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Tiempos de reflexión y acción

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 27/04/2010 16:04:10


por Flávio Bastos - [email protected]

Traducción de Teresa - [email protected]

Dice el refrán popular, basado en la cultura cristiana, “hacer el bien sin mirar a quién”. Afirmación que trae implícitas las enseñanzas de Jesucristo, pero también el mensaje del Budismo a través de Siddartha Gautama, el Buda.

Sin embargo, practicar el bien imbuidos de un sentimiento de desapego y de amor incondicional no es tarea común o de fácil ejecución para la mayoría de los humanos. ¿Por qué? Porque llevamos en nosotros una cultura anterior a la aparición de Jesucristo y de Siddartha Gautama en la faz de la Tierra. Y en ese historial de miles de años a.C y de múltiples encarnaciones del espíritu inmortal, sucumbimos innumerables veces por la energía del mal practicado en sus más diversas y sutiles formas.

Hoy, en pleno siglo XXI, el mal – que es la ausencia del bien – ya ha perdido mucho de su simbolismo maquiavélico y maniqueo, representado por la aterradora imagen del demonio que arrastraba a los infieles y pecadores a las llamas eternas del infierno…

El tercer milenio trae consigo la luz que aleja las tinieblas que todavía restan de la Edad Media. El hombre ya no consigue esconderse en el simbolismo del mal – implícito y explícito – que ha perdurado durante siglos, hipnotizando y aterrorizando a generaciones de humanos. La figura del demonio empieza a ser desenmascarada por las revelaciones de los nuevos tiempos de transformaciones, y el mal, antes mistificado por el poder religioso y por la imaginación popular, queda al descubierto y es devuelto a su origen creadora: el propio hombre.

Por tanto, el mal sin “máscaras” se vuelve transparente y cada vez más comprendido en su doble dimensión espiritual y física. El demonio deja de ser el “chivo expiatorio” de la historia, y el hombre asume de hecho – y de derecho – aquello que siempre le ha pertenecido: la responsabilidad por los desequilibrios de su naturaleza física y espiritual contenidos en la interpretación de las Leyes Naturales (Universales).

Esos desequilibrios expuestos por el desconocimiento de las Leyes Espirituales, revelan que el hombre es el causante de sus infortunios, y que el mal se revela, entre otros, en las atrocidades generadas tanto por la discriminación, el odio y maniqueísmo de las guerras, como por la discriminación y prejuicios generados por el chismorreo, la envidia y el acoso que producen traumas psíquicos en el individuo y le dejan secuelas para el resto de la vida.

No somos diablos ni dioses, sino criaturas inteligentes a camino de la evolución en un mundo que pasa de las “pruebas y expiaciones” a la realidad de la generación espiritual.

En ese sentido, el tercer milenio llega con el recado de que a partir de ahora estamos más expuestos en relación a lo que verdaderamente somos. Transparencia que nos orienta a fin de mirar hacia dentro de nosotros mismos y evaluar la trayectoria hasta aquí, o sea, “Lo que debemos cambiar, reformar o transformar para poder romper un paradigma íntimo que nos acompaña desde hace mucho tiempo”.

Hoy, afortunadamente, verificamos que la transparencia ya ha alcanzado a los hogares, a las instituciones públicas, privadas y religiosas; a la política e incluso a la Iglesia, revelando residuos de la Edad Media que aún se hallaban ocultos en las sombras del anonimato y de la máscara encubridora de la verdad.

La verdad, poco a poco, como tiene que ser, asume su lugar en la nueva Historia de la humanidad. Tiempo de revelaciones – y transformaciones – en que la práctica del bien y del amor fraternal empieza a despuntar en el horizonte de la bienaventuranza, mostrando al hombre que el cambio de modelo que lo acompaña desde hace milenios, depende única y exclusivamente de él mismo… como agente transformador de realidades.

Gradualmente, empezamos a percibir que somos víctimas de nosotros mismos, o sea, rehenes del sombrío pasado, cuyo presente – y futuro – clama por luz y libertad. Liberación que se relaciona con la interdimensionalidad de nuestras vidas y con los compromisos asumidos para con el amor fraternal como forma de aprendizaje en las relaciones humanas. A comenzar por nosotros mismos, asumiendo primero la auto-responsabilidad y a continuación las responsabilidades para con el otro en lo cotidiano de la vida…

“Hacer el bien sin mirar a quién” es una verdad que nos desafía en cada momento vital. La práctica del bien, una experiencia que renueva sentimientos y restaura la salud. Concienciación que nos lleva a un proceso de erradicación de la maldad que reside en nosotros mismos, purificando lo que antes era impuro; cicatrizando heridas abiertas; pacificando mentes y corazones… y curando lo que antes era incurable.

El alma enferma por la práctica del mal en todas sus formas humanas. En cambio, se cura y se eleva por el ejercicio del bien en toda su transparencia y trascendencia…

El mal es la ausencia del bien. El bien es la ausencia del mal. El milenio de la luz llega para esclarecer mentes y pacificar corazones. Con todo, la elección es nuestra a través de la orientación del libre albedrío, como viene siendo desde tiempos inmemoriales. Pero ahora con una diferencia: somos espíritus encarnados en un mundo de regeneración, es decir, un mundo cuya frecuencia energética (o consciencial) ha evolucionado, alterando así la necesidad de adaptación por parte de los espíritus que retornan a la Tierra para una nueva experiencia vital.

Vivimos tiempos de reflexión y acción en favor de un mundo mejor y más humano. Un mundo cuyas conciencias más lúcidas pasan a ser iluminadas por una energía inmaterial, responsable por las grandes transformaciones que empiezan a producirse en el planeta, cuya orientación, basada en la Ley Mayor, nos lleva al significado de la palabra “regenerar”, o sea, “volver a generar (lo que fue destruido), reconstruir, restaurar, formarse de nuevo, corregir(se) moralmente”.

Por tanto, frente a la nueva realidad vibracional del planeta, tenemos dos opciones en relación a nosotros mismos, si se consideran pasado, presente y futuro: empezar de nuevo y evolucionar moralmente o bien continuar lo que hemos venido siendo a lo largo de los siglos y renacer en un mundo compatible con nuestra sintonía.

La Ley Mayor no discrimina, no segrega, solamente es lógica y coherente con los principios evolutivos que rigen el universo, que es la Ley del Amor.

Psicoterapeuta Interdimensional.
Dirigente mediúmnico espírita
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