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¿Por qué atraemos siempre las mismas dificultades? ¿Cómo cambiar definitivamente?

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 22/11/2016 09:44:25


Autor Rodrigo Durante - [email protected]

Traducción de Teresa
[email protected]

¿De dónde vienen nuestros impulsos? ¿Qué es lo que creemos tan profundamente que nos hace vivir una realidad tan rígida y con tanta dificultad para cambiar aquello que no nos agrada?
En algún momento ya hemos oído hablar de chips implantados para controlarnos o manipularnos, pero ¿cómo funciona eso realmente?
Es posible e incluso normal que en algún momento hayamos recibido tales implantes por parte de algún ser del astral o incluso de extraterrestres, no obstante, las más de las veces somos nosotros mismos quienes los creamos. Así como en el plano astral algunos miedos, enojos y limitaciones se cristalizan como magias en nuestros cuerpos sutiles, los implantes son la cristalización, en un plano más sutil todavía, de hábitos, puntos de vista, modelos de pensamiento, mecanismos mentales de reacción y respuestas automáticas con que nos sintonizamos y que aceptamos como verdades en nuestras vidas.

Observad cuán común es en nuestro día a día el vivir circunstancias o incluso repetir historias mentalmente que siempre nos dejan enojados, indignados, sublevados, avergonzados, así como recordar acontecimientos que nos hicieron sentirnos culpables, rebajados e impotentes. Todo eso y también todas nuestras compulsiones son reacciones causados por implantes. Esto nos sucede por no estar conscientes, por estar siempre actuando en modo automático. Cuando procedemos a partir de alguna de estas emociones o de la carencia de cualquier otra, ya no estamos al mando de nuestras decisiones, estamos sólo reaccionando. De esa forma es como quedamos presos en dificultades recurrentes, en situaciones que no somos capaces de cambiar y trascender.

Los implantes son responsables también por atraer situaciones para que las validemos en nuestra realidad, entrando nuevamente en la emoción que genera y perpetuándonos en este ciclo. Así permanecemos repitiendo nuestros patrones y situaciones, como si estuviésemos presos en un bucle continuo de estímulos y reacciones. ¿Cuántas reacciones tuvimos en que nos parecía que estábamos decidiendo, pero sólo estábamos reafirmándonos en algún patrón limitante? Los patrones se verifican porque somos todavía reactivos. Esto es lo que nos ata a las realidades que ya no queremos, los patrones de reacción. Permanecemos repitiendo ciclos de pérdidas y frustraciones recurrentes, buscando alivio en las distracciones y tranquilizándonos mediante la esperanza de que un día eso cambie.

¿Cómo creamos, entonces, nuestros implantes? Ciertamente hubo un acontecimiento inicial donde decidimos sentirnos de determinada forma a partir de una o varias heridas y carencias involucradas; no obstante, creyendo en su veracidad y en la importancia de almacenar este dato en nuestro “repertorio mental de posibles peligros o recompensas”, se produjo la transformación de este enojo, culpa, vergüenza, o la emoción que fuese, en un mecanismo de respuesta automática, donde situaciones iguales o parecidas a la primera acaban colocándonos nuevamente en aquel estado de vibración, generando una reacción. Lo que elegimos a partir de esta frecuencia reactiva nunca, en hipótesis alguna, nos trae beneficios, no importando a qué extremos de la dualidad apunte esta actitud. Todo lo contrario, siempre nos mantienen prisioneros de este sistema privándonos de nuestro libre albedrío.

A su vez, los implantes que aceptamos y que son de fuentes externas, pueden venir a través de nuestros padres, escuelas, religiones, ídolos, líderes, medios de comunicación, o lo que fuese que sugiera alguna reacción o comportamiento aceptado como el normal o más adecuado socialmente, con castigos o recompensas que nos induzcan a seguir algún camino que no el nuestro propio.
En cambio, los que vienen del astral por seres de egrégoras “anti-luz” tienen la función de alejarnos de nosotros mismos, de impedirnos estar conscientes y en posesión de nuestros dones y potencialidades, controlándonos en grandes masas por sintonización colectiva y manteniéndonos en frecuencias de sufrimiento y limitación, mientras sus representantes en la Tierra se perecen por cualquier posición donde perciban que tienen algún poder.

Hay también otro tipo muy común de implantes, provenientes de seres alienígenas, que fueron instalados por contratos en nosotros para ayudarnos en algo, pero causándonos alguna limitación en determinada frecuencia como efecto colateral. Por ejemplo, alguien que en alguna vida pidió fuerza física para vencer a sus enemigos y en esta vida percibe que tiene algún límite o bloqueo, o pidió algún don para tener éxito que le cuesta la paz mental, alguna ventaja en su medio o algún intercambio que le cuestan ciertos sentimientos, etc. Las peticiones son siempre algo que parte de nuestro ego, de nuestras carencias, miedos, apegos o ilusiones de poder. Así, implantes recibidos en vidas pasadas o en algún período entre vidas pueden estar todavía activos y causando repercusiones en nuestros cuerpos y realidades.

Una cosa en común tienen todos, ellos nos privan de la libertad de ser quienes verdaderamente somos y de decidir en sano juicio los caminos por los cuales cumpliremos nuestro propósito en nuestra encarnación, dificultando o incluso impidiendo cualquier tipo de cambio que anhelamos en nuestras vidas. Sea cual fuere el origen de los implantes, esta realidad limitada definida por las reacciones inducidas por ellos es tan bien aceptada por nosotros que, en el fondo, creemos que la vida es ciertamente así y la solución es algo externo que debe ser cambiado o adquirido.

Entre las reacciones que causan, es muy común, por ejemplo, sentirnos siempre equivocados o teniendo constantemente la necesidad de defendernos. Esto ocurre porque respondemos a estímulos externos que activan sentimientos de culpa o auto-rechazo, entonces reaccionamos rebajándonos, quitándonos poder, juzgándonos débiles o incapaces y así nos convertimos en los “limpiabarros” de nuestros patrones, cónyuges o cualquier persona con quien nos relacionamos, menos de aquel infeliz que soporta nuestras explosiones, la válvula de escape donde tenemos nuestro desquite, ya sea con una persona, un vicio, una comida o algún comportamiento destructivo para con nosotros mismos. Claro que siempre echamos la culpa al otro, al villano, al insensible y al codicioso, las circunstancias, la mala suerte o a nuestra forma física, nuestra limitación o apariencia. No obstante, es a causa de nuestras propias reacciones por lo que somos infelices, rechazados y fácilmente manipulados por las personas, por los obsesores y por cualquier entidad o institución que quiera algo de nosotros. ¿Os habéis parado a pensar cuántas personas se están lucrando con nuestras indignaciones y nuestro conformismo, con nuestras vergüenzas o exaltaciones, superioridades o inferioridades, o a través de nuestra búsqueda de algo externo que nos haga sentir un poco mejor respecto de nosotros mismos? ¿Cuánto ya nos ha costado en la vida rellenar vacíos, reproducir externamente nuestra imagen egóica y aliviar nuestras reacciones?

Los implantes están activos todo el tiempo, esperando una oportunidad para ser usados. Si no tenemos esta oportunidad en el plano de la acción, el implante se activa en nuestros pensamientos. ¿Cuántas veces no hemos entrado en diálogos mentales a partir de una palabra que hemos oído decir a alguien, o de una escena en la TV, siempre generando alguna reacción frente a aquello? ¿Cuántas veces captamos vibraciones de otras personas y alteramos nuestro humor nosotros solos? ¿Cuántos acontecimientos de nuestro pasado han aflorado de nuestra memoria haciéndonos sentir más enojos, miedos o culpas todavía que cuando lo vivimos por primera vez, incrementados ahora con las escenas y reacciones que tendríamos si aquello ocurriese hoy? ¿Cuántos deseos de tener o hacer algo ya hemos sentido sólo para causarnos la frustración de no satisfacerlos? ¿Y los pensamientos que aparecen siempre poniendo dificultades y trabas? Todo ello está causado por implantes…

De esa forma, reincidiendo en reacciones pre-programadas los ciclos se repiten en nuestras vidas y no conseguimos trascenderlos. Aunque batallemos mucho para cambiar de vida y algún cambio superficial lleguemos a conseguir, si no logramos librarnos de estos implantes acabamos viviendo siempre lo mismo pero con “ropaje” diferente, empleo tras empleo, relación tras relación, año tras año, vida tras vida.

Algunos implantes son más profundos y taimados, mejor “disfrazados de nosotros mismos” y bien enraizados en diversas dimensiones y cuerpos sutiles, pudiendo incluso manifestarse en lo físico como dolores o dolencias sin causa aparente, pero siempre con factores mentales, emocionales y espirituales asociados, aparte de estos ciclos recurrentes que vivenciamos. Existen también, claro está, las sugestiones negativas que nos llegan en forma de magia negra encaminada, que aceptamos permitiendo que eso se adhiera a nosotros. Ésta se comporta como un implante, pero lo mismo que las sondas astrales, con sólo retirarla el síntoma cambia inmediatamente. En cambio, en el caso del implante, por haber convertido aquellas creencias y emociones en un hábito, es preciso que tomemos conciencia y cambiemos nuestra actitud para efectivamente cambiar nuestra realidad.

Por ello, incluso con las terapias espirituales que identifican y limpian estos implantes, es imprescindible nuestra atención plena a quienes somos y a lo que está impulsando nuestros pensamientos y actitudes para que cambiemos física, mental y espiritualmente. Con terapia o no, una acción libre y consciente por nuestra parte será fundamental para retomar el poder sobre nuestras decisiones. Así, incluso quien no tiene acceso a una terapia de estas puede también liberarse de ellos. Pasar por esta fase forma parte de nuestro aprendizaje y de la maduración de nuestra conciencia.

Toda reacción emocional es pre-programada, ella siempre viene de un juzgamiento hecho, asociado a muchas creencias inconscientes. Tener o hacer algo a cambio de reacciones emocionales son acciones del ego. El ser tan sólo es. Cuando estamos en el ser no estamos reaccionando, no estamos generando felicidad, tristeza o cualquier emoción en respuesta a lo que estamos haciendo o disfrutando. Cuando estamos en el ser estamos únicamente siendo, contemplando, vivenciando el momento que se presenta y contribuyendo, a partir de lo mejor de nosotros, de aquello que realmente somos, de nuestra Esencia Divina. El contentamiento del estado de ser no depende de factores externos. Hasta nuestro trabajo se vuelve diversión cuando sólo estamos siendo nosotros mismos.

Es preciso entonces que estemos constantemente atentos a nuestras reacciones, pues en cuanto percibimos la respuesta emocional automática y el gatillo que nos hace entrar en un estado reactivo, el patrón queda expuesto y el implante comienza a disolverse. Así, podemos en cualquier momento desvencijarnos de cualquier patrón recurrente, control o manipulación. Sólo tenemos que estar conscientes de ello y percibir cuándo entramos en un estado de reacción, para entonces elegir otro camino.

No necesitamos reaccionar a nada, demostrar nada, ni tenemos nada que obedecer o responder: nuestro único propósito aquí es nuestro ascenso, es trascender nuestro ego y asentarnos en el ser. Esto puede hacerse en cualquier circunstancia, empleo, relación o lugar. Así es como conquistamos la libertad que soñamos y a partir de ahí es cuando nuestra vida espiritualmente adulta comienza.

Por ello la cura para toda limitación y sufrimiento es la consciencia. La consciencia disuelve todo cuanto nos aprisiona y nos devuelve el libre albedrío. Reaccionar de una forma o de otra no es libre albedrío, ya sea la reacción positiva o negativa. Pero percibiendo la reacción y comportamiento programados que el estímulo externo nos impele a tener, tenemos la elección de permanecer en ese patrón o cambiar el rumbo de nuestra historia. Esto ya no es reacción, esto es elección, esto es acción. Así es como los patrones se interrumpen y conquistamos el cambio que buscamos en nuestras vidas.

¡Namasté!

Rodrigo Durante
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