Las preocupaciones del día a día, la exigencia de los desempeños profesional, familiar y conyugal encaminan nuestra atención hacia lo que sucede fuera y no dentro de cada uno de nosotros.
Normalmente se suelen pasar por alto las quejas que nuestro cuerpo envía, y cuando enfermamos, vamos a diferentes médicos en busca de la curación. Pasamos de un especialista a otro, a menudo sin causa física conocida para nuestro malestar. Hasta que un médico nos indica tratamiento emocional.
No son raras las personas que se sorprenden por esta sugerencia, pero la fase en que la medicina no tenía conocimiento del componente emocional en la manifestación de los síntomas está lentamente quedando atrás.
El cuerpo se expresa a través del dolor, de la inflamación o de algún malestar, por ejemplo, las alergias son desencadenadas por el estado de alerta ante situaciones de la vida y la tendencia a estar a la defensiva, el dolor de cabeza representa una resistencia en aceptar los acontecimientos inusitados de la vida; entonces, lo que le ocurre al cuerpo nos afecta también en lo emocional, directa o indirectamente.
Las enfermedades son avisos que nos obligan a reconocer qué es lo que necesitamos. Integrar y asimilar el significado del síntoma nos permite armonizar nuestra vida, y si no escuchamos aquello que nuestro emocional necesita, el desequilibrio va a seguir manifestándose, en idas y vueltas, pues la farmacología tan sólo reduce o silencia los síntomas.
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