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Los desafíos de la educación para una Nueva Era

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 20/05/2013 11:58:30


por Flávio Bastos - [email protected]

Traducción de Teresa - [email protected]

En el proceso educativo subestimamos al niño que nace con potencialidades inherentes, relativas a conocimientos adquiridos en otras vidas.

Sigmund Freud afirmaba que la pulsión sexual es inherente al ser humano, y que cada individuo canaliza de forma consciente o transfiere inconscientemente esa energía de forma constructiva o destructiva, conforme a su estructura psíquica. En esa dirección, mi experiencia en el ámbito de la Psicoterapia Interdimensional señala la perversidad como una energía que nos acompaña desde tiempos remotos. Por tanto, la educación transformadora y el auto-conocimiento de nivel avanzado, que va más allá de la barrera intrauterina, se convierten en factores estimulantes para la aceptación de la energía del bien como práctica natural en lo cotidiano de la vida. Proceso que canaliza la energía sexual de forma equilibrada y saludable para cuerpo, mente y espíritu. Digamos que falta a la ciencia un estudio más profundo sobre la perversidad humana, para una comprensión más precisa de los efectos de la energía del bien en nuestras vidas. ¿Qué son los desequilibrios humanos generadores de dolor psíquico y sufrimiento físico, sino el resultado de nuestras experiencias anteriores?

Imagínese al ser inteligente que renace para una nueva jornada de aprendizajes a partir del ambiente familiar. En este medio, que lo mismo puede ser en la riqueza que en la pobreza material, puesto que carácter no elige clase social, él depende de ejemplos – buenos o malos – para tener una referencia que altere positiva o negativamente la índole que trae consigo de vidas pasadas.

En tal sentido, las experiencias del niño con la relación parental determinan qué tipo de compañía prevalece en la vida del futuro adulto. Compañías saludables en la niñez tienden a formar adultos equilibrados y amorosos, cuya experiencia en la relación con los padres tiende a alterar positivamente el carácter del individuo. Por el contrario, compañías severas y distantes, tienden a formar adultos psíquicamente desequilibrados, inseguros y con demanda afectiva para el resto de la vida, aparte de influir en la alteración negativa del carácter del hijo.

Durante el proceso infantil se convierten en referencias secundarias – y, en ciertos casos, primarias – abuelos, tíos, profesores y padrinos. Por este motivo, al menos en teoría, la educación del niño se considera de responsabilidad social, aunque los padres biológicos o sustitutos sean los responsables directos por el proceso educativo.

La verdad es que el niño no nace puro, inmaculado, pero sí receptivo al afecto de los padres y dependiente de cuidados. Cuando faltan estos “ingredientes” en la relación parental, tarde o temprano surgen los desequilibrios que se asocian a la índole que el espíritu trae como herencia pretérita.

La educación actual, por tanto, puede representarse por dos “bolas de nieve” que rolan en sentidos contrarios. Y el futuro del niño depende de la significativa influencia de sus responsables directos e indirectos para elegir la dirección en su vida.

Como psicoterapeuta interdimensional he venido haciendo el seguimiento de diversos casos que traen la marca del trauma de la experiencia infantil. Secuelas que repercuten intensamente en el psiquismo y comportamiento del adulto, desarmonizándolo. Lo cual demuestra que la mayoría de los seres humanos están poco preparados para la misión de educar hijos, los cuales son espíritus milenarios y que traen consigo un bagaje y una expectativa de reencuentro que produzca crecimiento para los implicados en una nueva propuesta de unión familiar.

En esta lógica, falta al hombre moderno redimensionar los papeles de madre y padre en el escenario de la vida, y asimismo el papel de la familia. Y a la sociedad, redimensionar la función del profesor visualizado por las lentes de la valoración profesional y de la responsabilidad social.

En este amplio contexto, los desafíos de la educación para una Nueva Era no pasan por la promoción de la benevolencia de carácter religioso sin la debida comprensión de los mecanismos generadores de la perversidad humana. Caso contrario, sería recaer en el error de volvernos personas de apariencia “bondadosa”, pero con un interior todavía mal resuelto con su historial de muchas vivencias en el plano físico.

Un ejemplo de nuestro error es la Iglesia, envuelta en una crisis sin precedentes en su historia, haciendo pública una red de intrigas e intereses que diseminan la discordia entre representantes que deberían cultivar sentimientos nobles relacionados con el espíritu.

La maledicencia es lo que sale del pensamiento, de la acción y de la boca del hombre. Ya sea en la versión más o en la menos contundente para el semejante y para sí propio. En este sentido, la Era de la Sensibilidad llega para que despertemos para el real significado de la educación inserida en un contexto reencarnacionista e interdimensional.

En los días actuales, por influencia del viejo paradigma, la sociedad hace como el avestruz, que frente al peligro esconde la cabeza en un hoyo por creer que así estará seguro y protegido, pues tenemos una dificultad para comprender que el comportamiento humano está energéticamente condicionado por la práctica de las pequeñas, medianas y grandes maldades cometidas durante milenios de existencia del hombre sobre la faz de la Tierra. Acto repetitivo que ocurre cotidianamente, generación tras generación de humanos, sin que tengamos la clareza necesaria sobre los efectos de esta energía en nuestra salud física, mental y espiritual.

El nuevo paradigma de la era que se inicia exige desafíos en el sentido de hacer la educación una bola única de nieve que crece conforme a la dirección que demos a su trayectoria. Y este encaminamiento comienza por las buenas compañías parentales en la niñez, y sigue, consiguientemente, con la elección de buenas compañías durante toda la vida.

En este proceso de despertar consciencial, la exacta idea de bien o de amor empieza a ser apropiada por los padres durante la experiencia relacional con sus hijos. Estos, a su vez, se apropian del conocimiento transmitido vía educación. Es el efecto bola de nieve que avanza generación tras generación de una misma familia.

La importancia de la misión de educar y de la tarea de enseñar pasa por la apropiación del bien como una directriz de vida. Situación que envuelve – y compromete – todos los segmentos de una sociedad, empezando por el compromiso que representa la asociación familiar. No obstante, para que la utopía se convierta en práctica real, la culpa y la maledicencia, poco a poco, deben ser erradicadas de la convivencia humana. Más por presión de la Nueva Era que convierte a la educación en “resorte-maestro” del cambio de paradigma de rasgo perverso que nos acompaña hace milenios.El bien, sin la apropiación del individuo durante el proceso educativo, será siempre superado por el rasgo perverso, cuya experiencia acumulamos durante el ciclo de las reencarnaciones. Pese a todo, nunca es tarde para volver a empezar, con base en una nueva mentalidad que, perceptible o imperceptiblemente, nos estimula a desafiar y a avanzar, siempre.


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