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LIBERTAD INTERIOR

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 08/10/2012 11:40:09


por Carmem FARAGE - [email protected]

Traducción de Teresa - [email protected]

Ante la libertad externa alcanzada, de nuestra capacidad de observar cada vez desde más cerca el mundo que nos rodea, nos preguntamos: ¿qué es lo que todavía nos sujeta? ¿Por qué no somos todos libres? ¿Por qué no somos todos hermanos? ¿Qué es lo que aún nos somete? ¿Cómo permitimos que todavía haya guerra, hambre, intolerancia religiosa? ¿Qué amarras son esas que nos atan a conceptos egoístas? ¡Ha llegado el momento inevitable de depararnos con nuestras propias emociones! Son ellas lo que nos sujeta y nos impide ser libres.
Lo que sabemos acerca de nosotros mismos ¿ha sido suficiente para recorrer un sendero pleno de realizaciones? ¿He llegado a ser maestro de mis propias emociones? ¿Soy yo quien controla mis emociones, o son ellas las que llevan las riendas de mi vida? Veo a diario como las gentes sucumben a la ira, el miedo, el sentimiento de culpabilidad, la pereza frente a la propia ignorancia, las dificultades para lidiar con los deseos efímeros que traen los pequeños placeres: comida, bebida, drogas, sexo lamentaciones, victimizaciones, refutación o negación de los propios errores y dificultad para admitirlos y absorberlos como experiencia, etc.

La buena noticia es que ha llegado el momento de la liberación. Solamente después de que los navíos zarparon de los muelles allá en la Edad Media, desencadenando una libertad de acción en el mundo, hemos podido toparnos con las diferencias culturales e individuales, lo cual nos ha llevado a la necesidad de convivencia con nuestros hermanos diferentes de nosotros. Esta dificultad nos lleva a las amarras internas que impiden a nuestro espíritu zarpar del puerto de la materia.
Si ya sabemos que es así y aún no estamos en la senda de nuestra liberación interior, no pensemos que hay algo equivocado en nosotros. El camino ha de hacerse precisamente en etapas. Y esto no es sencillo. Tenemos muchas informaciones, pero no sabemos muy bien qué hacer con ellas. Vemos a la mayoría de la gente debatiéndose aún contra lo obvio, aferrándose todavía a un escepticismo perverso que se vuelve contra la propia persona, pero que los mantiene en la ilusión de la felicidad fácil que se compra en el centro comercial.
Para aquellos que han despertado y no saben muy bien cómo hacer que las cosas funcionen de manera diferente a la gran masa, debemos encontrar una forma en la cual nos hallemos caminando en otra dirección: ¡aquella que nos sacará de la ilusión de este mundo material y nos liberará de la rueda encarnatoria!

Está claro que esto que escribo aquí no es nuevo. Desde tiempos inmemoriales los grandes maestros dicen las mismas cosas: tenemos que purificarnos, hacernos más sutiles, mejorar nuestra “energía” hasta alcanzar un estado de conciencia mejor de lo que ha sido posible en este planeta.
Y lo que estamos viendo son personas apegadas a conceptos religiosos, en una tentativa insólita de pasivamente alcanzar el “reino de los cielos”.
¡No! ¡No podrá ser de forma pasiva! Debe ser de forma pacífica, pero no pasiva. ¡Tendremos que modificarnos! Como seres imperfectos que somos, la única modificación que tendremos que hacer será en nosotros mismos. Y tendremos que hacerlo solitos. Somos, de hecho, nuestros peores enemigos.
Encarar los propios defectos no es fácil, ni sencillo. Hay toda la cuestión del inconsciente que nos sabotea. Somos seres deseadores. Vivimos por el principio del placer.

“Las fuerzas de disminución son nuestras verdaderas pasividades. Su número es inmenso, sus formas infinitamente variables, su influencia continua. En cierto sentido es de poca importancia el que se nos escapen las cosas, porque siempre podemos imaginar que éstas volverán a nuestras manos. Lo terrible para nosotros es el escapar nosotros a las cosas por una disminución interior e irreversible.

Humanamente hablando, las pasividades de disminución internas forman el residuo más negro y más desesperadamente inutilizable de nuestros años”.
– Lo dijo Teillard de Chardin.

¡A lo largo de la historia del hombre en el planeta Tierra, desde las cavernas, hemos visto a nuestra raza salir de un estado bruto, animal, para lentamente alcanzar la divinidad en nosotros! Es necesario liberarnos de las ataduras que nos prenden al mundo material. Estamos ya bastante avanzados en las tecnologías, pero aún no sabemos quién vive en nosotros; ese otro YO que necesita ser comprendido y sanado.
Todos conocemos fórmulas externas que se nos presentan para que la transformación se procese. Es indiscutible su valor. Todo lo que hagamos, sea lo que fuere, servirá de amparo a nuestro frágil ego. Podemos rezar, cantar mantras, danzar, cocinar para Dios, encender velas, hacer cultos, frecuentar misas, sermones… Pero conocemos a muchos que, aun practicando todos esos rituales, comprueban que la teoría en la práctica es otra cosa. Pero ¿qué es lo que Dios espera realmente de nosotros?

En un diálogo con Dios, Teillard de Chardin dice: “Otrora, se acarreaban para vuestro Templo las primicias de las cosechas y la flor de los rebaños. La ofrenda que esperáis ahora, esa de que tenéis misteriosamente necesidad cada día, para aplacar vuestra hambre, para calmar vuestra sed, es nada menos que la evolución del mundo impelida por el devenir universal”.
Hoy tenemos instrumentos suficientes para comprender las leyes que rigen el universo. ¿Quién se interesa por ellas? Y cuando alguien va a los medios de comunicación a hablar sobre lo extra-natural… ¡Escándalo! Enseguida se le tacha de loco.

A fin de cuentas ¿qué queremos? ¿Qué esperamos de la vida? ¿Qué nos trae paz? ¿Cuál es el propósito de la existencia humana en este planeta finito? ¿Qué estamos haciendo con las informaciones que nos dan los científicos, de que la Tierra se está agotando?
Bueno, no podemos modificar al otro, por tanto no podemos modificar el mundo. Pero podemos y debemos modificarnos a nosotros mismos. Podemos y debemos observar qué hacemos mal en las pequeñas cosas de nuestro cotidiano conturbado. Si cada cual cuida de sí, el mundo se transforma. No podemos esperar a que el mundo cambie para hacer aquello que sabemos correcto. ¡Tenemos que modificarnos ahora! Hacer esto cada cual por sí, sin disculpas. ¿Cómo puedo exigir un mundo bueno, si no hago lo que debo por mí mismo? Entonces, deja de quejarte y… manos a la obra.
¡Mueve los pies del suelo, CAMBIA!En cuestiones energéticas, mentales y espirituales, lidiamos con hipótesis. Ya he prescindido de confiar únicamente en lo que está comprobado por la ciencia material. La ciencia tiene límites. Sus límites son la materia en tres dimensiones. Pues bien, hace más de cien años que tenemos el legado de Einstein y de Freud quienes, juntos, nos hablan de algo más allá de la materia visible: El tiempo es relativo, el pensamiento se propaga en ondas y nuestra mente no es nuestro cerebro.
La mente no puede ser medida por ningún instrumento científico y, pese a ello, pensamos. ¿Qué hay aparte del cuerpo? ¡La mente, claro! ¡Pero ésta no puede ser vista! Podemos hacer tomografías por computador, las más avanzadas, pero no encontraremos los pensamientos. Sin embargo, no solo existen, sino que además determinan nuestra calidad de vida.

Y ahora ¿qué se hace? ¿Lo descartamos todo por no ser posible comprobarlo? ¿O aprendemos a lidiar con hipótesis y a esperar a que el universo nos dé respuestas por medio de nuestra percepción e intuición, que ciertamente se irá abriendo, a medida en que nos abrimos nosotros a las hipótesis?

“Solo tenemos que creer. En seguida, poco a poco, veremos cómo el horror universal se relaja y nos sonríe”. Teillard de Chardin.


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