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¡Vacaciones sin culpa!

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 31/12/2013 09:29:01


por Flávio Bastos - [email protected]

Traducción de Teresa - [email protected]

​“Sin apego. Sin melancolía. Sin añoranza. La orden es desocupar lugares. Filtrar emociones” (Caio Fernando Abreu)​

Viene ahí el fin de año, y con él muchas energías que afloran por la vía de los sentimientos negativos, resultantes de experiencias que han dejado marcas en el alma. Heridas psíquicas que cuesta cicatrizar debido al apego que mantiene al individuo atraillado a su pasado.

Fue una relación amorosa que si no fuese por la inmadurez de ambos, hubiera podido cuajar. O fue una decepción con una amiga que traicionó nuestra confianza. O bien, una discusión con un familiar, que acabó en relaciones cortadas hace muchos años.

Para el individuo predispuesto, siempre habrá un motivo para que la energía que envuelve la culpa o el resentimiento lo mantenga sintonizado en los dolores de su alma.

Sintonía que lo aleja de los placeres de la vida. Condición inherente a los individuos que se han liberado del pesado fardo de sus existencias, justamente por dejar de supervalorar experiencias que resultaron en dolor psíquico y niveles de sufrimiento.

El apego trae en su estela la dependencia, los celos, la posesión y la pérdida, que engendran procesos obsesivos asociados a la depresión. Es el lado sombrío del individuo que deja de disfrutar de la vida a través de momentos que proporcionan placer y sensación de felicidad.

Pese a que es inteligente compartir la vida en la esfera de la afectividad con otros semejantes, la experiencia vital, repleta de lecciones y aprendizajes, es única e intransferible para cada individuo. Por eso, si bien la tentativa de ayuda sea válida en momentos de crisis existencial o de relación, en muchas situaciones dicha tentativa tropieza con el libre albedrío de la persona, que prefiere continuar en su mundo sombrío, antes que abrir la ventana del alma para que penetre la luz del autodescubrimiento.

La culpa y los resquemores son sentimientos que acompañan los pasos del hombre en su andadura existencial. Y cuando disfrutamos de momentos especiales, como un período de vacaciones por ejemplo, generalmente arrastramos el fardo sin darnos cuenta de que cada uno de nosotros tiene sus fallos y aciertos durante la jornada vital. De ahí la complejidad en el ámbito de las relaciones afectivas, donde las experiencias relacionales acaban por presentar más problemas que soluciones. Resultado que revela la heterogeneidad humana como mayor desafío en las relaciones afectivas.

La mayor parte de los casos en que alimentamos culpa o resentimientos, son experiencias que envuelven a individuos con historias de vida bien distintas unas de otras, y con carencias que quedan camufladas por las apariencias, pero que, inevitablemente, se revelan con mayor o menor grado de intensidad durante la relación. Expectativas que pueden acabar en mutua decepción y dejar secuelas para el resto de la vida.

Por tanto, redescubrirse en el niño interior a través de sensaciones y experiencias saludables que superan las que provocaron dolor psíquico y sufrimiento, es el gran desafío del individuo que busca comprender al otro a través de la comprensión de sí mismo.

Enfocarse en el aquí y ahora, en el momento presente que debe ser incondicionalmente vivido, es la forma ideal de valorar lo que debe ser debidamente valorado por aquel que es el único responsable por su proceso vital.

En esta dinámica de relaciones, el otro, a pesar de ser un elemento importante en el contexto de la vida, es y siempre será un coadyuvante, pues cabe al actor principal desempeñar su papel en el escenario de la existencia.

En esta lógica, rescatar la energía del niño interior saludable, es vivir momentos especiales sin culpa por sentirse relajado y feliz. Es recuperar la sensación de que la vida puede ser lúdica a través de lo que ella presenta de mejor: la expectativa de lo nuevo, de lo diferente. El elemento sorpresa que rompe la rutina y nos transporta para las sensaciones placenteras y descomprometidas del mundo infantil.

Y el período de vacaciones puede ir acompañado por esta “magia” del niño. Solo hemos de permitírnoslo, o sea, darnos el derecho de vivir el presente de una forma alegre, relajada, donde la sonrisa espontánea sea una marca registrada de nuestro yo en proceso de liberación de las ataduras del pasado.

En esta dirección, las vacaciones pueden representar el primero de una secuencia de movimientos imprescindibles en la alteración positiva de un modelo emocional-conductual que acompaña al individuo desde hace muchas vivencias en el cuerpo físico. Un importante cambio, que aunque lento, revela que para renacer no es preciso morir. Basta, poco a poco, desapegarnos de aquello que es inútil para nuestro crecimiento.


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