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Samadhi - Capítulo 14

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 06/01/2011 08:16:18


por Márcio Lupion - [email protected]

Traducción de Teresa - [email protected]

La meditación es una inmersión consciente en el silencio. El cuerpo se mantiene inerte, la respiración baja hasta el punto de hacerse casi imperceptible, lo mismo que el flujo mental que, a decir verdad, es emoción y al día siguiente se convierte en sentimiento. de ahí que arrastramos esa sensación como si formase parte de nuestra personalidad. Ese sentimiento, más la actividad mental diaria - nuestros pensamientos y las cosas que tenemos para hacer - y el movimiento del cuerpo, se conocen como mente o alma: lo que anima la vida. Esa alma se sitúa exactamente entre el cuerpo físico y el espíritu, que es el ser, inmutable, un observador de la existencia, un observador de la vida. Aquel que todo lo ve y por nada se conmociona.

Nuestro trabajo en la meditación es alcanzar la mirada del espíritu. Empleando un simbolismo simple, esa condición es una mirada de luz, lúcida, transparente. Debido a ese ejercicio era preciso silenciar la mente, cortar su actividad. El nombre en sánscrito de esa condición es Sama-dhi o literalmente "ruptura de la mente". Para vivir en el mundo esa acción es necesaria porque la mente es nuestro paradero kármico en esta vida. Es la sensación de la imagen del espejo, la sensación de lo cotidiano, ella es quien todo el tiempo desea y, en su esencia, es insaciable. Su naturaleza es mantener el cuerpo físico alimentado y el cuerpo astral deseando, para que el ciclo gire, para que la rueda gire: uno desea, el otro se alimenta, uno desea, el otro se alimenta. En esas condiciones, los sentidos son insaciables, cada vez quieren más, algo más grande, que los satisfaga más. Y dentro de ese girar de causa y efecto, de deseo y acción, bajo esas condiciones, está la rueda de samsara. Una condición interminable de causa y efecto.

Volviendo a la meditación, nuestra misión era clara: contemplar el mundo sin apego y sin juzgamiento.
En casa, para poder acordarme de esto con autenticidad, construí en un rincón del cuarto un altar sencillo, pero con la memoria, que es la naturaleza de todos los altares, o el recordatorio de todo aquello que necesitas hacer para que ese ejercicio de renuncia absoluta a tu ego pueda ser claro, todos los días. En él había una foto de Jesús, de Ramana Maharishi y de Buda - Siddharta Gautama.
Meditaba todo el tiempo; en los ratos libres, andando por el mundo, caminaba en silencio, sin ningún tipo de actitud que no fuese para la felicidad del prójimo.
Cierto día mi hermano se sentó frente a mí y preguntó:

- ¿Por qué estás haciendo esa vida? ¿A dónde pretendes llegar con eso? ¿Cuál es el motivo de todo eso?
Mirándolo bien dentro de sus ojos, respondí:

- Si la vida fuese solamente lo que se vive, lo que se habla, lo que se cree de forma personal, me parecería una inmensa pérdida de tiempo. pues, cuanto más pasa el tiempo, más se aprende a vivir. Digo vivir en el sentido "eso es acertado, eso es equivocado" y siendo así, Fernando, ¡solo llegados a los 80 años tendremos alguna sabiduría! Y de pronto se acaba la vida, simplemente. Entonces ¿cómo lograríamos hacer cada día perfecto hoy? ¿Cómo traer el máximo de felicidad, de paz y armonía, que nuestra naturaleza interior necesita para mantenerse presente.? ¿Cómo hacer eso? ¿Cómo sois capaces de mirar a vuestro lado y ver personas sufriendo, insatisfechas, caminando como zombis, charlando siempre sobre las mismas viejas y repisadas historias, y sentiros bien con eso? ¿Será que en ningún momento de vuestra vida habéis pensado que hay algo más? Perdona, pero esa inmersión en mí mismo es absolutamente necesaria para intentar mantenerme en salud.

De pronto, mientras lo miraba hondamente a los ojos, de una forma que desconocía, lo que ocurrió allí fue único (las otras veces había sido de paso, no tan consciente como ahora): un portal se abrió ante él. De la misma manera confusa como cuando te vas a desmayar, miré dentro de sus ojos y, de repente, un punto de luz blanco, entre él y yo, se convirtió en una espiral tripartita que empezó a girar en sentido horario.
A partir de ese vórtice, un universo fue abriéndose y pronto se podía percibir que se trataba de otro lugar, pues el rostro de mi hermano había quedado allá atrás. Los bordes de ese espacio se quedaron a oscuras, el escenario frente a nosotros empezó a transformarse y se abrió una ventana circular, muy parecida a esas que ponen los chinos en sus puertas para pasar de un lugar a otro.
Al otro lado había un grupo de hombres harapientos, de una pobreza absoluta, en el césped. Lo que me sorprendió fue la felicidad que irradiaban. Eran personas sin barrera alguna, procedían como niños, jugando al comienzo de la vida escolar. Todos sonreían, todos estaban relativamente próximos haciendo alguna cosa y prestaban atención a un hombrecito, de apariencia absolutamente austera, que estaba frente a ellos, también trabajando, hablándoles en un todo de voz de suavidad y dulzura indescriptibles. Él era simplemente piel y hueso, aparentaba una condición muy sufrida, pero al mismo tiempo muy feliz. Yo lo miraba como a través de un cristal, pero yo estaba allí.

Fue cuando, de la nada, él miró dentro de mis ojos.
Y a partir de aquel momento, la vida nunca más sería la misma.

.continuará la próxima semana


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