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Los Peligros de la Vanidad

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 25/06/2013 08:30:42


por Helena Gerenstadt - [email protected]

Traducción de Teresa - [email protected]

"La vanidad - este es mi pecado favorito". Si mal no recuerdo, esa fue una de las frases más contundentes de la película El Abogado del Diablo. A través de ella, el diablo escarnecía de las gentes, por conocer profundamente la vanidad humana y saber que puede incluso llevarles a cometer atrocidades. Ese también fue el terrible retrato de la naturaleza humana pintado en la conocida historia de Dorian Gray; en ella el autor nos hace ver cómo la inocencia puede ser corrompida por las promesas de poder, de riqueza o incluso de amor. Tras haber sido seducido y cortejado por muchos, que le hacían creerse especial por su increíble belleza, se va convirtiendo en un hombre odiado.

Matías Aires, primer filósofo y romancista nacido en el Brasil Colonial, en 1711, puso la vanidad como centro de sus meditaciones y origen de toda su comprensión sobre las cosas de la vida. Él entendía al hombre como un ser corrompido por la vanidad, que todo lo penetra y todo lo reduce al dominio de las pasiones y los vicios. Según el filósofo, esa miserable condición humana sólo puede sanarse por la providencia divina. Y ¿no es justamente la inflación egoica lo que observamos en acción, en la mayoría de las cuestiones actuales, como guerras, problemas ambientales e incluso en temas triviales, que gobiernan los intereses de forma general?

En la medida en que exige que seamos especialmente brillantes, atrayentes y poderosos, nuestra cultura alimenta la vanidad humana. Y, no habiendo espacio para el fracaso, intentamos formar una sociedad de superhombres y mujeres, cuyo éxito se evalúa en términos de conquistas materiales, asociándose realización personal a éxito. Siendo así, exigimos el máximo aprovechamiento de la inmensa cantidad de actividades con que bombardeamos a nuestros críos y jóvenes en nombre de su buen desarrollo. Si vencen, el podio les indicará el poder, la riqueza y el estatus, como si fuesen esos los verdaderos realizadores de las necesidades humanas o los valores a alcanzar.

Ser especiales, sin embargo - y aquí debemos reconocer nuestra vanidad - nos transporta lejos de nuestro humano cliché. Ser poderoso trae ciertas ventajas, como tener confort y un nivel de vida superior, ya que podemos incluso servirnos de otras personas para las tareas más pesadas. Aparte de eso, "matamos" de envidia a nuestro vecino. Lo cierto es que el poder, y el estatus que de él adviene, nos revisten con un aura de superioridad, y a menudo nos elevan a la categoría de semidioses. Y ahí reside el peligro, pues eso nos ayuda a negar nuestra verdadera condición humana. Jung mostró claramente el peligro de la inflación egoica al felicitar a un alumno por el éxito que había tenido: "Enhorabuena", le dijo, "has sufrido una victoria".

La biología, en cambio, nos enseña que en la naturaleza nadie tiene poder. En el mundo natural, es la posición a ocupar lo que desempeña un papel importante como regulador de las relaciones grupales entre los animales. La mejor hembra y el mejor alimento van a pertenecer a aquel que tenga mayor potencial energético y vitalidad, o sea, mayor potencia sexual.

En la sociedad humana se ha asociado la imagen de la potencia sexual a las personas investidas de poder. Y fue justamente esa identificación simbólica del poder con la potencia sexual lo que ha hecho al primero tan seductor. Por eso, aquellos que no lo poseen, a menudo acaban por sentirse impotentes, incapaces de realizarse en la vida.

La cultura moderna está orientada y obcecada por el poder, toda vez que la autoridad que regía y determinaba las conductas en el siglo XIX entró en colapso. Había, entonces, una rígida estructura de clases y una rigurosa moralidad sexual; al mismo tiempo, las actitudes esperadas frente a esas pautas eran de sumisión y austeridad. De esto resultó un severo súper-ego, causa de culpa y ansiedad intensas en relación al sentimiento sexual, y a partir de ahí surge la histeria.

En los días actuales ya no hay el mismo respeto a la autoridad. Por otra parte, la conducta sexual es más libre, hasta el punto de tener más importancia que los sentimientos. Los cuellos duros han sido sustituidos por el exhibicionismo, con mucha menos culpa o ansiedad respecto del sexo.

Culturalmente estamos más predispuestos al narcisismo como expresión, o sea, las gentes se ocupan más de su propia imagen, embriagadas por el poder, y niegan sus sentimientos. Se muestran, por lo tanto, más sujetas a la depresión y a las sensaciones de vacío interior.

La palabra narcisismo proviene del mito griego de Narciso - joven de extrema belleza que, al ver su imagen proyectada en el lago, se enamoró de ella; quedó tan extasiado con su propio reflejo que acabó por ahogarse. Simbólicamente, esto quiere decir que toda la libido - es decir, toda la energía de ligación que tenemos con nosotros y con el ambiente - fue quitada de lo exterior e invertida en la imagen que la persona tiene de ella misma. Por eso los narcisistas son identificados como individuos que, por encima de cualquier otra cosa, se aman a sí mismos y a sus hechos.

Para el psicólogo Alexander Lowen la negación de sentimientos constituye un trastorno básico del narcisismo, que permite a la imagen egoica adquirir ascendencia sobre el Self. Esa negación puede darse a través de dos mecanismos: por el amortiguamiento del cuerpo y por el bloqueo de la percepción, o sea, ver únicamente lo que se quiere ver.

El amortiguamiento del cuerpo es una condición según la cual todos nos adaptamos a la súper-estimulación de las grandes ciudades: el barullo excesivo, el ritmo intenso y frenético. Todo el tiempo nos vemos bombardeados por la tensión; necesitamos estar continuamente en movimiento. El precio que pagamos por eso es que, para adaptarnos, tenemos que erigir barreras que nos hagan insensibles. El ciclo enfermizo se completa al necesitar de toda esa actividad y excitación para sentirnos vivos.
Según Lowen, el deseo es la clave para el placer, sin embargo, las propias condiciones de la vida moderna generan dificultades para su obtención, y en vez de abrirnos a nuestras sensaciones y sentimientos, intentamos insensibilizarnos para no enloquecer.

Siendo así, identificarse con una imagen grandiosa de uno mismo - aquel ser especial que alguien quiere que seamos - nos ayuda a ignorar el dolor de nuestra realidad interior. Al mismo tiempo, esto garantiza la aceptación por parte de los demás, siendo también un modo de seducirlos y de obtener poder sobre ellos.Por eso el poder es tan importante para el narcisista: le confiere una potencia que de otra forma no tendría, aparte de actuar como protección contra cualquier humillación - hecho que en la historia de vida del narcisista ha constituido una gran herida contra su amor propio.
Gracias al fantástico desarrollo de la tecnología, nunca, en toda la historia de la humanidad, el hombre fue tan poderoso como actualmente.


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