero una parte pequeñita y escondida de ti te dice en susurros que no mereces lo que estás pidiendo, que no tienes ese derecho, que lo que estás pasando es fruto de tu propia ingratitud.

Así acabas por aceptar una injusticia o un dolor sin protestar y esto puede convertirse en costumbre. Las costumbres, como sabemos, son difíciles de cambiar…

Al principio os dije que mi relación con Dios se parece a mi relación con mi padre y lo explico. Mi padre decía una cosa que hoy me cala hondo: “haz lo que te pido y tendrás de mí lo que quieras”. Es así, exactamente así como me relaciono con Dios hoy, hago todo lo que me pide el corazón y cuando necesito algo que está fuera de mis posibilidades, se lo pido a Él sin ningún pudor.

Gracias a una amiga que muy generosamente se dio al trabajo de preguntarme si yo rezaba. ¡Ahora sí rezo, Ángela!


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