La tarea de ser responsable por otro ser no es nada fácil. Principalmente nosotras, las mujeres, aunque tenemos una inclinación natural hacia la maternidad, frente a ella y a la realidad de tener un hijo a quien cuidar, como mínimo, durante 18 años, esto a veces asusta. Y solo asusta porque ante esa gran responsabilidad sabemos que tenemos que poner lo mejor de nosotros para que nuestro retoño se convierta en un adulto consciente y lo más sano posible en todos los sentidos. Y ¿quién ha dicho que somos perfectos?
Tengo tres lindos hijos, dos niñas y un niño. E incluso ante mi inicial terror de no saber cómo proceder frente a algunos desafíos (¿lograré transmitir el mensaje tan bien como lo hicieron mis padres?), percibí que realmente esos queridos “diablillos” angelicales poseen la gran ventaja de venir más listos que nosotros, más espabilados que nosotros, llenos de una autoridad interior y de una sabiduría singular que cada día que pasa me hace llegar a la conclusión de que nosotros los padres somos, por así decirlo, solamente los instructores de un camino que ellos mismos ya traen dentro de sí.
Somos tan solo aquellos que reconocen el potencial y lo encaminan, canalizándolo para que sea empleado de la mejor manera posible. Y pensando así, exceptuando, claro que somos sus protectores oficiales, dejé de preocuparme por ser la madre perfecta.
Incluso porque es impresionante cómo ellos ya nos contemplan como si fuésemos los seres más perfectos del mundo. Verdaderos dioses encarnados, lindos y sin defecto alguno. Y desde ese ángulo sería interesante que al menos, durante algún tiempo, encarnásemos a esos dioses. Pienso así, pues cuando lleguen a crecer y a descubrir que sus padres no eran tan perfectos, por lo menos sabrán mirar la perfección dentro de esa imperfección perfecta que es el ser humano. A través de sus padres considerarán que el ser humano posee muchas cualidades, aunque no sean perfectos y les perdonarán cualquier fallo. Plantemos el bien en el corazón de esas monadas y después asistiremos desde tribuna qué guay cuánto han aprendido perfectamente.
Por otra parte, espiritualmente hablando, los padres encarnan la esencia divina del Dios Padre y de la Diosa Madre (Espíritu Santo). El Padre representando la Sabiduría y la Madre el Amor. Ellos asumen el karma de sus hijos hasta los 21 años, cuando su cuerpo mental está completamente formado y a partir de ahí empieza a desarrollarse el cuerpo espiritual. Cuanto más conscientes estén los padres sobre esto, mejor nutrirán a sus hijos con el alimento espiritual adecuado, teniendo al amor como energía esencial para que crezcan sin cualquier problema más grave.
Y cuando el hijo nace con alguna especialidad congénita, los padres deberían tener la noción de misión redoblada, pues han asumido con esta alma el difícil compromiso de amarla y aceptarla incondicionalmente como parte de su evolución espiritual. En este caso, la responsabilidad kármica puede durar toda una vida.
Pero la maternidad es eso, es donarse incondicionalmente en todas las circunstancias, es abdicación, es fuerza de voluntad y determinación para cuidar de aquellos que tanto hemos deseado traer a este mundo. Vale que aquella célebre frase “¡Yo no he pedido nacer!” es relativa, digámoslo así, pues sabemos que nuestros pequeños nos eligen antes de nacer. Sabiendo esto, de vez en cuando les miro y pienso: “Agradezco que me hayáis elegido. ¡Sois tan increíbles!”
Pero aparte de significar responsabilidad, consciencia, donación, abdicación, para mí la maternidad significa mucho amor, felicidad, alegría, muchos momentos agradables y la seguridad de la continuación de nuestro ADN en este planeta. Cuando tenemos la ocasión de además observar que todo ha salido bien pese a las incertidumbres, eso debe ser algo que nos da la gran sensación de deber cumplido. ¡Espero llegar a eso y además tener algunos nietecitos para, por fin, deseducar! Jajaja...
por WebMaster
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Publicado dia 11/7/2009 10:28:14 AM em STUM WORLD
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