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El alcohol y el entorpecimiento del alma

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 17/05/2014 11:15:43


por Alex Possato - [email protected]

Traducción de Teresa - [email protected]

No es moralismo. Incluso me gusta beber. Me gusta mucho. Cuando empiezo, ya no soy capaz de parar. Y sé que realmente es agradable para nosotros, los alcohólicos, sentir aquella sensación de la mente cuando se va nublando, las palabras fluyen más sueltas, las inhibiciones quedan ahogadas con cada trago que baja por la garganta, la libido aumenta… Tenemos la nítida sensación de que nos acercamos un poco más a lo que nos gustaría ser pero no conseguimos cuando estamos sobrios. Los miedos desaparecen, nos volvemos valientes, nos creemos más guapos, más simpáticos, más alegres, más hábiles…

¿Y los problemas, entonces? Cuando entro en el bar estoy atiborrado de ellos… Entonces miro la primera botella y viene una sensación de euforia. Sé muy bien que pronto ya no habrá más problemas. Estaré feliz y… embriagado. Difícilmente algo se me resiste tras la tercera o cuarta botella. Riñas con la mujer o con los hijos, deudas, baja autoestima, culpas, miedos, impotencia, eyaculación precoz, uña encarnada… el alcohol es realmente milagroso. No resuelve el problema, pero nos hace olvidarlo.

Y allá por la séptima botella, quien sabe comienza a pegar el remordimiento. Ya no sé exactamente cuál es el problema… pero... sé que hay algo… Y estoy algunas monedas más pobre. Mi hígado más detonado. Quiero huir del bar, y llegar a casa sin que nadie me vea. Viene la vergüenza. Que a veces hasta intento disimular con un falso sentimiento de “¡yo sé muy bien lo que hago!” Pero en el fondo, no lo sé.

Amor por el sufrimiento y el peso del pasado familiar
Hablemos de borracho a borracho: uno se ata al sufrimiento ¿no es cierto? Decimos que bebemos para olvidar, pero en el fondo, bebemos para recordar. Recordar cuán injusta es nuestra vida, cuán pesados nuestros problemas, cuán cruel nuestro pasado y cuánta vergüenza y culpa sentimos por no ser capaces de mirar de frente nuestras cuestiones. ¿No es eso? No queremos tener acceso a nuestra ira, a nuestra angustia, a nuestra conexión con esa infinidad de energía densa que transita en nuestra mente, cuerpo y emociones, y sin embargo, al mismo tiempo, no queremos soltar ese lastre y dejarlo atrás. Más que la bebida, nuestro vicio es cargar con emociones difíciles que nos parece que son nuestras.

Pero voy a decirte una cosa: estas emociones, esta sensación de ir cargado con un montón de “arrimos” a cuestas no son nuestras. Son de nuestros padres. Papá y mamá nos enseñaron a cargar con problemas porque ellos no pudieron con los suyos. Y detrás de papá y mamá, están nuestros abuelos… ¿Cuánta rabia no vista? ¿Cuántos vicios escondidos? ¿Cuántas amantes abandonadas? ¿Cuántos bebés, fetos y niños perdieron sus vidas y fueron olvidados? ¿Y el dolor de las madres que perdieron sus hijos? Fracasos financieros… Sin contar, claro, los borrachos y viciosos de nuestro sistema familiar… todos ellos excluidos de la convivencia social y con sus emociones engullidas y no digeridas.

Pues que sepas, querido alcohólico: estas emociones que no fueron asumidas por nuestros padres y antepasados, de los dolores que ocurrieron y ya no hay qué hacerles, continúan “vivos” en el sistema. Y tú cargas con ellos. Lo haces por amor, tratando, inconscientemente, de ayudar a tu sistema familiar a cargar con el sufrimiento. Te gustaría quedarte con todo el sufrimiento del mundo, ¿no es verdad? Pero no lo consigues…

La alma es feliz, libre… y sobria
Voy a contarte otro secreto. Este montón de sufrimiento no es real. Son recuerdos que tienes de algo de lo cual ni siquiera tienes conocimiento racional. Son como películas de terror que permanecen pasando en tu pantalla interna, repetidas veces… haciéndote detonar con tu vida. Y lo haces porque has aprendido a sufrir con tu familia. Pero imagina tú: olvida por un segundo esos problemas. Simplemente cierra los ojos, intenta sentir la fragancia de las flores, la suavidad de los pétalos, el calor del sol… Escucha el sonido de la cascada y sumérgete por un instante en estas aguas. Escucha los cantos de los pájaros y el roce de la brisa en tu rostro… ¡Vamos, inténtalo! ¡Tú puedes!

Y si puedes, puedes percibir muy bien que el placer está también aquí y ahora, disponible en tus manos. Es lógico, papá y mamá no te enseñaron eso. Te condicionaron para creer en el sufrimiento. Y en la culpa. Tanto te enseñaron, que aún sabiendo, efectivamente, que mereces ser feliz, aquí y ahora, y para eso no necesitas nada más allá de respirar y enfocarte, tienes inmensa dificultad en afirmarte en esa paz. Afirmarte en tu alma. Que esencialmente es buena, amorosa y en paz.

Te invito a mirar al pasado, y percibir que todo lo que se ha vivenciado, aunque haya dejado marcas, ya no tiene sentido, en el aquí y ahora. Hay que tener coraje para contemplar las emociones, sin tratar de amortiguarlas. Entrarás en contacto con tu ira. Tu miedo. Tus ganas de morirte. Tu victimismo. Tu sensación de impotencia. Tu deseo y codicia. Tus celos. Y si perseveras en esta observación comprenderás que todo eso te ha sido enseñado: por tu padre y por tu madre. Son ecos del pasado y también ecos del sistema familiar. Y lo dejarás pasar, poco a poco… percibiendo que la ira, el miedo, el victimismo y todo lo demás va dejando de tener sentido… se van esfumando, esfumando, perdiendo la fuerza…

Mucho más allá de esos ecos de sentimientos distorsionados, está tu fuerza de supervivencia. Sí, tú eres un superviviente. Y serás un superviviente mucho más digno. Honrándote a ti mismo y a tu esencia. Honrando a tu alma pura y amorosa. De esa forma y sólo de esa forma, tú verdaderamente honrarás todo el sufrimiento que hubo en tu pasado familiar. No hay honor en el sufrimiento y en la carencia. El honor sólo existe en el altruismo, en la perseverancia, en el compartir. Yo sé que tú me estás comprendiendo.

Estoy seguro de que incluso puede que tengas deseos de beber, cuando te acerques a este punto. Pero será grande la tendencia a no seguir ese impulso. Porque has decidido elegir y seguir otro impulso: el impulso de la vida. Del perdón. De la aceptación de ti mismo y de los demás. Del amor y de la reconstrucción. ¿Y si caes? No importa. Conocerás el significado de la gran “cogorza” que es poder mirar atrás con gratitud y paz. Y hacia delante con alegría y fe. Y volverás a empezar confiado, otra vez. Y otra vez.

Último recadito: querido borracho (hermano de copa)… deja de jugar. Deja de engañar a tu familia. Este asunto es sólo tuyo. Ha llegado el momento de mirar de frente las emociones escondidas por detrás del vicio. Para que puedas amar al prójimo de veras y hacer algo útil de tu vida. De verdad. Busca la ayuda de especialistas. Hay muchos grupos gratuitos. Y otros de pago. Busca a los AA. Haz terapia. Esta elección depende tan solo de ti. El camino es arduo y llegará hasta el final de tu vida. No hay opción. O lo dejas, o lo dejas. Porque lo peor será que, si no asumes cuidar tus emociones distorsionadas y tu vicio, tu hijo asumirá la carga por ti. Y tus nietos también.


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