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Mensajero de la Luz

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 13/12/2011 13:06:59


por Renato Mayol - [email protected]

Traducción de Teresa - [email protected]

Si para algunos de aquellos perdidos en las tinieblas la vida de Jesús se tiene como ejemplo de fracaso, pues como hombre no consiguió gloria ni poder terrenal, padeciendo humillaciones, torturas y llegando a morir entre ladrones, para muchos de los que han encontrado el camino de la verdadera Paz, es Jesús el mensajero mayor de la Luz.

Jesús, el Cristo Salvador, aquel que habría nacido para salvarnos, ¿era hombre, era divino o ambas cosas? ¿Habría sufrido como hombre? ¿Tenía instintos humanos? ¿Pasiones? ¿Habría realmente muerto en la cruz o habría sido retirado del sepulcro aún con vida? ¿Habrá existido realmente tal hombre?

Según los Evangelios, Jesús era capaz de hacer cosas sorprendentes, tales como convertir el agua en vino, multiplicar panes y peces, calmar las tempestades, caminar sobre las aguas, curar a las personas e incluso resucitar a los muertos, sin pedir nunca nada a cambio o en pago. Su finalidad era llamar la atención a fin de que el pueblo escuchase lo que él tenía para decir. Ciertamente uno de sus primeros milagros fue el haber obtenido la pronta anuencia de cada uno de los hombres que había elegido para acompañarlo.

Por lo que se puede aprehender de las escrituras, Jesús era un líder carismático, con reacciones temperamentales a veces. Mateo nos cuenta en su evangelio que, en cierta ocasión, volviendo de Betania a Jerusalén, Jesús tuvo hambre y avistando una higuera se dirigió a ella, pero no halló más que hojas. Y dijo entonces a la higuera: “¡Jamás nadie coma fruto de ti!” Y la higuera se secó de inmediato. Pocos días más tarde estaría Jesús en un lugar llamado Getsemaní donde, según relatos de sus apóstoles, habría empezado a entristecerse y a angustiarse, ocasión en que habría dicho “¡Padre, aparta de mí ese cáliz! Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú. El espíritu está preparado, pero la carne es débil”. Estos pasajes, estando próxima la hora del inicio de su embate contra las fuerzas del mal, realzan la condición de su naturaleza humana que sería sometida a la prueba suprema, cuyo resultado permitiría abrir o no una brecha en nuestra prisión.

Pese a que fue juzgado y condenado por motivos políticos por parte de los romanos, y religiosos por parte de los judíos, no contra tales mortales entabló su lucha, sino contra el ser del más tenebroso de los umbrales. Lucha que no podría vencerse con empleo de armas iguales a las de su adversario, ya que no hay cómo vencer el mal con las armas del propio mal. Las armas del poder y de la destrucción. Si procediese así, él solo estaría dando más fuerza a su diabólico adversario, pues el mal solo puede dejar su naturaleza cuando trasmutado en Bien por la Luz del Amor.

En el cumplimiento de su misión y en la demostración de sus enseñanzas, fue con el Amor Mayor como se enfrentó al señor de las tinieblas, carcelero y verdugo de los muertos-vivos. Así fue como, durante todo el sacrificio de la cruz, no hay registro alguno de que en ningún momento Jesús hubiese cedido en sus principios, cedido a las tentaciones, o abdicado de sus enseñanzas. Tampoco hay registro alguno de que haya pedido piedad o haya echado pestes o maldiciones contra quienes injustamente lo castigaban. Cuando injuriado, no retribuía las injurias; atormentado, no amenazaba. Simplemente todo lo aceptó sin proferir una sola palabra contra sus agresores. Qué grande era el coraje de ese hombre que descendió al infierno de la Tierra y enfrentó el Mal en su propio cubil para hacer libres a aquellos que, habiendo un día abandonado al Padre, se condenaron a la muerte en vida.

Ante todo esto, aun considerando la naturaleza humana de Jesús como requisito para su sacrificio, está absurdamente fuera de todo contexto que su exclamación en arameo, “Elí, Elí, lamma sabactani”, proferida en el momento del supremo sufrimiento, según consta en el evangelio de Mateo y en el de Marcos, se haya traducido como “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”. Considerando que “lamma” también puede significar “de qué forma”, en el sentido de deslumbramiento, la traducción de la expresión de Jesús pasa a ser “Dios mío, Dios mío, cómo me has glorificado.” Frase con bastante más sentido que la otra, en vista de la grandiosidad del Ser que difícilmente se dejaría abatir en los instantes finales de la contienda. Y, en el postrer momento, considerando que sus verdugos no tenían conciencia de lo que estaban haciendo, los habría perdonado, pues no eran más que meros instrumentos de su invisible adversario.

Así, por el amor y por el perdón, dio Jesús ejemplo vivo de que hay una salida de esta prisión llamada Tierra. Con todo, esa libertad es extremadamente difícil de alcanzar, pues el miedo, el sexo, el poder, el dinero, la codicia, la ilusión, el egoísmo y la pereza están enmarañados en nuestras entrañas, y nos mantienen entorpecidos y anclados en el denso vacío de la nada. Donde las formas no son más que manifestaciones temporales.

En cuanto a los que creen que Jesús ni siquiera existió, hay que apreciar entonces que la historia de su nacimiento, vida y muerte es, ciertamente, la mejor historia jamás contada para el bien de la humanidad y su futuro dentro del Universo. No obstante, ¿cómo no creer en el testimonio de los apóstoles que pese a las torturas preferían el martirio a negar su fe en el Salvador? Y el martirio en los anfiteatros de la antigua Roma fue asimismo el precio pagado por todos aquellos que, en los primeros tiempos del Cristianismo, buscaron las enseñanzas de Jesús.

Después de haber cumplido su misión, Jesús aparentemente fue elevándose al cielo hasta que una nube lo habría ocultado. ¿Quién sabe no habría sido llevado de vuelta a su nave-madre, desde donde, quizá, habrá de retornar un día? Hasta allá, nos quedan sus enseñanzas mayores sobre el Amor, “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, y sobre el desapego, “El que quiera conservar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por mí, la encontrará”. Enseñanzas estas muy difíciles efectivamente de poner en práctica de forma irrestricta e incondicional, pero que si pudiesen ser asimiladas por cada uno de los átomos que nos componen, entonces sí, dejaríamos de alimentar nuestros innumerables vicios de consumo y vislumbraríamos el camino de vuelta a la casa del Padre.


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