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El Cobrador de Impuestos

El Cobrador de Impuestos
Publicado dia 5/22/2008 6:14:39 PM em STUM WORLD

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Traducción de Teresa - [email protected]

Historias de Vidas Pasadas
Canalizada por: Maria Silvia Orlovas

Yo fui cobrador de impuestos, venía de una familia pobre y esa familia pobre pasó muchas privaciones, muchas de veras, pero mi padre era un hombre muy dedicado y un carpintero muy habilidoso. Entonces, cuando empezaron a construir la gran iglesia que reuniría a las personas llegadas de aldeas y ciudades, mi padre fue invitado a trabajar como carpintero, siendo de hecho muy habilidoso, pues las cosas que él hacía eran obras de arte y no simples tallas en la madera. Nada de lo que él hacía quedaba con apariencia grosera o inacabada.

Él tenía en sus obras, en su actuación, aquel toque de oro, aquel toque de midas, entonces las cosas en que ponía la mano quedaban realmente muy bonitas y eran muy buenas y dignas de confianza; era todo muy sólido.
Mi padre fue colocado como jefe de todos aquellos carpinteros. Él era un artífice extremadamente habilidoso y los curas empezaron a negociar con él, que fue creciendo y prosperando de la penuria que pasaba mi familia cuando yo era crío, empezamos a ser considerados ricos, porque la iglesia pagaba muy bien, con tributos y con honores que mucha gente no tenía.

El trabajo de mi padre era extremadamente apreciado y yo que era joven y por cierto realmente no tenía su habilidad, fui encaminado por esos curas que se habían convertido en amigos de mi padre, para trabajar con la iglesia. Pero no había heredado el don que él tenía. Aun siendo hijo suyo, no me parecía a él.
Pero necesitaba trabajar, necesitaba encaminarme, era joven y entonces me convertí en un recaudador de impuestos, así el dinero pasaba por mi mano y cada vez más me he ido manchando con él, porque yo no era como mi padre, que estaba pagado por un don, por una habilidad, por un servicio prestado. Yo estaba pagado para amargar la vida a la gente, yo estaba pagado para quitar el dinero de la vida de las personas. Eran a veces comerciantes sencillos, eran labradores, eran viudas, eran hombres que ya no estaban en condiciones de trabajar y que aun así venían a negociar sus deudas conmigo, porque yo era representante de los curas, yo estaba allí sentado con ellos.

Yo no era un cura, yo nunca había querido ser cura, pero yo me quedaba allí junto a ellos todo el tiempo y ellos allí junto a mí, haciéndome endurecer, endurecer, endurecer y yo me sentía aprisionado, era un prisionero de aquello, porque al mismo tiempo que siempre he deseado huir, salir de aquella vida, nunca lo conseguí, porque el sistema, las personas cercanas a mí eran mucho más fuertes y entonces empecé a corromperme por el dinero, a entusiasmarme por las facilidades que el dinero podía aportarme, a olvidar mi origen, a olvidarme de mí mismo y eso fue lo que hice durante toda mi vida. Me convertí en una máquina para cumplir aquella misión, porque no quería ver gente llorando, no quería ver gente sufriendo, no quería ser el blanco de tortura de aquellas personas, no quería señalar sus fallos, no quería que se justificasen ante mí, porque aquello dolía mucho en mi corazón.

Siempre he sido alguien que valoró el amor, el ser humano, y yo allí tenía todo el tiempo los ojos cerrados para no ver a quién tenía delante, y estaba tan sufrido que me hundía en el alcohol. No he querido casarme, no he querido tener hijos, porque yo no quería que nadie, que hijos míos, que una mujer a quien yo amase fuera señalada como familia de un cobrador de impuestos. Yo sentía mucha vergüenza de ser lo que era, porque no cobraba impuestos sino que cobraba vidas, punía a las personas, no porque quisiese o porque sintiese placer alguno en ello, pero era mi función. Mi simple presencia hacía daño a las personas, hacía mucho daño a las personas y así fui cerrando mis ojos para no sufrir, para no ver el sufrimiento que yo causaba a otro.

Yo me sentía víctima de ese destino, me sentía aprisionado en una situación en que no se me propiciaba una fuga; me sentí muy torturado, muy triste y el único momento en que me encontraba bien, era cuando bebía, porque el alcohol venía para mí como una apertura, un momento en que yo no tenía que pensar ya en nadie y así he ido envejeciendo en la soledad, acompañado por mi complejo y el sentimiento de culpa.

Y hoy vengo libertándome de eso, porque tengo que oír a las personas. Hoy yo no tengo sólo que oírlas, ni cobrarles. Hoy yo escucho, yo apoyo, yo hago que vean el lado bueno de su vida, la Luz de su alma.

Esa es mi obligación. Ver mi lado bueno, amar mi lado bueno, incentivar mi lado bueno y hacer lo mismo con aquellos que se acercan a mí. Esa es mi mayor remuneración, esa es mi mayor luz. Esa es mi oportunidad de redención.

¡Me siento como aquél que se ha quitado un peso de encima!

por Jaime Benedetti

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