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​Destruyendo la idea de pecado

Publicado por WebMaster em STUM WORLD

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Por Paulo Tavarez
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Traducción de Teresa
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Juan el Bautista, a orillas del río Jordán, al acercarse Jesús, dijo: "Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo". Confieso que nunca entendí la lógica de esa frase. ¿Cómo alguien puede quitar el pecado del mundo? ¿Qué poder es ese? He tenido que meditar mucho sobre esas palabras para comprenderlas, pero hoy sé lo que aquel profeta del río nos quería decir.

Para comprender de qué forma esa frase podría hacerse inteligible, tendríamos que hacer un análisis de la condición humana. Sabemos que la humanidad vive en la ignorancia, pues toda la causa del sufrimiento es la falta de conocimiento de nuestra verdadera naturaleza. Si el hombre supiese que es divino, perfecto, que no es el personaje con el cual está identificado, toda la realidad sería diferente. La ignorancia nos lleva a adoptar doctrinas, valores y reglas para equilibrarnos. El hombre todavía es un primate en muchos aspectos y esto se confirma en la gestión emocional y poco racional que adopta en la conducción de la propia vida.

Todo aquello que nos hace sufrir tiene sus raíces en la falta de un Saber Universal, del profundo desconocimiento de la dinámica que envuelve nuestro ser; y sufrimos precisamente porque adoptamos creencias, conceptos y patrones artificiales para sentirnos seguros. Así, cada vez que transgredimos esas normas internas nos sentimos culpables y por ello merecedores de expiación. En ese momento surgen los jueces internos y externos para colgarnos el rótulo de pecadores.

El pecado es precisamente una transgresión de los fundamentos adoptados por cada uno, o sea, es absolutamente subjetivo. Aquello que es pecado en una parte del mundo no lo es en otra, aquello que ofende a unos, a otros les agrada, por tanto, no existe algo universal cuando se trata de aquello que se denomina pecado. ¿Qué quiere esto revelarnos? Justamente que lo que está en juego no es el acto en sí, sino los estatutos internos de aquel que lo practica; si hay una creencia contraria al acto practicado, ciertamente el practicante se considerará pecador, eso es todo.

Considerándose pecador, todo un proceso de auto-flagelo tiene inicio. Por eso la realidad de la vida, como nos enseña Buda, es la realidad del sufrimiento, y así, concluye diciendo que la causa del sufrimiento es la ignorancia.

Jesús vino a mostrarnos que ya no debemos orientarnos por la moral de los Fariseos, pues en aquella época las tradiciones judaicas escayolaban completamente al ciudadano, lo cual no es muy diferente en los días de hoy.

Nos advirtió, ya desde el principio, que la única regla a adoptar debía ser la de no hacer a otro lo que no nos gustaría que el otro nos hiciese, así, todo quedaría en perfecto equilibrio.

El pecado es fruto de un auto-juzgamiento, somos nuestros jueces y verdugos al mismo tiempo, pues cuando nos sumergimos, por ejemplo, en procesos de baja autoestima, esa es justamente la evaluación que estamos haciendo.

Él continuó además en la misma narrativa, diciendo que no debíamos juzgar a nadie y mucho menos a nosotros mismos. Ahora bien, ¿cómo no juzgar si todo el tiempo somos compelidos a discernir entre lo que está bien y lo que está mal?

Es precisamente ahí donde se halla la mayor equivocación de la humanidad. Somos forzados a juzgar porque tenemos un programa de creencias y valores que todo el tiempo nos está diciendo lo que está bien y lo que está mal; así, vivimos en la condición de robots; fuimos programados por fuerzas externas y cada vez que transgredimos sus leyes, se alzan dedos apuntando hacia nosotros.

La única forma de librarnos de esa cárcel de normas es dejar de ser normal y volver a ser natural; eso es precisamente lo que quiso revelarnos el Maestro Nazareno. Libre de conceptos, reglas, normas, estatutos, doctrinas, etc., el hombre estará libre del pecado.

Haciendo ese camino de vuelta, propuesto por el Galileo, rompiendo los grilletes de normas y patrones impuestos por este mundo de ilusiones, el hombre va a encontrar la liberación. Será una nueva fase, donde la Conciencia, más desarrollada, dejará de orientarse única y exclusivamente por el neocórtex y volverá a escuchar el corazón.

He podido concluir, después de mucha resistencia, pues somos conservadores por naturaleza, que Él realmente quita el pecado del mundo, pero para ello tiene que sacar al hombre de su falso mundo.


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