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Un alma que llora

por Rosemeire Zago em STUM WORLD
Atualizado em 02/11/2008 11:38:49


Traducción de Teresa - [email protected]

Cuando una relación se termina los cuestionamientos son muchos. Nuestra cabeza quiere respuestas y procuramos encontrar un culpable, alguien que se responsabilice por todo el dolor que sentimos. Nos preguntamos si nos hemos equivocado, dónde nos hemos equivocado, dónde nos hemos perdido. Miramos a los lados y sólo encontramos un vacío, miramos hacia dentro de nosotros mismos y sólo encontramos dolor.
¿Cómo hemos conseguido lastimarnos tanto? Nos hemos lastimado al permitir que colocasen un puñal donde ya existía una herida y, así, no la dejamos cicatrizar, pues cada vez que deja de sangrar, volvemos a dañar la herida, muchas veces sin percibirlo, y cuando nos damos cuenta, ya está sangrando nuevamente. ¡Y cómo duele! ¿Por qué insistimos tanto en aquello que nos hace daño, que nos hace sufrir?

¿No será que nuestro sentimiento se vuelve tan intenso porque negamos la realidad de los hechos? ¿En qué hemos creído realmente, mientras ha durado la relación? ¿En la persona tal como ella es o en aquella que nos gustaría que fuese? ¿Creemos en el otro tal como se presenta, o en la imagen de él que idealizamos? ¿Por qué insistios en cambiar lo que o quien no desea ser cambiado? Tal vez la respuesta sea que debemos enfrentar y aceptar la realidad de los hechos y no la realidad que nos gustaría que existiese. Sufrimos no por la realidad en sí, sino por la búsqueda de nuestra verdad. Permanecemos esperando que el otro cambie y cuanto más esperamos, menos reaccionamos y más sufrimos; aplazando cada vez más nuestra capacidad para reconstruirnos; esperando que el que se ha marchado, vuelva para salvarnos.

Los motivos que nos hacen entrar en relaciones que acaban dejando mucho dolor pueden ser muchos, y después de envolvernos emocionalmente, más difícil aún se hace salir de él o aceptar su final. Mientras se está junto a alguien es muy común ceder en valores que son importantes para nosotros y poco a poco éstos se van sumando, hasta que se nos hace insoportable convivir con quien se ha vuelto un total desconocido: ¡nosotros mismos! Pues hemos llegado a un punto en que ni siquiera sabemos quienes somos. Nos hemos perdido poco a poco y hemos perdido también a quien amamos.

Somos abandonados porque mucho antes de eso, nos hemos abandonado en la misma proporción. Cuando nos olvidamos de nosotros mismos, nos desvalorizamos, dejamos de cuidarnos, entre muchos motivos, por estar muy ocupados en hacer feliz al otro. Es cuando la otra persona hace exactamente lo mismo con nosotros, cuida de sí misma como si no existiésemos. Poco a poco y con el tiempo, vamos perdiendo la belleza, el brillo, la luz, la energía, la voluntad, la conexión con nuestros sentimientos y, principalmente, con nuestra voz interior. ¿Cuántos signos hemos recibido de que no saldría bien, y siquiera los hemos escuchado? Nuestro verdadero yo empieza a estar tan distante, que ya no conseguimos distinguir lo que está bien de lo que está mal, ni el camino que se ha de seguir y nos parece estar sufriendo porque el otro nos ha dejado. ¿Será que nos hemos quedado sin suelo, sin aire, con el corazón sangrando, el alma dilacerada, porque el otro se ha ido, o porque hemos perdido la conexión con nosotros mismos, cuando poco a poco, nos fuimos abandonando? ¿Será que de verdad nuestro sufrimiento es porque el otro se ha marchado o es nuestra alma que llora desde hace tiempo por nuestra propia ausencia?

No podemos negar que una separación duele y mucho, pero la intensidad y duración de nuestro sufrimiento, si es que el sufrimiento se puede medir, perdura según el tiempo que nos lleva aproximarnos de quienes somos. Muchas personas entran en depresión. La tristeza es tanta que se vuelve crónica. Se convierten en deprimidas exactamente por la negación de la realidad y por su dificultad para enfrentar su propia verdad. La depresión no es más que una invitación a la reflexión, una oportunidad de bucear en nuestro interior, ya lo decía Jung. Sufrimos, más que lo necesario, porque nos abandonamos, nos desatendemos, nos perdemos de nosotros mismos. Y lloramos por el otro cuando, verdaderamente, debíamos estar llorando por nosotros mismos, ¡y principalmente, por lo que hemos permitido que hiciesen con aquello a que damos el nombre de amor!
¡Lo hemos dado todo! Cariño, regazo, hombro, respeto, verdad, amistad, complicidad, sinceridad, fidelidad, y todo lo demás que un ser humano es capaz de donar cuando ama. Y ¿qué hemos recibido? Desprecio, mentira, abandono, traición y todo lo que duele en nuestro corazón. ¿Es eso amar? No, amar no es sufrir, si sufrimos puede ser aquello que insistimos en llamar amor, o lo que hemos pensado que era amor, pero con toda seguridad no es amor. Pero ¿qué es entonces? Es nuestra necesidad de ser amados, aceptados, aprobados, reconocidos. Es una enorme necesidad de que nuestro vacío se vea colmado con aquello que no nos sentimos capaces de darnos. Es una carencia por la ausencia, ante todo, de nosotros mismos. Cuando sentimos dolor es porque de alguna forma nos resistimos a los cambios, preferimos amar al otro, aunque nos haya dejado, antes que tener que amarnos a nosotros mismos y así, sufrimos. Si no podemos modificar a alguien, ni convertirlo en aquello que nos gustaría, ¿por qué no empezamos las modificaciones dentro de nosotros? ¿Por qué continuar deseando acercarte a alguien que se ha ido y mantenerte tan distante de ti mismo? ¿Por qué quedarte esperando por el amor del otro, cuando hay tanto amor dentro de ti? ¿No será este el momento de descubrir tus propias verdades, de satisfacer tus propias necesidades, de escuchar tu propio corazón y dejar que sea él quien diga lo que significa realmente amar?


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zago
Rosemeire Zago é psicóloga clínica CRP 06/36.933-0, com abordagem junguiana e especialização em Psicossomática. Estudiosa de Alice Miller e Jung, aprofundou-se no ensaio: `A Psicologia do Arquétipo da Criança Interior´ - 1940.
A base de seu trabalho no atendimento individual de adultos é o resgate da autoestima e amor-próprio, com experiência no processo de reencontrar e cuidar da criança que foi vítima de abuso físico, psicológico e/ou sexual, e ainda hoje contamina a vida do adulto com suas dores.
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