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¿Qué hacer cuando todo sale mal?

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 05/05/2012 01:53:34


por Maria Silvia Orlovas - [email protected]

Traducción de Teresa - [email protected]

No es nada fácil lidiar con las frustraciones, porque encarar el error significa que también hemos participado en él. Y parece que la primera actitud frente a algo que ha salido mal, que nos ha lastimado, es ponernos en la posición de víctima. Y aunque cualquier historia tenga dos o más caras, cuando advertimos que hemos perdido, que sufrimos, es muy natural sentirnos traicionados, mal comprendidos, despreciados.

Claro que somos más que el dolor, somos mucho más que las pérdidas, y es natural que nos dejemos caer, pero lo que no podemos hacer es acostumbrarnos a la postura de víctima y permanecer todo el tiempo, cada vez que sufrimos un disgusto, recogidos en esa triste realidad.

Me parece cuando menos cómica la actitud de aceptar tan fácilmente una derrota y quejarse del destino infeliz, porque está claro que no todo es como uno quiere. Pero eso no significa que en cada batacazo, en cada revés del destino, no tengamos la oportunidad de modificar nuestra actitud y de encontrar caminos alternativos. Podemos y debemos re-crearnos; entonces, ¿por qué confinarnos en la condición de inferioridad que el estado de víctima nos ofrece?

Somos más que la víctima, somos más que el vencedor, somos humanos, normales, personas que unas veces aciertan y otras se equivocan. Tenemos sueños, y frustraciones cuando apostamos por resultados que no llegan, pero perder no significa que somos malos, débiles o incompetentes. Significa únicamente que aquel camino no era el bueno, que aquella apuesta no trajo el resultado esperado, que aquella persona no era lo que imaginábamos, pero nosotros podemos y debemos seguir adelante a partir de esa experiencia y, preferentemente, sin resentimientos.

Por cierto, el resentimiento, la frustración y la consiguiente depresión se adueñan de nuestra vida cuando no conseguimos lidiar con la derrota, con el fracaso, con las pesadumbres que recibimos de la vida. Incluso he atendido a algunas personas con síndrome del pánico que, verdaderamente, eran totalmente inmaduras en lo que respecta a lidiar con las dificultades. Véase bien que esa inmadurez nada tiene que ver con la edad cronológica, sino con una dinámica personal pobre en autoestima. Me di cuenta de que las personas con síndrome del pánico estaban demasiado empeñadas en que sus apuestas salieran bien, en que las otras personas aceptasen el derrotero que ellas habían trazado para sí mismas y para sus compañeros. Es cierto que no podemos generalizar y decir que todos aquellos que padecen ese síndrome son así, pero algo que tienen en común todas las personas que se enfrentan al sufrimiento es el deseo de no volver a sufrir, de lograr algún tipo de control sobre la vida y las experiencias, lo cual no incluye el fracaso.
Pero ¿habrá alguien que controle el destino, que lo haga todo bien, que no se equivoque o no lleve un chasco?

Claro que no. Todos nos equivocamos y cuanto más listos seamos en comprender que es momento de detenernos, reflexionar y modificar el rumbo, ciertamente las experiencias serán menos dolorosas y no será necesario tanto desgaste para comprender que es hora de cambiar.

Todo tiene su límite: sufrir por amor tiene un límite, sufrir por la familia también. Sufrir por el trabajo, por la convivencia, por sentirse solo. Todo eso nos exige una inmersión interior, una meditación profunda sobre nuestras apuestas. Pues si contemplamos de forma más desapasionada nuestra historia, con menos emoción y menos apego a los resultados que nos hemos trazado, ciertamente tendremos más luz para pensar en alternativas.

Nadie merece tanto sufrimiento por un amor que no ha ido bien y, principalmente, nadie merece hundirse en la frustración de los planes fallidos. Pero hace falta mucha luz, meditación, oración, para levantarse y mirar en otra dirección. Aunque ¿de qué sirve la vida si no es para que la vivamos, abriéndonos hacia cada momento y cada experiencia?

La vida no viene ya hecha, nosotros no nacemos ya hechos, estamos aquí para re-crear cada día nuestro destino. Comprendiéndolo así, he asumido para mi vida un aforismo del amado maestro Yogananda: ¡Acepto los cambios con alegría porque vienen por mi bien! ¡Y eso es lo que deseo para ti!


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