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SILLAS EN LA ACERA

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 08/04/2020 11:34:25


por Cássia Marina Moreira - [email protected]

Traducción de Teresa - [email protected]

Hubo un tiempo en que, al caer la tarde, las personas iban a por sus sillas y sus banquetas de la cocina y las ponían a la puerta, en la calle. Se sentaban y ponían la conversación al día. Cada cual con su historia.

Uno, sobre el hijo que llamó desde lejos, otro, explicaba de dónde el nieto casi se cae, y así sucesivamente; eso formaba parte del día, de la vida de la calle y del barrio. Y hasta que los vecinos, que todos los padres de familia llegaban, la gente no dejaba de contar las novedades. Después todos volvían a sus hogares y ya la charla era otra.
Eran tardes entre amigos del vecindario o con quien pasaba por allí y aprovechaba para echar una parrafada. Unos hasta se sentaban en el porche, otros con los codos en la ventana. Intercambiando recetas de tartas, de calceta, o cómo hacer caer aquella vieja verruga, por ejemplo.

Sobre todo se podía charlar allí en aquella horita de "relax" al caer la tarde, delante de casa. Los chavales jugando, los niños corriendo tras la pelota, y haciendo bailar la peonza, las niñas en el té con las muñecas, un entrenamiento increíble para la vida social que inevitablemente habría de venir más adelante.
Quizá la canción "Gente Humilde" sea un retrato cantado de esa época y de aquella gente que podía tener ese lujo en la vida, en el siglo pasado. ¡Parece que hace tanto tiempo! Y no sólo lo parece, lo hace.

Hoy mal conseguimos "disfrutar", en unos pocos clics, de Facebook, Google+, Linkedin o WhatsApp, aquello que los "muchos amigos virtuales" están disfrutando por ese mundo adelante, o caramba, allí mismo en mi esquina; ¿y yo? Yo no estoy allí.
¡Nuevos tiempos! Tiempos modernos, las cosas han cambiado, el mundo cambia nosotros cambiamos y todo se adapta. La ley que prohíbe fumar en lugares cerrados acabó por echar una manita. La otra manita la echó la necesidad de humanizar la ciudad. Se han creado las estaciones de convivencia en las calles de los barrios.

Allí uno se puede parar, sentar, fumar, tomar su sorbete, su cerveza o cambiar una o dos recetas. Bien, hay Wi-Fi para los teléfonos móviles, e incluso se pueden cargar en los enchufes especialmente colocados por allí. Algunas tienen tablas de ejercicios de gimnasia laboral. Pero todas tienen el toque de una minúscula plazuela, a la moda antigua; es tan pequeña que recuerda bien la puerta de las casas, lo que falta ahora es el tiempo, y que aprendamos a acercarnos hasta allí.

He pasado por varias, había algunas personas, que no sé si estaban juntas de verdad, pero ya estaban por allí. Lo cual ya es un adelanto, en tiempos en que sólo nos estamos hablando por "me gusta" y WhatsApp; la tecnología no puede alejarnos, ella en realidad nos ha venido acercando, ya nos ha acercado a personas de las cuales no teníamos noticias desde hacía muchos años; las salas de chat se han convertido en pequeñas plazuelas donde podemos "estar" con los amigos nuevamente, cuando son de muy lejos.

Entonces, aprovechemos estas oportunidades de sentarnos y pegar la hebra, no sólo las virtuales, sino personalmente en las estaciones de convivencia que están por ahí.


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