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Saber levantarse

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 05/10/2011 14:21:32


por Nelson Sganzerla - [email protected]

Traducción de Teresa - [email protected]

Hoy, charlando con un amigo respecto del mercado de trabajo, me acordé de que él había estado desempleado durante unos seis meses. Me decía él que afortunadamente encontró un nuevo empleo y estaba empezando todo otra vez y, con mucho empeño, iría en pos de sus sueños nuevamente.
Una persona formada en ingeniería, con inglés y español fluentes, tuvo que amargarse durante medio año para lograr recolocarse en el mercado de trabajo.

Por tanto, felicito a todos cuantos han sabido y saben levantarse de los tumbos de la vida; aquellos que se sacuden el polvo y saben dar la vuelta por encima (como dice la canción) y que jamás renuncian a sus sueños y no se entregan a ningún tipo de droga, luchando para mantener a la familia siempre unida, porque “en casa donde no hay pan, todos gritan y nadie tiene razón”.

Realmente, en este mundo competitivo, de valores occidentales, la batalla es siempre ardua. Todos los días hay un león que abatir, una meta que cumplir, en la cual, a menudo, el Ser nunca es valorado. O tienes algo que exhibir, o no eres nadie. Puedes ser una excelente persona, amiga, compañera, ayudar a todos, todos te adoran… Prueba a quedarte sin trabajo, o algo así…

Vivimos en esa gran lucha diaria. Tenemos que darnos coraje para ello, fortalecer el espíritu, apaciguar el alma y procurar tener una mente sana, dispuesta siempre a sacar de la chistera una solución para los problemas que nos afectan en el día a día de esta andadura. Conozco personas que no pueden darse el lujo de un fin de semana con la familia sin tener que atender a una llamada telefónica de trabajo.
Ese es nuestro mundo globalizado, que nos equipa con un ordenador portátil, nos encadena con un móvil de última generación y nos roba la paz interior de disfrutar con la familia un sábado y un domingo.

Cómo despertar temprano todos los días, llueva o haga sol, enfrentarse a los medios de transporte atiborrados, al tráfico caótico, con la preocupación de no llegar con retraso al compromiso o al trabajo, sin tener que oír al jefe la frase irónica – sal más temprano de casa.

Ahora, en este momento en que escribo, millones habrá que estén dándose de codazos en el metro, amargados, angustiados por tener demasiadas tareas en su día, sabiendo que no tendrán tiempo para almorzar, tristes porque han salido temprano y no han podido despedirse de sus hijos, o porque marcharon enfadados con la pareja.

Cuántas personas habrá, preocupadas por la factura de la luz que ha vencido, por el alquiler que está atrasado o la mensualidad del colegio del hijo, el dinero de la compra, o la cuota de la comunidad.

Esa es la vida de la gran mayoría que trabaja y produce en este país. De ninguna manera quiero olvidar aquí a aquellos que han perdido el empleo y han visto sus ilusiones partidas por la mitad, teniendo que renunciar a sus sueños de una casa en propiedad, ya que no tendrán dinero para pagar los plazos, perdidos en casa sin saber qué hacer de la vida, pensando en vender el coche para pagar las deudas.

Recuerdo también el sueño de aquellos que luchan para encontrar en empleo en las colas de las agencias de la ciudad, sin que importe qué tipo de trabajo, sino que sea digno y que les permita llevar comida a sus hijos, para no verlos tristes sin comprender por qué no pueden comer un BigMac el fin de semana, igual que sus amiguitos del edificio.

Felicito aquí a la mujer guerrera que al ver a su marido sin empleo, depresivo por no ser capaz de mantener a su familia, se remanga y va a la lucha, en pos de un empleo que le permita ayudar también en casa. Hace poco la sociedad condenaba a esa mujer guerrera (muchos maridos todavía consideran que una mujer tiene que quedarse en casa).
También quiero felicitar a la mujer que está sola debido a la separación y tiene que librar una doble lucha para demostrar que es formal.

Sí, queridos amigos, esta sociedad occidental no es justa, predica la victoria a cualquier precio, el poder del más fuerte, sin que le importe lo que ese más fuerte llegue a hacer con los más débiles; predica la victoria del hombre que tiene que ser el proveedor y a la mujer sumisa que gasta su tiempo en clases de cerámica y de croché (nada peyorativo).

Esta sociedad discrimina las diferencias que, a decir verdad, no están compuestas de minorías.
Discrimina a los negros, a los pobres, a las mujeres, a los portadores de síndromes, a los minusválidos, a los homosexuales y todo lo que no encaja en los cánones de belleza de las muñecas de las revistas, que la mayoría lee en los salones de belleza. Esta sociedad discrimina al anciano que tanto ha trabajado y todavía trabaja para proveer con su esmirriada pensión de jubilación al sustento de sus hijos y nietos.
Esta sociedad es hipócrita, e hipócritas son asimismo aquellos que van a misa los domingos en los barrios nobles, con sus vestidos de marca exclusiva, para exhibirse en la fila de la comunión y a la salida del aparcamiento, con sus cochazos importados; si al menos al poner los pies en la calle recordasen lo que se les dijo en la misa “ama a tu prójimo como a ti mismo”, pero ciertamente esas señoras y señores van a ponerse morados en los restaurantes de la ciudad, negando un plato de comida a un pordiosero.

Por eso, yo felicito a todos aquellos que por no tener una buena apariencia sufren discriminación, social o racial, en las entrevistas para un empleo, a aquellos que tienen su autoestima por los suelos debido a que se han hecho viejos para el mercado de trabajo, a las mujeres que son acosadas sexualmente, por jefes que no tienen el menor respeto hacia los demás.

Felicito a aquel que no se doblega frente al acoso moral de ciertos grupos de trabajo, que solo saben adular y nada bueno tienen para añadir al equipo, que solo se preocupan por pequeños expedientes, por chismes y fruslerías, y hablan mal de todo y de todos.

Felicito a la gran masa brasileña que, a pesar de las intemperies de la vida, procura mantener una sonrisa en el rostro y la fe de que un día todo llegará a cambiar, que con el trabajo logrará realizar su sueño, que será capaz de educar a sus hijos con la educación que él no ha podido tener, que llegará a ser dueño de su propio techo y a estar orgulloso de haberlo construido.
Aquel que cae, pero sabe levantarse y seguir adelante, a menudo teniendo que volver a empezar todo otra vez, como ese amigo mío, independientemente de nuestra sociedad. Me felicito a mí, te felicito a ti.

Piensa en ello.
Mucha Paz


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