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POR QUÉ SUFREN LOS NIÑOS... - Parte II

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 25/09/2015 09:51:12


por Maísa Intelisano - [email protected]

Traducción de Teresa - [email protected]

Además de eso, debemos recordar que nada es inútil en la economía divina, como tan bien percibió Lavoisier, aunque indirectamente, cuando dijo que “nada se pierde, nada se crea, todo se transforma”.

Muchas de esas criaturas son grandes espíritus que aceptan venir al mundo en condiciones precarias e inhumanas, a fin de despertar el entendimiento de médicos, científicos, políticos, filósofos y otros muchos seres humanos con poder de influencia sobre la gran masa humana. Muchas de ellas ni siquiera sufren de verdad, pues su comprensión está muy por encima del bien y del mal que tanto insistimos en separar. Su percepción de la vida y del universo es tan elevada que su cuerpo no sufre como imaginamos. Aunque inconscientemente, ellas viven para una realidad distinta, todavía invisible para la mayoría de nosotros.

Muchos de esos niños sufren voluntariamente, porque han pedido esta condición antes de reencarnarse, con la esperanza de reducir el peso de errores cometidos en el pasado, los cuales les impiden continuar iluminándose como espíritus.
Muchos de ellos eligen conscientemente el dolor, antes de renacer, con la intención de aprender algo nuevo para su espíritu, pretendiendo enriquecer su equipaje espiritual, a fin de poder aumentar la propia luz y con eso ascender a un nuevo nivel en el universo.

Otros muchos aceptan voluntaria y conscientemente situaciones de este tipo, para colaborar en la programación de otros espíritus a quienes aman, los cuales reencarnan como parientes suyos muy cercanos y necesitan pasar por la experiencia de ver sufrir a sus hijos, nietos, sobrinos, etc.
Y muchos asimismo eligen sufrir para poner a prueba algo que han aprendido en el mundo espiritual, esperando poder demostrarse a sí mismos y a Dios cuánto han progresado espiritualmente, cuánto se han iluminado y cuánto han evolucionado como conciencias.

Nada en el universo se desperdicia. Dios está atento a cada movimiento, a cada necesidad. Nada se le escapa. Todo está sujeto a su mando amoroso que tiene por objetivo únicamente la felicidad de todos y cada uno. Estamos todos sujetos a sus leyes justas y precisas que nos sitúan en el mundo dónde y cómo nos es necesario. Y todos los niños, que nosotros también fuimos y aún seremos muchas veces, no son más que fases preparatorias de espíritus que buscan su propio crecimiento.

En cada crío funciona un laboratorio espiritual de aclimatación y de preparación, trabajando por la perfecta adaptación de la conciencia a su nueva etapa de aprendizaje. Y ningún detalle es pasado por alto. Las leyes divinas en todo trabajan minuciosamente para que todo esté perfectamente integrado para la nueva experiencia.
La inteligencia divina lo administra todo, y tenemos que confiar, no con el conformismo que todo lo acepta sin cuestionar, ni con el fatalismo que se entrega sin luchar.

Es preciso confiar, actuando. Allí donde hubiese un niño sufriendo, debemos mirar a Dios que nos está preguntando cómo vemos la situación y qué estamos dispuestos a hacer para modificarla; cuánto confiamos en Él y qué somos capaces de discurrir para traerle alivio; cuánto lo amamos en aquel niño hasta el punto de aceptar su condición con el corazón abierto y las manos tendidas, listas para actuar.

Para que mañana, cuando los periódicos nos traigan la noticia de más criaturas sufriendo, nosotros podamos vibrar por ellas, no para que Dios las saque de aquella situación o para que los “culpables” paguen por su “crimen”, sino para que ellas encuentren, en sí mismas, fuerzas para soportar lo que sea necesario para su crecimiento, alimentadas por energías de esperanza y ánimo espiritual que puedan confortar su mente y su corazón con nuevas luces.

Maísa Intelisano
15 de noviembre de 2004


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