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Vanidoso, ¿quién no es?

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 16/05/2010 10:20:43


por Flávio Bastos - [email protected]

Traducción de Teresa - [email protected]

“La vanidad es un elemento tan sutil del alma humana que la encontramos donde menos se espera: ¡al lado de la bondad, de la abnegación, de la generosidad!” (Ernesto Sábato)

Dicen que la vanidad es hija nacida de la relación entre el orgullo y el amor propio. Por eso el “deseo apremiante de ser objeto de atención, admiración o elogio” (Diccionario de la Lengua Portuguesa), es una característica humana que se sitúa entre la frivolidad y la necesidad de autovaloración del individuo.

En una sociedad donde las apariencias cuentan puntos en la escala de los movimientos selectivos, el individuo se siente impelido a invertir de la mejor manera posible en su estética y aspecto…

Por otra parte, la autoimagen positiva, o sea, la imagen segura que tenemos de nosotros mismos, y la vanidad ejercida de forma equilibrada, son importantes añadidos de calidad en la sensación de bienestar del individuo.

Francisco Cândido Xavier, el “Chico Xavier”, cuando ya era médium famoso, tuvo una curiosa experiencia con su vanidad: con la calvicie en evolución, no tuvo dudas en no abrir mano de su vanidad y usar una peluca, lo cual le dio una apariencia más jovial. Incluso el espíritu abnegado y despojado del médium brasileño, no resistió a la tentación de satisfacer su ego con el añadido de un detalle a su apariencia, lo cual probablemente, haya contribuido a su autoimagen y autovaloración.

El problema de la vanidad no es la vanidad propiamente dicha, sino sus desvíos, desequilibrios que llevan a la persona a procesos obsesivos como la ‘cuerpolatría’ (adoración al propio cuerpo), o a insatisfacciones latentes desviadas hacia un exceso de cuidados con la apariencia.

En el mundo moderno los Websites de relación virtual se convierten en inmensos espejos o escaparates de la vanidad saludable y del narcisismo expuesto en álbumes de fotos. En esos Sitios la necesidad de contacto humano – tan característico de nuestra especie, - lleva a multitudes de personas a exponer su intimidad y a revelar facetas de sus personalidades, desde los más discretos egos hasta los más “inflados”.

Ni los terapeutas escapan a las “armadillas” de la vanidad. Y ¿por qué deberían escapar? Estos días, al abrir un Sitio personal, me deparé con la imagen de un colega rodeado por imágenes de personalidades famosas que han marcado época en la realización de obras edificantes. Entre ellas, la Madre Teresa de Calcuta y Mahatma Gandhi…

No obstante, siendo la vanidad hija legítima del orgullo, que a su vez es primo del egoísmo, su expresión saludable, sin mezclas psíquicas que puedan comprometer su natural expresión, solo es posible con el proceso de autoconocimiento.

En ese sentido, el conocimiento de uno mismo percibe en las entrelíneas de la vanidad, a su progenitor loco por incentivar en su hija el narcisismo mal resuelto, pues, de esa forma – orgulloso de sí mismo – no corre el riesgo de “perder la posesión”.

Como informa el dicho popular, la vanidad es un “arma de doble filo”, o sea, por un lado su acción nefasta acompañada de sus parientes cercanos (orgullo y egoísmo), puede “cortar y herir” al individuo, al igual que a personas cercanas a él. Por el otro lado del filo, su acción constructiva y equilibrada puede proporcionar al individuo y demás personas de su convivencia, la sensación de bienestar y felicidad.

En las experiencias del ámbito espiritual, relativas a las reuniones mediúmnicas de los centros espíritas, cuando encarnados trabajan en el sentido de esclarecer y ayudar a hermanos desencarnados a comprender la situación en que se encuentran, la vanidad se expresa en las más variadas situaciones de desequilibrio, en las cuales, generalmente se produce el proceso obsesivo.

Individuos que han sido poderosos en el pasado, permanecen orgullosos y vanidosos, sin percibir su real situación. Otros, entendiendo la situación en que se encuentran, no abren mano del poder y permanecen orgullosos, envanecidos y prepotentes en la función de liderazgo que ejercen con “mano de hierro” sobre sus subordinados.

Otra situación de la dinámica mediúmnica, por ejemplo, revela la vanidad en desequilibrio manifestada por una hermana anclada en un tiempo pretérito, donde la (auto) obsesión la mantiene prisionera de sí misma ante un espejo que refleja la imagen de una hermosa dama de la nobleza medieval…

Por tanto, en lo que respecta a la necesidad que tenemos de ser “objeto de atención, admiración o elogio”, el equilibrio o desequilibrio marcan la diferencia. En ese sentido, la naturaleza, con toda su sencillez y belleza, representada por las flores, paisajes, animales, niños… y todo lo que es bello, da su recado al hombre, como diciéndole: “¡Sígueme, soy tu línea natural, fuente de belleza, equilibrio y referencia para tu vida!”

Finalizando, podremos afirmar que la vanidad en equilibrio, como las demás características de comportamiento relativas al ego humano, es una condición del espíritu que ha aprendido con el autoconocimiento a expresar la belleza interior en armonía con la autoimagen corporal, o sea, la aceptación de sí mismo como resultante de las experiencias exitosas entre las relaciones del cuerpo y del alma.


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