Voy a escribir un texto catártico. Tras un año desde la última vez que ocurrió, he decidido exponer el monstruo:
Año de 2013. Marzo. Después de varios acontecimientos estresantes en el trabajo y en la vida personal, ¡he aquí que se me aparece el monstruo!
Con los cabellos desgreñados y sebosos, tiesos por la falta de aseo, rostro pálido y consumido, más alto que yo, y, aunque algo gordito, no parecía sano ni bien alimentado.
Empezó a atemorizarme. Pensé que me iba a matar. Llamé al SAMU. Ellos se acercaron a socorrerme. Me llevaron a Urgencias. Clínicamente no tenía nada, todo estaba perfectamente. Regresé a casa.
El monstruo me rodeaba. Tenía miedo de salir de casa por culpa de él, pero logré ir a trabajar. Allí, como en una bola de nieve, el monstruo me acometió y no pude reunir fuerzas para luchar contra él.
Con una situación así de insostenible, fui al médico. Diagnóstico: Síndrome del Pánico, su retorno. Ya se me había aparecido en 2008. ¡Estabas hibernando, guapo!
No me lo podía creer. Estaba indignada. "¡Ah, otra vez, no! ¡No voy a pasar por todo lo que he pasado!" ¡Mandé todo a la porra y fui a cuidar de mí y de mi monstruo!
Lo encaré y le dije: "¡Monstruo, nosotros, conviviendo los dos de esa forma no puede ser!" Nunca antes lo había mirado ni hablado directamente con él. Se extrañó. Me di cuenta de que empezaba a disminuir de tamaño.
Empecé a alimentarlo de 3 en 3 horas. El monstruo fue tomando color. Le enseñé a jugar, pues él no sabía. Cuando tomó el balón para jugar, su altura ya me daba por el talón. Lo saqué a pasear, para que entrase en contacto con la naturaleza, con el yoga, con la danza, con la terapia. Por cierto, un añadido: la terapeuta para mí, en aquella época, fue un ancla, un puerto seguro en medio de la tempestad; ¡mi maestra, la que hizo que mi autoestima no fuese a parar a los suelos! ¡Le debo muchísimo y sólo tengo agradecimientos por la excelente profesional que es!
Aparte de todas esas cosas, al monstruo le mostré el Espiritismo. A estas alturas, él ya se había puesto de color verde y se estaba haciendo un hacha con el balón. Le entusiasmó tanto que salió por ahí a jugar y nunca más lo he visto desde entonces.
Yo bendigo el Síndrome del Pánico por haber pasado por mi vida. Analizando fríamente, he aprendido mucho y me he convertido en otra persona. Sin él, yo no sería esta persona de hoy, más fuerte, con más confianza en mí misma, más sensible, más decidida, ¡y mucho más feliz!
Sobre o autor WebMaster é o Apelido que identifica os artigos traduzidos dos Associados ao Clube STUM, bem como outros textos de conteúdo relevante. Email: [email protected] Visite o Site do Autor