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LOS EFECTOS PSICOSOMÁTICOS DEL PERDÓN

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 16/11/2010 14:31:16


por Oliveira Fidelis Filho - [email protected]

Traducción de Teresa - [email protected]

“¡Hay quien gusta de los ojos y quienes gustan de la legaña!”, dice la “sabiduría popular”. Hay quienes, salvaguardando las debidas proporciones, se asemejan a buitres mientras que otros se comportan como colibríes. En lo que respecta al perdón – al acto de perdonar o no – cabe aún la comparación con rosas y espinas.

El que opta por no perdonar es un coleccionista de espinas, fan de la legaña, consumidor de alimentos caducados. Pues son estas las sensaciones, los valores, los peligros y las perturbaciones que la ira, el deseo de venganza y la raíz de la amargura hacen germinar y fructificar en aquel que opta por el no perdón. Tales patrones limitadores de pensamientos, sentimientos y actos, hieren a quien los abraza, producen ceguera y roban a la vida su encantamiento. Abren las puertas a perturbaciones psicosomáticas, sobrecargan y comprometen el buen funcionamiento de la mente y del corazón, del cuerpo y del alma y desazonan las relaciones.

Mantener esos sentimientos menores, aunque nos ilusionen con aparentes “ganancias secundarias” es optar por la legaña en detrimento de los ojos, por las espinas en lugar de las rosas, por el patrón alimentario del buitre en vez del atrayente, aromático, suculento y dulce menú del colibrí. Sin duda no son las mejores opciones, tenemos la libertad y el deber de elegir cosa mejor.

Quien perdona, en cambio, prefiere encantarse con los escenarios amorosamente creados y percibidos a partir de unos ojos buenos, capaz además de energizar e iluminar todas las dimensiones del cuerpo o, como decía el Maestro Jesús: “Si tus ojos son buenos, todo tu cuerpo será luminoso”. ¡Ojos sin legañas!

Quien perdona abandona las espinas y corre hacia las flores, se hace semejante a ellas despertando para la Vida en expresiones de belleza, bondad y gracia. Tal como los colibríes, se mueve por la vida nutriéndose del aroma Crístico de la Esencia Divina, fácilmente perceptible para aquellos que llevan en el pecho un corazón limpio. Al declarar “bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”, el Maestro está afirmando además que quienes optan por el perdón y lo practican como modo de vida, se vuelven capaces de percibir expresiones y manifestaciones de la divinidad en todo y en todos; el limpio de corazón, cuando contempla al semejante, es capaz de “ver la luz en vez de la lámpara”.

Cuando perdonamos, limpiamos a fondo el corazón y lavamos el alma, abrimos las ventanas hacia nuevos y reconfortantes horizontes, al mismo tiempo en que nos liberamos de las sombras con sus juicios, culpas y miedos. Cuando experimentamos el perdón, dejamos de desperdiciar preciosas y sagradas energías, hasta entonces insanamente utilizadas en la producción de estrés elevado y nocivas batallas mentales, verbales e incluso físicas.

Podemos justificar la opción por el no perdón con los más lógicos y contundentes argumentos; ¡con toda certeza éstos no nos faltarán! No obstante, ninguno de esos interminables argumentos nos beneficiará, nos traerá paz o nos hará mejores, pues mantener hospedados en el corazón el resentimiento, la ira y el deseo de venganza significa infligir una crueldad igual o mayor a aquella de la cual nos creemos víctimas. No perdonar, por tanto, es ser verdugo de sí mismo.

El perdón es joya preciosa, de rara belleza, que nos regalamos a nosotros mismos. Es un acto de elevada generosidad y constituye imprescindible inversión en nuestra calidad de vida, salud psicosomática y de relación. Es un grito de independencia respecto de aquel que nos mantiene encadenados con los grilletes de la amargura.

Guardar resentimiento, ira y deseo de venganza equivale a sostener un ascua en la mano con la intención de arrojársela a alguien; es como perder un precioso tiempo buscando la serpiente que nos ha inoculado su ponzoñoso veneno. Al sentir la incomodidad de una piedra en el zapato nos detenemos, quitamos el zapato, nos libramos de la piedra y, cómodamente continuamos caminando. El no perdón es una piedra que llevamos en el corazón, que dificulta el caminar y hace sangrar el alma.

El más afectado y perjudicado con la falta de perdón es quien se niega a perdonar y, obviamente, quien más se lucra es el que perdona. Perdonamos a alguien no por el hecho de ser o no digno de perdón, sino porque merecemos contemplarnos a nosotros mismos con esta divina dádiva, pues quien perdona invierte en sí mismo.

Habrá quien pase por la vida esperando que algo malo suceda a quien le ha infligido algún daño, no obstante, como he dicho, eso equivale a tener una brasa en la mano en espera del momento de arrojarla, es mantener en el zapato la piedra que dificulta el andar. El sentimiento de venganza se vuelve contra quien lo hospeda y puede, dependiendo de la intensidad y duración, producir perturbaciones irreparables. Por tanto, perdonar es también un buen plan de salud, puede aportar considerable ahorro en médicos y medicamentos.

El perdón libera espacio en la mente y en el corazón para dedicarlo a los amigos, a quienes amamos, pues, lo admitamos o no, los enemigos son más íntimos y más presentes en nuestros pensamientos y sentimientos que los amigos. No perdonamos para sentirnos superiores, importantes, santos o más guapos, perdonamos para sentirnos libertos, en paz y con salud. El perdón es una prueba de amor hacia nosotros mismos: quien se ama, perdona.

Busca en Dios la fuerza para perdonar pero evita acordarte ante de Él de tu resentimiento y tu deseo de venganza. Desea simplemente que Él haga desbordarse de Amor tu corazón. Donde llega el amor, el odio es desalojado y si existe amor existirá perdón.

Si no eres capaz tú solo de liberarte de los resentimientos, de la ira, del deseo de venganza, busca ayuda a través de un psicoanalista, psicólogo o psicoterapeuta de tu confianza.

Perdonar es hacer una operación de estética en el alma, es dejar la sonrisa libre, es desatar las alas de la paz y ser acogido en sí mismo. Es sentirse abrazado por el universo, por Dios, por el Eterno Misterio.
Al perdonar nos hacemos libres del pasado, ligeros en el presente, abiertos hacia el futuro; expandimos lo divino en nosotros, percibimos que Dios nos habita y que por Él somos perdonados.


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