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Dudas de lo cotidiano - Parte 5

Dudas de lo cotidiano - Parte 5
Publicado dia 7/31/2009 11:32:11 AM em STUM WORLD

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Traducción de Teresa - [email protected]

¿Cómo explicar la conducta de una persona golosa, a quien encanta comer, y que mastica poco, mantiene poco tiempo el alimento en la boca – que es donde se paladea el alimento – y engulle todo lo más rápidamente posible? ¿Por qué personas que disfrutan tanto con el sexo tienen tanta prisa por terminar el acto, tanta preocupación por la eyaculación o el orgasmo, cuando lo guay sería vivenciar largamente la excitación y el placer que proporciona?
Respuesta: Es curioso observar que tenemos una actitud ambigua en relación a los placeres en general: buscamos llegar a ellos de forma intensísima y después parece que nos da cierto miedo exagerar en su disfrute. Es como si nos fuese negado llegar a una cota demasiado grande de placer, como si fuese pecaminoso disfrutar demasiado de las delicias de la vida material, especialmente los placeres del cuerpo – que quizá sean exactamente los que más nos gustan. Tenemos miedo a que una dosis excesiva de satisfacción y alegría llegue a traernos sinsabores a continuación. Somos víctimas de un pensamiento supersticioso, generado en el núcleo de nuestra vida íntima y desde muy pronto, según el cual una gran alegría aumenta las posibilidades de que algo negativo suceda. Así, tendemos siempre a buscar el placer y también a huir de él. En la práctica, al depararnos con la satisfacción grande, hacemos que ella dure un tiempo pequeño, el tiempo que somos capaces de tolerar sin asustarnos demasiado y sin temer que algo negativo llegue a sucedernos inmediatamente. Quizá esa sea la causa de algunas malas costumbres, que nos hacen tener una calidad de vida un tanto inferior a la que podríamos tener. La verdad es que nos da miedo un exceso de felicidad, miedo a que nos traiga consecuencias adversas. Siendo así, dosificamos nuestros placeres dentro de lo que nos parece soportable y no tan amenazador.

En una época en que las personas en general y los jóvenes en particular, tienen acceso máximo a la información, ¿no deberían estar aumentadas la curiosidad y la inquietud intelectual? ¿Es esto lo que está sucediendo?
Respuesta: De hecho, es lo que deberíamos esperar. Las personas hoy tienen en la televisión, por ejemplo, una fuente muy grande y agradable de informaciones. La televisión ocupa el lugar central en la gran mayoría de las salas de estar de las casas brasileñas. La mayor parte de la población pasa más de 20 horas por semana frente a ella. Sucede que su efecto es exactamente el opuesto: parece que hipnotiza, que hace que las personas se vuelven perezosas para pensar, que han aceptado entretenerse de forma pasiva, solamente recibiendo aquellas imágenes y sonidos sin ninguna crítica ni reflexión alguna.
El resultado parece encaminarnos a la falta de disposición para cualquier tipo de esfuerzo activo, como es el caso de la lectura de un artículo un poco más largo en una revista. La lectura de un libro parece convertirse en una tarea poco menos que imposible, pues requiere esfuerzo activo, concentración grande – sí, porque si la persona se distrae por un momento tienen que volver hasta el punto en que estaba prestando atención. En la televisión, las distracciones ni siquiera se notan, pues todo camina por cuenta propia y la persona retoma el hilo del ovillo más adelante sin esfuerzo. Lo que viene ocurriendo es pésimo, pues son innumerables los jóvenes que hoy no han desarrollado atención y concentración suficientes para poder desarrollar un fuerte interés. Tenemos una generación de apáticos y perezosos, que se sientan pasivamente horas y horas ante la pequeña pantalla. Obsérvense la ironía y lo curioso de la vida: el videojuego y los juegos interactivos de Internet parecen ser los responsables por la interrupción de ese ciclo terrible. ¡En ellos los participantes tienen que actuar, cosa que no venían haciendo desde hace décadas! Tienen que prestar atención pues una distracción puede ser fatal. Tienen que volver a interesarse activamente, lo cual parece ser el retomar de la vida inteligente en nuestro planeta. Lo que parecía una actividad improductiva y aún más alienante viene transformándose en instrumento para acabar con el letargo de toda una generación.

Vivimos en una cultura que nos estimula a sentir un gran número de deseos y nos enseña que desear, y de forma intensa, es algo bueno. ¿Será eso verdad? Las personas que sienten deseos fuertes ¿llevan una vida más gratificante y son más felices?
Respuesta: No deja de ser curioso que hayamos creído que era así. A fin de cuentas, estar deseando corresponde a un estado de no completitud, de insatisfacción por el hecho de que algo nos falta. Quizá la única excepción sea el deseo sexual, en el cual la inquietud que produce puede sentirse como algo agradable, como algo que provoca sensación de excitación, un desequilibrio que es temporalmente agradable. Ahora bien, todos los otros deseos, tanto los de naturaleza física – hambre, sed, frío, etc. – como los relativos a anhelos creados por la cultura en que vivimos – deseo de poseer algún bien material, de disfrutar de algún tipo de privilegio, de ser famoso, etc. – solo pueden generar insatisfacción, frustración y tristeza. Se nos enseña a desear porque aprendemos que, al sentirnos frustrados, adquirimos una fuerza y una energía extra en el sentido de perseguir aquello que deseamos mucho tener o ser. Esto puede activar nuestra garra y competitividad, pero genera una insatisfacción muy prolongada, mucho mayor que el placer que experimentaremos cuando seamos capaces de satisfacer nuestro deseo.
Lo más grave es que la sociedad está siempre creando nuevos objetos de deseo, de modo que cuando pensamos que lo tenemos todo, hay algo nuevo que nos parece esencial para nuestra felicidad. Pienso que viven mejor aquellas personas que sienten menos deseo. Pienso que el propio deseo sexual no debería ser estimulado al máximo, y que la satisfacción de ese deseo no debería haberse transformado en un motivo más de orgullo y de competición – siendo vencedor aquel que más veces consigue hacer efectivo el contacto físico capaz de resolver el deseo. Pienso incluso que mucho mejor que tener muchos deseos y conseguir realizarlos gracias a esfuerzos enormes, es no desear tanto, es satisfacerse con el compañero sexual que se tiene – siempre que sea bueno, claro está – y con los bienes materiales que logremos obtener sin tener que sacrificarnos tanto.

por Flávio Gikovate

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Sobre o autor
flavio
Flávio Gikovate é um eterno amigo e colaborador do STUM.
Foi médico psicoterapeuta, pioneiro da terapia sexual no Brasil.
Conheça o Instituto de Psicoterapia de São Paulo.
Faleceu em 13 de outubro de 2016, aos 73 anos em SP.
Email: [email protected]
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