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El Visitante - Capítulo 13

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 27/12/2010 15:15:20


por Márcio Lupion - [email protected]

Traducción de Teresa - [email protected]

Después de varias impresiones, del encuentro con seres de otras dimensiones, realmente ya no logramos percibir qué es la realidad de la tercera dimensión, donde hay tiempo y distancia, donde hemos de movernos entre las personas y los varios escenarios.
Ahora hay un cambio de percepción, en que cada escenario está constituido de espacio y sentimiento. En algunos momentos incluso se consigue sentir el anhelo de las personas que nos conciben, el sentimiento-raíz: la intención.

La realidad ahora parece una mezcla de estructuras materiales que antes no eran percibidas y ahora lo son: objeto, emoción y sentimiento.
El objeto en sí parece estar allí parado, inmóvil. La emoción es lo que nos hace mirarlo y percibirlo; el sentimiento es lo que nos hace cuidarlo. Es como si todos los días aquella emoción inicial pudiese repetirse, repetirse, repetirse con nosotros, manteniendo un diálogo entre las partes. Ese diálogo funciona exactamente como el que se verifica entre las personas, en el cual cada día es distinto del otro, y siempre hay algo nuevo que construir.

En medio de todo eso, la memoria de aquel ser de ojos brillantes y limpieza inconmensurable volvió a activarse el día en que volvíamos al Ashram.
Todos los monjes se preparaban alegremente para la fiesta de Navidad y yo subía la escalera hacia el vestuario para ponerme la ropa, cuando, al mirar la puerta, encontré una invitación que decía: el día 20 de diciembre estáis todos invitados a la fiesta de Jesús. Había también un dibujo, un esbozo a carboncillo. El rostro en aquel dibujo tenía ojos brillantes, con la misma intensidad del mendigo protagonista de encuentros tan significativos. Miré aquello con gran asombro, casi con susto, y le comenté de forma espontánea a Mukunda, el monje de más edad, que estaba a mi lado:
- Mukunda, ¿qué dibujo es ese? ¿Quién lo ha hecho? ¿Quién es ese hombre?
Miró sonriente y contestó:
Lo hizo nuestro maestro.
- Pues sí. ¡Encontré a un mendigo en la calle exactamente igual! Ya lo he encontrado dos veces.
Al comentar esto, mi cuerpo notó como una fuerte descarga de adrenalina y quedó durmiente y fue como si yo hubiese oído lo que yo mismo había dicho.

Me senté en el vestuario. Mukunda me miró con ojos asombrados y bajó la escalera en dirección a la vivienda de nuestro maestro. Permanecí allí parado, observando aquella imagen e intentando comprender por qué mi cuerpo estaba así, por qué el rostro de aquel hombre estaba allí en el Ashram. Y con deducción infantil pensé: ¿No será que este hombre es Jesús? Pero ni siquiera se parece al Jesús que encontramos en todas las figuras, a decir verdad parece otra persona. Pero ¿por qué mi maestro lo habría dibujado exactamente igual a aquel mendigo?

Me acometió una especie de llanto convulsivo; disimulé, fui al baño y volví con la cara lavada. Me senté en mi puesto de monje, Mukunda se sentó a mi izquierda e hicimos la puja. Cantamos, manifestamos nuestra devoción y comimos nuestra prashada (la vianda servida al final). Antes de marcharnos, él me llamó abajo a una salita que era el despacho del Ashram y me pidió que describiese la escena con el mendigo. En aquel momento yo ya sabía que algo significativo había ocurrido. Al final de la descripción preguntó:
Mukunda ¿qué es lo que pasó de verdad?
- Ese hombre que has visto se le apareció mucho a nuestro maestro durante su infancia, al lado de su cama. Era como un visitante. Venía de cuando en cuando y se quedaba allí, mirándolo.

En la India no tenía cómo describirlo, hasta el día en que, según cuenta, siendo niño, pasaba por un lugar sagrado, ante miles de santos de la India y de repente se deparó con el altar de ese Santo. Era una imagen de Jesús y él dijo a su abuelo, que lo acompañaba: "este es el hombre que me visita por las noches". El abuelo sonrió de forma sencilla, tenía cualidades sensibles para percibir lo que le pasaba al niño y contestó: "tú estás siendo visitado por un gran ser, por el propio hijo de Dios".
Eso se lo había dicho en la India, en medio de todas aquellas religiones y de innumerables posibilidades de percibir a Dios. Ese niño guardó aquello consigo y cuando se acercaba a la edad adulta hizo un esbozo fiel de lo que había visto. Era exactamente el rostro de aquel hombre.

Pasó el tiempo, pasaron semanas, la Navidad y el Año Nuevo. A mediados de enero me senté para reflexionar acerca de cómo había ocurrido todo aquello. ¿Cómo pudo la vibración de aquel ser, o mejor, cómo pude yo alcanzar la capacidad de ver un ser de tal vibración y jerarquía? No era una simple clarividencia, era una visita. Estuve intentando comprender cómo aquello se manifestaba y por qué no ocurría todos los días a todas las personas.

Sirviéndome una vez más de la memoria, advertí que las semanas que precedieron a la visita de aquel ser fueron las semanas en que yo más me había preocupado por los demás. Fueron semanas en que andaba por la calle quitándome el abrigo para cubrir personas que dormían en la calle. Recuerdo haberle ofrecido mis zapatillas deportivas a una persona que iba con sandalias en un día muy frío. Me acuerdo de haber dado todo el dinero de mi bolsillo y dejado de comer durante semanas enteras; de haber dejado de ir en transporte para dar el dinero a quien lo necesitaba. Fue cuando viví al otro y empecé a comprender la importancia de olvidarse de sí mismo. Efectivamente, empecé a sentir al otro.

En uno de esos días, miré al otro lado de la calle y vi a un perro con mucha hambre y percibí yo su hambre. Compré comida, lo alimenté y su hambre pasó, juntamente con la mía. Fue el momento en que comprendí que somos todos uno de hecho, que realmente todos los sentimientos que pasan por nosotros pasan por todos los seres. Y son los mismos sentimientos, con independencia del espacio-tiempo o vida en que estemos; es el mismo sentir.
El ser humano simplemente quiere vivir en paz, alimentarse de forma pura y sensible y encontrar el amor.La última reflexión sobre ese momento fue que, cuando manifestamos el amor, el amor incondicional, el amor sin restricciones, creo que todos los seres mirarán hacia delante y verán el amor manifiesto. En ese caso, en la figura de aquel hombre de limpieza absoluta, de ternura incondicional. Llegué por fin ante mi maestro y pregunté por qué eso había sucedido. Él sonrió, me miró a los ojos y dijo:
- Satyananda, ¿lo que quieres es una respuesta o confirmar una intuición?
Yo quiero confirmar una intuición.
- Hijo, los seres humanos ven aquello que ellos mismos son. Tú solo has podido percibir ese Ser porque lo has alcanzado. Has alcanzado un estado de consciencia, el estado de vibración en que él siempre permanece. Esos seres son omnipresentes y están en la vida de todos, con cuerpos, sentimientos, inspiraciones. Ellos siempre estarán ahí. Eso es el Amor. El Amor se viste de forma, se viste de una brisa, se viste de inspiración para cualquier persona que así lo desee. Si aprendes a vivir e


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