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Cómo ver la clarividencia - Capítulo 9

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 29/11/2010 11:38:26


por Márcio Lupion - [email protected]

Traducción de Teresa - [email protected]

Cuando un monje es iniciado, sabe que el trabajo será difícil, que la iniciación es una acción perteneciente más al discípulo que al maestro, y que tiene que atender a una misión, sin desfallecimiento: destruir su propio ego.

Para saber qué es el ego, es preciso realmente decidirse a parar la vida, cambiar la mirada sobre la realidad, reorganizar toda la forma de entender el mundo, reeducar los sentidos - el gusto, el tacto, el olfato, la vista y, principalmente, el oído.
El primer ejercicio fue poner en práctica la humildad, empezando por el cuidado absoluto con el propio cuerpo, no ingiriendo nada que fuese producido con maldad o malestar. A continuación de la limpieza del cuerpo, algunos de nosotros pasábamos a dormir en el suelo, como fue mi caso, solo usaba un ligero manto. La alimentación era siempre simple, cuidábamos al máximo de no tener ningún tipo de placer sensorio. Así los meses y los años transcurrían.

Recoger los frutos de ese sadanas no se demoraba mucho, porque esa aparente austeridad, verdaderamente, nos desligaba de la realidad común. Así, con esos ejercicios aparecían los primeros signos espirituales.
El alma se limpia porque nuestra animación y motivación pasan a ser puras, queremos realmente volver a contemplar el mundo como paraíso original. El primer signo es una sensibilidad a flor de piel con las palabras, cada una de ellas ahora no solamente viene llena de un sonido, sino también de una intención. Entonces, escuchamos un "hola" que puede tener miles de entonaciones diferentes, pero sabemos el sentido de ese "hola", si es afectivo, si es informal, en fin.

Comenzamos ahora a sentir todo con el propio cuerpo, con el corazón. Parece que el cerebro pasa a situarse en el corazón y todo lo que importa dentro de ese universo es el sentimiento, la calidad de la vida; el tedio y las ganas de charlar sobre trivialidades desaparecen, y de eso brota el voto de silencio. Aquel silencio de la meditación ahora es incorporado a nuestra mirada, porque pasamos a observar de veras el colorido de los objetos, la luz reflejada en ellos, que cada minuto del día cambia la lectura de la realidad, porque cambian las luces, los vientos, la temperatura, cambian los humores y empiezas a contemplar tu vida desde lo alto, o desde un lado, y te ves literalmente por la parte de fuera. y te percibes observando no solo a los demás, sino a ti mismo, como si anduviésemos a nuestro lado, o sobre nuestra propia cabeza. Y casi es posible referirnos a nosotros como a "él": él habla, él tiene hambre, él tiene sus propias necesidades, el cuerpo y el ego quedan aparte. Dicen sobre el ego que es muriendo como se renace, exactamente porque el ego, sobre todo, no es nuestra personalidad, sino la personalidad común, la construida en la convivencia con las otras personas, que somos obligados a vestir, en el momento en que nos acercamos a los demás, como si fuese una máscara.

En ese distanciamiento que tiene la conciencia respecto de su propio cuerpo, pasamos a ser más exigentes, a depender de menos cosas y a querer que esos objetos, situaciones, alimentos, conversaciones, sean al 100% verdad, que ya no estén en nuestra propia mente, como en la de aquel que nos visita; entonces, se reduce el sonido, porque tú ya logras sentirlo; los gestos, porque ningún pensamiento más te visita para modelar gesto alguno.

En la India hay una práctica que se llama Mudras, que es la ciencia de los gestos; es conseguir comprender a los demás por el movimiento de las manos, el dibujo de los sentimientos en el rostro, por la postura del cuerpo, y es un ejercicio sofisticado de reeducación, que se verifica en el momento en que paramos de pensar y tan solo observamos el vacío de uno mismo; y los signos de clarividencia, en el concepto más simple de que todo se hace claro y evidente, empiezan a formar parte de nuestro vivir, de nuestro respirar.

Miramos para las plantas y percibimos el fluido de vida siendo liberado, un vapor brillante, denso en algunos momentos y transparente en otros. Todas las plantas lo tienen; las plantas de la misma especie se comunican, es posible ver soplos moviéndose de una para otra, como si se intercambiasen fluidos no solo por debajo de la tierra sino también por encima, y esos fluidos ignoran cualquier otro tipo de materia; el hombre anda y ellos atraviesan cada ser humano, atraviesan paredes y van comunicándose entre sí como si hubiese ríos multicolores, con multitud de vibraciones, transitando por todo el universo, y nosotros estuviésemos inmersos en ellos sin darnos cuenta.
Si es así en el reino vegetal, imagínese en el momento en que empezamos a percibir que cada ser humano deja tras de sí un rastro de sentimiento, de emociones, pero ese rastro no es simplemente dejado, como cuando nos levantamos sin mirar atrás, dejando todo desarreglado, o en los lugares en que esperamos que otra persona lo arregle para nosotros; aquel movimiento físico es el 1% de la sensación que un clarividente tiene en el momento en que mira el movimiento astral.
La palabra astral viene de astro, de plano astral, que es entender el mundo de nuestros deseos, de nuestras acciones. El mapa astral no es más que una carta de intenciones de viaje, donde logramos vislumbrar el pensamiento que ha dado origen a esta vida y al mismo tiempo ver esta vida en movimiento. Lo más importante es percibir que la realidad que da vida, la vida de ese cuerpo, se verifica fuera de él. Aquí arriba, cuando se ven el ego y los otros egos paseando y se perciben los sueños de cada cual materializados en sus palabras, sueños que aún están por venir, pero ya están en las palabras. O sueños que ya existen, en los cuales las personas no consiguen ni siquiera vivenciar sus propios sueños, porque están siempre deseando, siempre queriendo y nunca sintiendo, nunca viviendo.Esos años de monje y los momentos de clarividencia son exactamente el camino del aprendizaje. Nunca he logrado concebir monjes no clarividentes, o que no tuviesen inspiraciones y no estuviesen abiertos a mundos espirituales y se comunicasen directamente con éstos. Era muy difícil entender la religiosidad sin ese aparato espiritual, sin esos sentidos superiores, porque prácticamente lo aprendes de la fuente, de la verdad, esa que da vida a todo el universo fuera. En el momento en que nos decidimos a buscarla, ella se manifiesta en nuestro corazón, en nuestro entendimiento, en todo fuera de nosotros, haciendo más angosta la lectura de positivo y negativo, bien y mal. El ejercicio de clarividencia más importante fue comenzar a percibir que, tanto los mundos inferiores - los infiernos - como los mundos superiores, están presentes, y no se necesita mucha experiencia para percibirlos; de ese ejercicio es de donde viene la vida monástica, la vida que llevó a Márcio a entender el vivir entre ese mundo de pureza y perfección, que logramos percibir al desistir de esta realidad, y el mundo de agonía, es decir, cuando creemos en las distorsiones del tiempo en relación a sentimientos y verdades que están presos en el tiempo.

El gran aprendizaje es desistir de las cosas que nos hacen daño y nos prenden al pasado, desistir de los sueños que han salido bien - éstos son los que más malestar nos causan, porque deseamos repetirlos; y esa renuncia trae los primeros signos de iluminación, o sea, el ejercicio de la clarividencia.


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