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Cuando tocamos nuestros límites

Cuando tocamos nuestros límites
Publicado dia 8/25/2010 12:44:27 PM em STUM WORLD

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Traducción de Teresa - [email protected]

Durante la mayor parte del tiempo, estamos más conscientes de cómo nos tratan los demás que de cómo nosotros mismos nos tratamos. Esto ocurre porque estamos poco familiarizados con la posibilidad de sentir nuestros propios sentimientos sin sobrecargarnos con los dictámenes de los pensamientos rígidos provenientes de la autocrítica.

¿Quién no ha sido bombardeado con frases acusatorias de cómo deberíamos ser y lo que deberíamos hacer para convertirnos en personas más felices? Cuando nos sentimos acorralados por situaciones que nos oprimen y revelan que aún no somos lo suficientemente buenos como para lidiar con las exigencias de la vida, estas frases vuelven a nuestra mente haciendo que la auto-observación se convierta en una obligación, en una orden. Tal imposición nos lleva a una sensación todavía mayor de ineficiencia e inadecuación. Pues, al mismo tiempo en que nos proponemos sentir nuestros sentimientos (con la esperanza de que así pudiéramos encontrar los defectos que nos han llevado a sufrir), nos desestabilizamos con las expectativas exageradas respecto de nosotros mismos y de cómo deberíamos comportarnos para no sufrir de esa manera.

No obstante, tener consciencia de nuestros límites no quiere decir reconocer que somos seres limitados. Sino simplemente que podemos respetar el estado en que nos encontramos y buscar nuevos recursos para avanzar nuevamente. Muchas veces, cuando tocamos nuestros límites, al mismo tiempo en que tenemos deseos de avanzar sentimos el temor a la falta de recursos para hacerlo. En esos momentos, tanto el recular como el seguir adelante serán actitudes desestabilizadores. Entonces, es mejor admitir que ambos lados están presentes y aguardar un poco más antes de desistir o arriesgarse prematuramente. Tenemos que reservarnos, recuperar nuestra fuerza vital y psíquica. Al fin y al cabo, si no reconocemos nuestros límites, inevitablemente caeremos en el agotamiento.

Este tiempo de cura implica un proceso de relajación y entrega, que nos lleva a recibir la fuerza que necesitamos. Mientras estábamos demasiado presos a nuestras percepciones, no nos dábamos cuenta de lo muy cerrados que estábamos para recibir ayuda. En la expectativa de ser personas eficientes y autónomas, muchas veces nos cegamos en relación a los demás. ¡O sea, no es bueno confundir responsabilidad personal con la presunción de que podemos comandarlo todo solos!

En nuestra cultura capitalista, no hay espacio para que desarrollemos la gentileza de ser honrados en reconocer nuestros reales límites. Siempre debemos hacer más. Incluso cuando nos proponemos descansar, nos lanzamos a actividades que nos exigen más esfuerzo y concentración. Reconocer nuestros límites es cultivar el respeto hacia nosotros mismos.

Por cierto, cuando somos honrados con nuestros propios límites, estamos siendo honrados también con los demás. Ser verdadero con uno mismo es la base para ser verdadero con los otros.

Es simple y claro: no podemos dar más de lo que somos capaces en todas las áreas de nuestra vida, ya sean de orden afectivo, profesional o financiero. Pero, en general, evitamos encarar nuestras limitaciones presentes para no sentir el riesgo de la exclusión.

Curiosamente, es al proceder engañosamente (como si pudiésemos hacer algo, cuando en realidad no somos capaces), cuando corremos el riesgo real de ser excluidos. Pues, una vez que nuestra incapacidad quede revelada, seremos inevitablemente vistos en nuestros fallos. Pero el miedo de ser excluidos aún es mayor que la capacidad de revelar nuestras vulnerabilidades.

Entonces, este es el punto a encarar: ¡la sensación de insuficiencia nos remite a la amenaza de ser excluidos!

Hemos aprendido a leer este riesgo ya cuando éramos bien pequeños. Bajo la presión de atender a las exigencias de ser un niño perfecto para no decepcionar a nuestros cuidadores, nos comportamos como si fuese natural dar cuenta de todo cuanto nos sea solicitado.

¿Quién no reconoce el recuerdo de una comunicación implícita de que, toda vez que nuestros padres nos daban todo lo que necesitásemos deberíamos ser igualmente capaces de responder a la altura de lo que ellos anhelaban para nosotros? De esta manera, a priori, estaríamos comportándonos de acuerdo con el esfuerzo inconmensurable que ellos hacían por nosotros.

Ante esta ley silenciosa de orden y obediencia, no había sitio para el auto-reconocimiento de nuestros fallos y límites. Era feo e inadecuado tener límites. Al fin y al cabo, ante nuestras debilidades, frecuentemente escuchábamos: Solo hay que querer. Incapaces de responder a tales expectativas exageradas, hemos crecido con la sensación, casi inadvertida, de que cuando ofrecemos algo, jamás será lo suficiente. Por cierto, el otro, además de pedir más, no sentirá empatía por ese esfuerzo nuestro ya realizado…

La mayoría de nosotros ha sido educada con el mensaje de que podría ser y hacer siempre más y más. Por ejemplo, cuando hacíamos algo bien, al elogio se añadía una expectativa todavía mayor: Muy bien, ahora que has hecho esto, haz aquello.

En otras palabras, la energía del reconocimiento no estaba únicamente asociada al regocijo, sino también a la exigencia de algo más. ¡En este sentido, el propio reconocimiento venía cargado de un mensaje de insuficiencia!

Ante la insuficiencia, nos sentimos aislados, encapsulados en la inadecuación. ¿Cómo romper esta barrera que un día nos sirvió para protegernos del riesgo de decepcionar a los otros con nuestras fragilidades? ¿Cómo sanar la sensación de tener que ser o que dar siempre más?

Primero, podemos reconocer la ansiedad y la inadecuación como sentimientos que nos revelan algo más allá de la desazón: ellos nos advierten de que estamos presionándonos y siendo presionados.

Segundo, reconoce este aviso como una alerta importante y no dudes de ti mismo. Pues la duda nos paraliza instantáneamente. Continúa encarando la inadecuación como un aviso de fronteras. Recuerda: ¡los demás pueden tratarnos mal, pero aún así podemos tratarnos bien!

En seguida, debemos trabajar el miedo a la exclusión. Pues, frente a la amenaza de la exclusión ponemos en marcha el mecanismo compulsivo de suplir las exigencias ajenas. No obstante, recuerda: ¡no reconocer nuestras fragilidades es un modo de excluirnos de nosotros mismos!

Al aceptar nuestros límites, sean éstos pasajeros o no, nos tornamos enteros. En este sentido, reconocer nuestros límites es tanto una forma de auto-organización como de armonizar las relaciones con los demás. Pues, cuando revelamos nuestra condición real, los otros también podrán percibirnos de un modo integrado.En ese momento, la amenaza de ser excluidos ya no será contemplada como una única posibilidad. En la medida en que percibimos que el temor a la exclusión está regido por nuestras proyecciones mentales negativas, podemos mirar la realidad con nuevas posibilidades de solución.

Todo es cíclico. Al igual que nuestro desarrollo interior. ¡Podemos en cualquier momento entrenar el auto-reconocimiento si nos alegramos con lo que ya sabemos y quiénes somos ahora mismo!

por Bel Cesar

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Sobre o autor
bel
Bel Cesar é psicóloga, pratica a psicoterapia sob a perspectiva do Budismo Tibetano desde 1990. Dedica-se ao tratamento do estresse traumático com os métodos de S.E.® - Somatic Experiencing (Experiência Somática) e de EMDR (Dessensibilização e Reprocessamento através de Movimentos Oculares). Desde 1991, dedica-se ao acompanhamento daqueles que enfrentam a morte. É também autora dos livros `Viagem Interior ao Tibete´ e `Morrer não se improvisa´, `O livro das Emoções´, `Mania de Sofrer´, `O sutil desequilíbrio do estresse´ em parceria com o psiquiatra Dr. Sergio Klepacz e `O Grande Amor - um objetivo de vida´ em parceria com Lama Michel Rinpoche. Todos editados pela Editora Gaia.
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