“De juntar espíritu y materia, el Gran Arquitecto del Universo ha construido la más maravillosa de todas las máquinas: el Hombre (...). Es una ciencia que analiza al Hombre y descubre de qué forma éste tiene parte con la inteligencia Divina. Yo no pretendo ser el autor de esta ciencia llamada Osteopatía. Sus leyes no han sido formuladas por manos humanas. Decidme la edad de Dios y les diré la edad de la Osteopatía. Ella es la Ley del Espíritu, de la Materia y del Movimiento.”
De esta forma A.T. Still, pionero y médico del oeste americano en los idos años de 1880, definía la Osteopatía.
Este hombre extraordinario, que rompió con el empirismo médico de aquella época y luchó contra él, fundó la Osteopatía sobre la “Ley de Causa y Efecto”.
“Encuentra y suprime la Causa, y entonces el Efecto desaparecerá.”
Esta pequeña frase, que parece insignificante, es el hilo de Ariadna del procedimiento osteopático.
La Osteopatía parte del principio de que cada “dolencia”, cada “manifestación corporal” es solamente un efecto, o sea, la consecuencia de una disfunción cuyo punto de origen puede ser encontrado muy lejos del síntoma. Todo el Arte del Osteópata, que trabaja a través de las manos que “piensan, ven, sienten y conocen”, es “buscar el origen” del problema, sea éste físico, emocional o espiritual.
Causa y Efecto son indisociables y la Causa consigue generar un Efecto a través del fenómeno intermediario de la Energía. Tenemos entonces el Ternario: Causa – Energía – Efecto. Entonces, ¿qué es la disfunción, sino un problema en la circulación de la Energía?
Trabajando sobre el cuerpo, sobre la materia, que es simplemente una energía en una forma más condensada, el osteópata trabaja sobre esta circulación de energía, pues el cuerpo es una unidad biológica, ecológica, y por lo tanto la Osteopatía trabaja al Hombre en su totalidad.