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¡Lo Cotidiano sin Estrés!

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 15/05/2013 10:32:18


por Carmem FARAGE - [email protected]

Traducción de Teresa - [email protected]

En nuestra lucha por la vida, nosotros, los seres humanos, nos encontramos con momentos de dificultades que, en mayor o menor grado, pueden resultar en una amenaza para el mantenimiento y el equilibrio de la vida. Ante una dificultad, en un momento de tensión o de riesgo para la integridad, el organismo se prepara para enfrentarse al peligro. En su preparación, él promueve una serie de modificaciones internas, que pueden ser entendidas como mecanismos de ajuste para la lucha. Dependiendo de la intensidad del esfuerzo y de la constancia exigida, el organismo podrá:

Volver al equilibrio normal, o necesitar un cierto período (aparte los recursos o los cuidados especializados) para alcanzar su recuperación o sucumbir totalmente; tener parte de sus órganos y sistemas comprometidos.
A esto vamos a llamarle Síndrome de Stress: Conjunto de reacciones – orgánicas y psíquicas – que son resultantes de uno o más estímulos capaces de amenazar la integridad de la vida.
Podemos distinguir tres fases distintas del estrés: 1 – reacción de alarma; 2 – fase de resistencia y 3 – fase de extenuación.

En la fase de alarma, en una situación de peligro o susto, como al ladrar un perro agresivamente cuando pasas desavisado frente a un portal – uno se ve teniendo una reacción de tensión, en la cual el organismo pone en marcha la fabricación de sustancias como la adrenalina, que hace al corazón latir más fuerte y rápidamente, la respiración se vuelve acelerada y el organismo procura liberar calor (sudando frío). El estómago, al tener que interrumpir su trabajo para ahorrar energía, origina la clásica sensación de frío en la barriga.
De ese modo, las manos sudadas, la taquicardia, la respiración jadeante, el dolor en la barriga, el temblor en las piernas, la hipotonía (pérdida del tono muscular) y la hipertermia (aumento de calor en el cuerpo) son síntomas en un primer momento de alerta. Paralelamente a tales reacciones, la presión arterial puede elevarse, y los niveles de glucemia en la sangre tienden a aumentar.
Superado el riesgo, el organismo tiende a volver al ritmo normal.
Sin embargo, no siempre el peligro puede ser superado de inmediato. Entonces, el organismo se prepara para resistir.
En esta fase puede parecer que todo está bien, pero el organismo continúa trabajando en régimen forzado.
La temperatura, antes alterada, puede volver a lo normal. La hipotonía podrá ser sustituida por la rigidez muscular y las palpitaciones cardíacas se estabilizan en un ritmo entre 20 y 30% más acelerado que lo normal. La digestión va más lenta y la tensión arterial también se estabiliza en niveles altos, que de tan comunes pasan a ser considerados normales.

Los dolores de espalda, de cabeza, insomnio o dormir demasiado, la mala alimentación pueden ser indicativos de un período de resistencia.
Puede ser muy difícil identificar la resistencia. Es fácil a veces comentar un susto que pasamos al presenciar un accidente, por ejemplo. Pero puede ser difícil tomar conciencia de una dificultad conyugal que nos amenaza en el día a día o de una situación emocional antigua, de la cual ya ni nos acordamos, pero que continúa actuando en nuestro inconsciente.

De ese modo se corre el riesgo de pasar a la extenuación, en la cual los síntomas vuelven a ser semejantes a la fase inicial de alarma.
Dependiendo de las características de cada individuo, la extenuación podrá expresarse como: lesión, parálisis o agotamiento de determinados órganos o tejidos específicos del cuerpo, pudiendo incluso, en casos extremos, llevar a la muerte.

Podemos entender la extenuación como un agotamiento generalizado, cuando bajan las defensas del organismo y sus sistemas quedan desarticulados.
Todos estamos sujetos al estrés: bien por las condiciones externas de vida (calidad de vida) o por condiciones internas (historia familiar de conflictos, principalmente en la niñez) que permanecen en el inconsciente, como decía Freud, proliferando en la oscuridad.
Vale recordar los principales síntomas del estrés:

- Cansancio constante;
- Irritabilidad;
- Dificultades de concentración;
- Pérdida de memoria;
- Pérdida o exceso de apetito;
- Insomnio o sueño exagerado;
- Fluctuaciones del estado emocional;
- Fobias (miedos aparentemente infundados);
- Desmotivación;
- Pérdida de la creatividad;
- Pérdida del interés sexual;
- Problemas gastrointestinales;
- Dolores de cabeza, jaquecas;
- Vulnerabilidad (bajada de las defensas orgánicas o psíquicas);
Sería imposible enumerar todos los agentes de estrés.

Nuestro cuerpo puede absorber o expresar las tensiones o conflictos por los más diversos canales. Una presión emocional intensa puede manifestarse en un niño, por ejemplo, a través de una crisis de asma. La sensación de opresión, de ahogo, se manifiesta en el tórax, especialmente en los bronquios.
La vida psíquica es, por lo regular, la gran responsable por el estrés. Porque normalmente no tenemos posesión o conciencia de nuestra vida interior.
La persona que se reconozca estresada, ya sea en forma de confusión mental, ansiedad, depresión o pánico, debe aprender a servirse de las armas que poseemos y que no son muchas. Dependiendo del grado en que se encuentre, es aconsejable un apoyo farmacológico, siempre que se entienda que el estrés es la señal de alarma de que algo no va bien. Y que obviamente, si acabamos con la señal, estamos sujetos a ocultar la vía que nos llevará a los factores desencadenantes.

El arma más poderosa que tenemos es nuestro EGO. Nuestra razón, nuestra personalidad. Tenemos entonces que aprender a prestar atención a nuestros sentimientos y a ligarlos a nuestros síntomas. El proceso de autoconocimiento es fundamental para fortalecer el ego. La mayoría de las veces vivimos como si no tuviésemos pasado o como si el pasado no importase en el presente. Dominar nuestra historia es fortalecer el ego. Es fortalecer la razón para dominar la emoción. A menudo, principalmente si nuestros conflictos nos remiten a la infancia, necesitamos ayuda de un profesional – psicólogo o psicoanalista – para reorganizar nuestro interior. Es muy difícil que uno solo logre sobrepasar la barrera del inconsciente.
La otra arma que poseemos es la calidad de vida.La búsqueda de cierto equilibrio en lo cotidiano. Alternar la rutina con el esparcimiento. Esto es muy importante. No penséis que cuando estamos estresados debemos acabar con la rutina. Muchas personas piensan que si paran de trabajar, o si lo dejan todo para irse a unas largas vacaciones, estarán acabando con el estrés. A decir verdad, lo correcto es buscar un equilibrio constante. Lo ideal es poder trabajar bien en aquello que más nos gusta y obtener compensación económica por ello. Es cierto que no siempre es posible. Pero no debemos renunciar a encontrar una solución. Para cada caso hay una solución. La rutina es imprescindible. Debemos mantener la rutina con placer. Hay que establecer organizadamente los días rutinarios, sin olvidar las aficiones. Invertir en el ambiente familiar, hacer de nuestro espacio físico un lugar agradable, donde se sienta placer en llegar y relajarse de la rutina.
Llevar una vida sana, con buenos hábitos de alimentación, sin vicios, mantener contacto con la naturaleza, encontrar una afición, tener una casa agradable con una buena zona de esparcimiento y, aparte de eso, cuidar la fuerza del ego, son cosas que podemos determinar como meta para vivir mejor y sin estrés.


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