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Tecnología, un problema para el alma

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 06/10/2010 13:04:38


por Bernardino Nilton Nascimento - [email protected]

Traducción de Teresa - [email protected]

Jamás, en ningún momento de la presencia del ser humano en la Tierra se había alcanzado, como hoy, la realización de sus esperanzas más queridas.

Los descubrimientos científicos, los avances tecnológicos nos permiten evaluar el día en que todos tendrán qué comer, en que el ser humano formará una comunidad unificada y ya no vivirá en entidades separadas. Miles de años han sido necesarios para esta evolución, a fin de que el ser humano pudiese desarrollar la capacidad de organizarse socialmente y concentrar sus energías en un sentido definido. El hombre ha creado un nuevo mundo con sus leyes y destino. Contemplando su creación, como Dios al séptimo día, el de descanso, el hombre también tiene derecho a sentir que está cerca de alcanzar una gran meta.

Pero si se mira a sí mismo, ¿qué tendrá que admitir? ¿Habrá por casualidad alcanzado la realización de otro sueño de la humanidad: la perfección personal? ¿Por casualidad habrá aprendido a amar al prójimo como a sí mismo, a ser justo, a conocer la verdad y a comprender que, potencialmente, está hecho a imagen y semejanza de Dios?

Tales preguntas se hacen embarazosas, pues la respuesta que se impone es dolorosamente difícil de asumir. Hemos creado cosas maravillosas, pero ¿hemos merecido realizaciones tan grandiosas? No tenemos una existencia caracterizada por fraternidad, felicidad y contentamiento; por el contrario, vivimos en un caos espiritual y en un estado de confusión, en la frontera con la ansiedad, la depresión y la soledad; es posible estar al borde de la locura, no aquella locura nerviosa, sino un estado semejante al desfalco mental y la decepción con uno mismo, en el cual se ha perdido el contacto con la realidad interior, y la vida intelectual está en antagonismo con la afectiva.

Hoy los fieles van a la iglesia y escuchan sermones que hablan de los principios de amor y caridad para con el prójimo; sin embargo, estos mismos se considerarían necios si perdiesen un buen negocio, aun a sabiendas de que lo mejor sería negarse a él; los oradores acaban llevando a sus rebaños a viajar más por el exterior que hacia el interior.

Tenemos dentro de nosotros un líder apagado por los líderes externos y eso nos resta libertad. Acabamos viviendo la vida concentrados en los atractivos externos, dejando escapar nuestra propia esencia. Lo que más asusta es su dolorosa expresión de ansiedad y sufrimiento, como si estuviesen presenciando un accidente, cuando, en realidad, se trata solamente de personas que transitan en el cumplimento de sus obligaciones diarias.

Adquirimos la certeza de que nuestra vida es más afortunada que la de nuestros antepasados; enseñamos a nuestros hijos que el futuro de la humanidad dependerá de ellos, colocando sobre la juventud la responsabilidad que no hemos tenido: el cuidado del planeta; la impaciencia con los ancianos y los niños, las críticas generalizadas, la falta de religiosidad y de amor al prójimo son ejemplos que estamos transmitiendo y exigiendo a un futuro que no hacemos nada por cambiar.

Pero ¿tendrán nuestros hijos intuición segura de la finalidad de sus vidas? Como todos los seres humanos, sienten que la vida debe tener un significado, un sentido, pero ¿cuál es? ¿Acaso encontrarán un objetivo en las declaraciones contradictorias y en el cinismo con que se deparan por todas partes? Anhelan la felicidad, la verdad, la justicia, el amor, un objeto al que poder dedicar sus esfuerzos. ¿Somos nosotros capaces de satisfacer sus aspiraciones?

Por el momento, nos sentimos tan impotentes y sin dirección cuanto lo están ellos. No sabemos responder, por cuanto ya desistimos incluso de preguntar. Fingimos que nuestra vida reposa sobre basamentos sólidos y cerramos los ojos a las sombras de la ansiedad, inseguridad y confusión que nos rodean.

Considero que algunos encuentran la respuesta en un retorno a la religiosidad, que al despertar en su corazón la fe, procurarían más curar su interior que satisfacer sus anhelos tecnológicos. No se trata de una decisión inspirada por la devoción, sino por la necesidad de seguridad, de curación. El observador que se interese más por la felicidad del corazón, por el engrandecimiento del poder espiritual se sentirá más ligero y más libre para bendecirse a sí mismo y escapar a las ansiedades de obtener lo que la tecnología aún ha de poner sobre la mesa. ¡Basta!... No podemos cambiar el verdadero amor al prójimo por las locuras de la falsa felicidad que nos dejan apáticos al ver tamaño placer material, satisfaciendo ojos y mente, pero sin trascender los deseos del corazón. Será tarea nuestra, y al mismo tiempo los espíritus habrán de despertarnos, orientarnos hacia la religiosidad y la cura interior para equilibrar los anhelos tecnológicos con la necesidad del corazón.

Aquellos que buscan la solución en el regreso a la espiritualidad no podrán dejarse arrastrar por una formulación frecuentemente propuesta por defensores de los distintos credos, a saber, que es preciso elegir entre vivir para el bien o vivir bien. Cuando se vive para el bien, vivimos para la humanidad y cuando se vive para vivir bien, estamos viviendo para nosotros mismos, un tipo de vida caracterizada tan solo por la satisfacción de las necesidades del confort material.

Puede incluso parecer que las únicas personas que se interesan por el bienestar son los políticos, sacerdotes y ministros religiosos, pero es una falsa realidad. Vemos más personas corrientes en busca de la cura interior que lo que predican la felicidad.

BNN


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